Capítulo 2:
Durante los meses que sucedieron a aquella reunión, especialmente cuando se acercaba la fecha de la boda, la gente del castillo, ocupada con los preparativos de la ceremonia, montaban jaleo a todas horas. Jerome, cada día más impaciente e ilusionado, no cesaba de hablar maravillas, todas físicas, de su prometida. Y, para su desgracia, su hermano era su oyente preferido.
Buscando de nuevo la paz y la soledad que tanto anhelaba por compañeras comenzó a ir de vez en cuando a pasear a caballo por el bosque. Aunque le desagradaba tener que encontrarse tan a menudo con un criado, en ese caso, Daniel, el cuidador de los establos. Tenía dos años menos que Haren, y, a pesar de su juventud, su buena mano con los animales le había brindado la oportunidad de vivir en el castillo y ayudar a su familia dándoles una boca menos que alimentar. Sin embargo, quedaba empañada por el trato que recibía siempre de sus señores. Gozaba de una rebeldía innata, pero sacarla a relucir podría costarle muy caro.
Aquella mañana tuvo lugar de nuevo la situación habitual.
- Prepáralo. – ordenó Haren, nada más ver aparecer al chico en las caballerizas. Como era de esperar ni siquiera le miró, ni le saludó.
- Sí, mi señor. – respondió el rubio, entrecerrando sus ojos ambarinos con resignación.
Se encaminó sin dudar hacia uno de los caballos. Después de tanto tiempo no necesitaba preguntar. Sabía de sobra cuál iba a ser la elección del joven. Lo ensilló, moviendo las manos de forma mecánica pero consciente de que tenía dos ojos negros clavados en la nuca. Sabía de sobra que Haren jamás miraba a los ojos a ningún sirviente y raras veces a uno de los suyos. Pero podía sentir claramente esa esquiva mirada a sus espaldas, que le producía escalofríos.
Le molestaba tanto, que estaba apretando la cinta que sujetaba la silla más de la cuenta, sin percatarse de los resoplidos que daba el caballo, nervioso, piafando en señal de protesta.
Haren, silencioso como un gato, se acercó y acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo. Daniel reparó su error justo a tiempo de ver lo que estaba haciendo el castaño. Se sorprendió bastante de que alguien como él, que no sabía nada del trato con animales, supiera que le ocurría al caballo y cómo tranquilizarle. Tal vez fuera más sensible de lo que aparentaba a simple vista. Aunque no lo demostrara nunca.
- ¿Qué estás mirando? – dijo, el mayor, en tono neutro. – Apártate de ahí, antes de que lo ahogues.
El menor obedeció, todavía pensativo. Haren se subió al caballo con ligereza y se marchó al trote, sin mirarle y, por supuesto sin despedirse. Daniel, acostumbrado ya a aquel comportamiento, simplemente se encogió de hombros y reanudó sus tareas. A pesar de no poder eliminar aquel gesto compasivo y sensible del que había sido testigo de su mente, le costaba creer que tuviera esos sentimientos, aunque no fueran dedicados a seres humanos.
Se obligó a sí mismo a dejar de perder el tiempo cavilando sobre una causa perdida. Tenía cosas mucho más importantes que hacer ocupando cada segundo de su tiempo. Despreciaba aquel tipo de vida, a pesar de ser consciente de que, para ser un simple campesino, había tenido suerte trabajando en algo que se le daba bien y, por tanto, le costaba menos esfuerzo. Además le gustaban los animales y, en cierto modo, disfrutaba con su trabajo. Pero no había un día en el que no deseara escapar lejos de aquel lugar, abandonarlo todo e ir hacia donde pudiera alcanzar la libertad y ser realmente feliz.
Haren, por su parte, tan sólo ansiaba la tranquilidad que la soledad podía proporcionarle. Y que últimamente había encontrado en lo más recóndito de aquella pequeña selva.
Concretamente, en un claro con un estanque junto al que solía descansar, y pensar.
La única compañía que apreciaba era la de aquellas plantas y animales. Eran los únicos de los que no podía temer ningún daño a su corazón. No necesitaba protegerse bajo una máscara de impasibilidad e indiferencia cuando en realidad se sentía roto por dentro. Sólo allí podía desahogarse y ser él mismo. Cuando la muerte de su madre era aún un hecho reciente, solía pasar las horas en ese lugar llorándola hasta quedarse sin lágrimas, gotas saladas que se fundían con el agua dulce, ocultándolas para siempre.
Nadie solía echarle de menos y quizá fuera mejor así. De todas formas comenzaba a anochecer y el bosque no era seguro en la penumbra. Subió de nuevo al caballo y emprendió el camino de vuelta que conocía prácticamente de memoria a galope tendido antes de que la oscuridad se cerniera sobre ellos.
Unos días más tarde, con la primavera luciendo en todo su esplendor, tuvo lugar la tan esperada boda, representando la unión de dos de los feudos más fértiles y ricos de aquellas tierras. Como era de prever, la ceremonia tuvo lugar a última hora de la tarde.
Cuando el sermón del sacerdote comenzaba a alargarse, la mayoría de los oyentes desviaban su atención de él para concentrarla en sus propios pensamientos. Incluso los más devotos como Haren, no podían evitar dormirse en los laureles. El único que bebía las palabras del cura como agua de mayo era el novio, con una mirada ilusionada y una sonrisa de oreja a oreja.
Sanae sin embargo no parecía compartir su entusiasmo. Se la notaba nerviosa, preocupada, le temblaba un tanto la voz al pronunciar los votos y, en el momento de intercambiar los anillos, sus movimientos se volvieron bastante torpes. Parecía que algo le impidiera asumir su nueva situación, algo que no quisiera contar.
A la ceremonia le siguió una fiesta por todo lo alto en la casa del novio. Una alegre celebración bajo las estrellas, con trovadores para entretener con sus historias y animar a la gente a bailar al son de la música. Grandes mesas repletas de comida de todo tipo, y barriles de vino vaciándose a una velocidad vertiginosa.
Haren había asistido por pura cortesía, pero aquel ambiente alegre y festivo no encajaba en absoluto con él. Se mantenía al margen de la celebración, justo al contrario que su hermano que, por lo visto, se lo estaba pasando en grande. No se le había borrado la sonrisa de la cara en toda la noche, aunque se había vuelto algo vacilante, seguramente por culpa de la bebida. Se acercó a su hermano con un par de copas en las manos.
- ¡Venga hermanito! Tómate un trago a mi salud. – dijo el mayor, ofreciéndole una copa.
Haren la aceptó para contentarle y ambos brindaron por el nuevo futuro que le esperaba a Jerome al lado de la mujer más hermosa de todo el reino, según decía éste último sin despegar los ojos de su joven y reciente esposa que se encontraba charlando con otras cortesanas en un grupo cercano. Destacaba entre todas ellas debido a que, entre el tono de su piel y el de sus vestiduras, tan sólo restaban sus ojos rojos aportando una nota de color a su figura.
El mayor de los hermanos apuró la copa de un solo trago y fue a reunirse de nuevo con sus invitados, tras intentar sin éxito que el pequeño se uniera a ellos.
Haren se quedó a solas de nuevo. A falta de otra cosa mejor que hacer se terminó tranquilamente el vino. Era mucho mejor que el que solían tomar normalmente, dado que lo habían estado reservando para una ocasión especial cómo aquélla. Así que, ¿por qué no aprovecharla? Pero no había previsto que aquél era bastante más embriagador que al que estaba acostumbrado. No se daba apenas cuenta de lo que hacía. Sólo pensaba en que, gracias a eso, su tristeza y sus preocupaciones se desvanecían como por arte de magia. De repente, se encontraba charlando animadamente con todo el mundo, la mayoría de ellos en un estado similar al suyo.
Al cabo de unas horas todos los invitados se habían retirado por fin, y los criados recogían los restos de la fiesta. Todos ellos habían tenido que ayudar antes, durante, y después de ella, dada la cantidad de trabajo que suponía atender a todos.
Haren se había quedado en un rincón, adormecido a causa del alcohol y bastante mareado.
Trató sin demasiado éxito de caminar pegado al muro del patio hasta que chocó contra una figura que consiguió sostenerle antes de que cayera.
Daniel había reaccionado por puro acto reflejo, sin darse cuenta de quién se había chocado con él.
- Ayúdame. – dijo el noble con un hilo de voz. No sabía quien le estaba sosteniendo pero no podría llegar a su habitación por su propio pie.
El rubio no tenía la más mínima intención de socorrerle, pero se arriesgaba a sufrir represalias. Con un suspiro de resignación, tiró del joven hacia él para sostenerle con más firmeza y ayudarle a caminar, pero Haren tropezó y perdió el equilibrio apoyándose en quien tenía más cerca. La casualidad hizo que sus labios se posaran sobre los de Daniel.
Por unos instantes el tiempo pareció detenerse. El menor no se atrevió a mover ni un músculo, temeroso de romper aquel débil contacto, que le había producido un inexplicable vuelco al corazón. Cuando, tras unos segundos, fue consciente de lo que sucedía, le separó con brusquedad, aunque el chico no parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de ocurrir. Echó un rápido vistazo a los demás sirvientes en busca de posibles testigos, pero al parecer la noche se había encargado de ocultarles de miradas indiscretas. Todavía confuso, pasó un brazo del chico alrededor de su cuello, para servirle de apoyo. Tras una lenta caminata, Daniel dejó a Haren tendido en su cama, donde se quedó dormido al instante. El rubio salió de la habitación, y volvió sobre sus pasos para continuar con sus tareas mientras rezaba para que el vino hiciera olvidar a Haren aquel incidente y lo más importante, la falta de reacción del menor ante él.
lunes, 10 de septiembre de 2007
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2 comentarios:
Mi pregunta ahora es ... ¿lo recordará? Yo digo que si que lo hara.
Ya sabes lo que opino, es genial, escribes de maravilla!!!
Esta narrado de forma genial!!!
Oye ¿¿te importa que pase la dire del blog a un chico que he conocido??
A lo mejor lo lee, intentaré que lo haga.
Espero que sigas con la continuación muy pronto!!!
Ya sabes lo que me gusta esta historia, me gusta más todavía que la de Jack x Kirtash, asique imagínate!!
No abandones la otra ¿eh?
Suerte y ánimo!!
Adios!! ^^
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