Capítulo 3:
Haren se despertó muy tarde a la mañana siguiente cuando los rayos de sol, que entraban de lleno por la ventana, le obligaron a abrir los ojos. Lamentó en seguida haberlo hecho. Veía la habitación moverse frenéticamente a su alrededor y un terrible dolor de cabeza como si soportase una enorme piedra sobre ella, le impedía pensar con claridad.
Trató de incorporarse varias veces con escaso éxito. Su cuerpo no dejaba de recordarle con cada doloroso movimiento lo caro que iba a pagar aquel exceso de alcohol. Finalmente logró mantenerse en pie sin apoyo alguno, aunque lo que más le apetecía en aquel momento era cubrirse con la manta hasta la cabeza y continuar durmiendo hasta recuperar la normalidad, pero había algo que necesitaba aclarar un recuerdo confuso que intentaba abrirse paso en la neblina de su pensamiento.
Su estómago comenzó a reclamar su atención entre gruñidos, así que decidió, antes de nada, tomar algo que ayudara a su cuerpo a reponerse del desgaste que había sufrido.
Descendió trastabillando las escaleras que conectaban su habitación, en la cúspide de una de las torres, con el salón principal. Sobre la mesa que lo presidía reposaban los restos de comida y bebida que evidenciaban el paso arrollador de su hermano. Desventajas de desayunar tarde, aunque al parecer, no iba a hacerlo solo.
Sanae se encontraba sentada a la mesa removiendo lánguidamente el contenido de su plato sin probar bocado aparentemente ensimismada, clavando una mirada de serena tristeza en un punto inconcreto del espacio.
Haren se sentó frente a ella sobresaltándola.
- Buenos días – musitó la joven.
- No lo son – replicó él con suavidad – Y parece que para vos tampoco – añadió con tono indiferente.
No quería dar la impresión de estar interesado por ella, pero lo cierto era que, de los habitantes del castillo, era la única capaz de entender y quizá comprender sus más hondos sentimientos. Por tanto creía que, aunque poco y muy lentamente tenía que abrirse y acercarse a ella.
La joven, por toda respuesta, se encogió levemente de hombros.
- Debería estar feliz, ¿no? – murmuró.
- No veo nada positivo en tener a un hombre detrás todo el día. – respondió Haren con un matiz de amargura en la voz, al tiempo que esbozaba una triste sonrisa. – Por cierto, ¿os encontráis bien?
La chica, sorprendida, no respondió, temerosa de equivocar el motivo de la pregunta.
Haren clavó su mirada de obsidiana en los ojos de Sanae, inquisitivo.
- Me he criado entre mujeres – explicó - ¿Creéis que no sé lo que pasó anoche?
Una inusitada fiereza se podía apreciar en sus palabras, aunque no dirigida hacia ella.
- Sí, estoy bien – confirmó con una amplia y franca sonrisa. No teníais por qué preocuparos.
- Lo sé – cortó Haren con sequedad, volviendo al tono frío e impersonal que le caracterizaba.
Al final había acabado manifestando preocupación, algo que había pretendido evitar desde un principio. Pero no había podido. Apreciaba la comprensión y la serenidad que emanaba de la muchacha, sentimientos que habían inundado durante su infancia lo que él consideraba ambiente familiar.
No, no debía dejarse embelesar, no podría soportar el sufrir tanto una vez más. Había tenido, por un instante, la impresión de estar ante su madre de nuevo, encarnada en aquella joven. La esposa de su hermano. Definitivamente aquella sensación no le brindaría nada bueno.
Sanae seguía intentando desentrañar el halo de misterio que envolvía a su cuñado, aunque su actitud resultaba de lo más confusa. Sin embargo ejercía sobre ella una extraña fascinación que trataba de evitar temerosa de las consecuencias que le podría acarrear. Estaba cumpliendo hasta el momento todo lo que se esperaba de ella: siempre había sido una hija obediente y discreta, y se esforzaba en cumplir todas las expectativas. Ahora estaba casada con un hombre destacado de la sociedad, repleto de los valores que en aquella época se veneraban, bueno y considerado, la admiraba mucho y la respetaba todo lo que cabía esperar.
A pesar de todo eso, no era feliz. Se había dado cuenta de que su vida en apariencia perfecta, carecía de algo. Algo que había creído hallar en una mirada del color de la noche, y que el destino se había empeñado en dejar fuera de su alcance.
Ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el sepulcral silencio que flotaba en el ambiente. Haren se masajeó las sienes con los ojos cerrados, tratando de calmar el dolor. Frunció el ceño, sabía que había algo importante que tenía que recordar pero no veía más que imágenes borrosas.
De pronto un coro de estridentes carcajadas y gritos irrumpió en la sala e hizo que Haren se tapara los oídos con las manos, a la vez que crispaba los dedos. Aquel ruido infernal agravaba el dolor que padecía hasta límites insoportables.
Era, indudablemente la voz de su hermano que regresaba de Dios sabe dónde en compañía de sus amigos. Cinco, todos de carácter y pensamientos similares. Si aguantar a uno sólo era un suplicio el grupo entero era insoportable. No tenía humor ni ganas de escuchar sus comentarios socarrones y bromas de mal gusto, así que salió de allí como alma que lleva el diablo, al contrario que la joven que mantuvo una breve conversación con Jerome y valiéndose de una excusa poco imaginativa trató de seguir al castaño pero ya había desaparecido de su vista.
No había nadie en los establos pero uno de los caballos todavía permanecía ensillado. Casi mejor, no tenía ninguna gana de tratar con un criado. Aquel ejemplar pardo, no era su montura favorita pero se conformó. En el trayecto hacia su refugio volvió a intentar concentrarse en sus recuerdos con un resultado similar a sus últimos intentos. Frustrado, dibujo una mueca de disgusto en sus facciones. No obstante, el aire límpido y frío sobre el rostro le hacía sentirse mejor. Cuando llegó al pequeño estanque, se mojó el rostro y las sienes con el agua y soltó un pequeño suspiro de placer por el alivio que le proporcionaba. Dejó pasar los minutos relajado disfrutando del silencio, el tiempo que sabría, malgastaría su hermano hablando de trivialidades con los otros. Cuando oyó un leve rumor de cascos a lo lejos, lo tomó como una señal de que debía volver. No era la primera vez que salía del castillo sin que nadie lo supiera pero, en esas ocasiones procuraba no demorarse. Si no saldrían a buscarlo y quería mantener aquel espacio en el anonimato.
La fortuna quiso que coincidiera a su vuelta con Daniel, que había reanudado sus tareas hacía un rato. Éste esperó inquieto algún comentario por su parte pero no se produjo. Para eliminar su inquietud decidió estudiar su trato para con él.
- No deberíais llevaros uno de los caballos sin avisar, mi señor.
- No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer. – replicó el castaño, fríamente.
Su comportamiento no había cambiado en absoluto, por lo que no debía recordar nada. Al comprobarlo, Daniel sintió un alivio que pronto se tornó en un sentimiento arrogante de ser el único poseedor de aquel secreto, aunque tuvo la prudencia de decidir no revelarlo.
Aun así nada le impedía una pequeña licencia.
Viendo las notables dificultades de Haren para desmontar al parecer debido al mareo, se acercó a él con una mirada burlona y, tendiéndole una mano, con tono irónico preguntó:
- ¿Queréis que os ayude?
Aquel comentario, en apariencia tan simple, fue la clave que trajo a la mente del noble el recuerdo que le llevaba evitando toda la mañana, con atenazadora nitidez. La sorpresa se reflejó inconscientemente en su rostro.
La mirada burlona de Daniel se desvaneció a su vez, nada más darse cuenta del error garrafal que acababa de cometer.
Ambos se miraron sin pronunciar palabra congelados en expresión y movimiento.
No había necesidad de explicaciones.
- Fuiste tú... – murmuró el castaño, incrédulo.
- Bu...bueno tropezasteis y eh...sólo fue un beso no creo que...
- No tienes ni idea – cortó Haren a media voz.
Desmontó del caballo con energía rechazando la mano que Daniel todavía le tendía sin darse cuenta.
- Aquello no fue más que un accidente. – continuó el castaño con tono de aparente calma, mientras se acercaba deliberadamente despacio a su criado. – Esto – su voz descendió hasta convertirse en un susurro – es un beso.
Le tomó del mentón y, sin darle tiempo a replicar, acarició sus labios con un beso suave y pausado.
Daniel jadeó, sorprendido, pero no se apartó de su contacto. Dejando, por una vez de lado su orgullo, se rindió a aquel inesperado encuentro, pero cuando trató instintivamente de adentrarse entre aquellos suaves labios con su lengua, Haren se separó de él bruscamente, y continuó hablando, con aquel tono frío y calmado, como si nada hubiese ocurrido.
- No quiero habladurías ni malentendidos, no te equivoques. Así que no vuelvas a mencionarlo, además sabes que los hombres no se besan.
Dándole la espalda, se encaminó a la salida de las caballerizas, sin añadir nada más.
Aún demasiado perplejo para formar una frase coherente Daniel no pretendía dejar que se marchara sin más.
- Pero...ahora por qué... – se bloqueó.
Haren se volvió para mirarle de nuevo a los ojos, en el umbral de la puerta.
- Tenía que asegurarme de que decías la verdad. – Dijo lamiéndose los labios en busca de aquel sabor tan familiar. – Los de tu clase no sois de fiar.
viernes, 7 de diciembre de 2007
lunes, 10 de septiembre de 2007
Haren & Daniel capítulo 2
Capítulo 2:
Durante los meses que sucedieron a aquella reunión, especialmente cuando se acercaba la fecha de la boda, la gente del castillo, ocupada con los preparativos de la ceremonia, montaban jaleo a todas horas. Jerome, cada día más impaciente e ilusionado, no cesaba de hablar maravillas, todas físicas, de su prometida. Y, para su desgracia, su hermano era su oyente preferido.
Buscando de nuevo la paz y la soledad que tanto anhelaba por compañeras comenzó a ir de vez en cuando a pasear a caballo por el bosque. Aunque le desagradaba tener que encontrarse tan a menudo con un criado, en ese caso, Daniel, el cuidador de los establos. Tenía dos años menos que Haren, y, a pesar de su juventud, su buena mano con los animales le había brindado la oportunidad de vivir en el castillo y ayudar a su familia dándoles una boca menos que alimentar. Sin embargo, quedaba empañada por el trato que recibía siempre de sus señores. Gozaba de una rebeldía innata, pero sacarla a relucir podría costarle muy caro.
Aquella mañana tuvo lugar de nuevo la situación habitual.
- Prepáralo. – ordenó Haren, nada más ver aparecer al chico en las caballerizas. Como era de esperar ni siquiera le miró, ni le saludó.
- Sí, mi señor. – respondió el rubio, entrecerrando sus ojos ambarinos con resignación.
Se encaminó sin dudar hacia uno de los caballos. Después de tanto tiempo no necesitaba preguntar. Sabía de sobra cuál iba a ser la elección del joven. Lo ensilló, moviendo las manos de forma mecánica pero consciente de que tenía dos ojos negros clavados en la nuca. Sabía de sobra que Haren jamás miraba a los ojos a ningún sirviente y raras veces a uno de los suyos. Pero podía sentir claramente esa esquiva mirada a sus espaldas, que le producía escalofríos.
Le molestaba tanto, que estaba apretando la cinta que sujetaba la silla más de la cuenta, sin percatarse de los resoplidos que daba el caballo, nervioso, piafando en señal de protesta.
Haren, silencioso como un gato, se acercó y acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo. Daniel reparó su error justo a tiempo de ver lo que estaba haciendo el castaño. Se sorprendió bastante de que alguien como él, que no sabía nada del trato con animales, supiera que le ocurría al caballo y cómo tranquilizarle. Tal vez fuera más sensible de lo que aparentaba a simple vista. Aunque no lo demostrara nunca.
- ¿Qué estás mirando? – dijo, el mayor, en tono neutro. – Apártate de ahí, antes de que lo ahogues.
El menor obedeció, todavía pensativo. Haren se subió al caballo con ligereza y se marchó al trote, sin mirarle y, por supuesto sin despedirse. Daniel, acostumbrado ya a aquel comportamiento, simplemente se encogió de hombros y reanudó sus tareas. A pesar de no poder eliminar aquel gesto compasivo y sensible del que había sido testigo de su mente, le costaba creer que tuviera esos sentimientos, aunque no fueran dedicados a seres humanos.
Se obligó a sí mismo a dejar de perder el tiempo cavilando sobre una causa perdida. Tenía cosas mucho más importantes que hacer ocupando cada segundo de su tiempo. Despreciaba aquel tipo de vida, a pesar de ser consciente de que, para ser un simple campesino, había tenido suerte trabajando en algo que se le daba bien y, por tanto, le costaba menos esfuerzo. Además le gustaban los animales y, en cierto modo, disfrutaba con su trabajo. Pero no había un día en el que no deseara escapar lejos de aquel lugar, abandonarlo todo e ir hacia donde pudiera alcanzar la libertad y ser realmente feliz.
Haren, por su parte, tan sólo ansiaba la tranquilidad que la soledad podía proporcionarle. Y que últimamente había encontrado en lo más recóndito de aquella pequeña selva.
Concretamente, en un claro con un estanque junto al que solía descansar, y pensar.
La única compañía que apreciaba era la de aquellas plantas y animales. Eran los únicos de los que no podía temer ningún daño a su corazón. No necesitaba protegerse bajo una máscara de impasibilidad e indiferencia cuando en realidad se sentía roto por dentro. Sólo allí podía desahogarse y ser él mismo. Cuando la muerte de su madre era aún un hecho reciente, solía pasar las horas en ese lugar llorándola hasta quedarse sin lágrimas, gotas saladas que se fundían con el agua dulce, ocultándolas para siempre.
Nadie solía echarle de menos y quizá fuera mejor así. De todas formas comenzaba a anochecer y el bosque no era seguro en la penumbra. Subió de nuevo al caballo y emprendió el camino de vuelta que conocía prácticamente de memoria a galope tendido antes de que la oscuridad se cerniera sobre ellos.
Unos días más tarde, con la primavera luciendo en todo su esplendor, tuvo lugar la tan esperada boda, representando la unión de dos de los feudos más fértiles y ricos de aquellas tierras. Como era de prever, la ceremonia tuvo lugar a última hora de la tarde.
Cuando el sermón del sacerdote comenzaba a alargarse, la mayoría de los oyentes desviaban su atención de él para concentrarla en sus propios pensamientos. Incluso los más devotos como Haren, no podían evitar dormirse en los laureles. El único que bebía las palabras del cura como agua de mayo era el novio, con una mirada ilusionada y una sonrisa de oreja a oreja.
Sanae sin embargo no parecía compartir su entusiasmo. Se la notaba nerviosa, preocupada, le temblaba un tanto la voz al pronunciar los votos y, en el momento de intercambiar los anillos, sus movimientos se volvieron bastante torpes. Parecía que algo le impidiera asumir su nueva situación, algo que no quisiera contar.
A la ceremonia le siguió una fiesta por todo lo alto en la casa del novio. Una alegre celebración bajo las estrellas, con trovadores para entretener con sus historias y animar a la gente a bailar al son de la música. Grandes mesas repletas de comida de todo tipo, y barriles de vino vaciándose a una velocidad vertiginosa.
Haren había asistido por pura cortesía, pero aquel ambiente alegre y festivo no encajaba en absoluto con él. Se mantenía al margen de la celebración, justo al contrario que su hermano que, por lo visto, se lo estaba pasando en grande. No se le había borrado la sonrisa de la cara en toda la noche, aunque se había vuelto algo vacilante, seguramente por culpa de la bebida. Se acercó a su hermano con un par de copas en las manos.
- ¡Venga hermanito! Tómate un trago a mi salud. – dijo el mayor, ofreciéndole una copa.
Haren la aceptó para contentarle y ambos brindaron por el nuevo futuro que le esperaba a Jerome al lado de la mujer más hermosa de todo el reino, según decía éste último sin despegar los ojos de su joven y reciente esposa que se encontraba charlando con otras cortesanas en un grupo cercano. Destacaba entre todas ellas debido a que, entre el tono de su piel y el de sus vestiduras, tan sólo restaban sus ojos rojos aportando una nota de color a su figura.
El mayor de los hermanos apuró la copa de un solo trago y fue a reunirse de nuevo con sus invitados, tras intentar sin éxito que el pequeño se uniera a ellos.
Haren se quedó a solas de nuevo. A falta de otra cosa mejor que hacer se terminó tranquilamente el vino. Era mucho mejor que el que solían tomar normalmente, dado que lo habían estado reservando para una ocasión especial cómo aquélla. Así que, ¿por qué no aprovecharla? Pero no había previsto que aquél era bastante más embriagador que al que estaba acostumbrado. No se daba apenas cuenta de lo que hacía. Sólo pensaba en que, gracias a eso, su tristeza y sus preocupaciones se desvanecían como por arte de magia. De repente, se encontraba charlando animadamente con todo el mundo, la mayoría de ellos en un estado similar al suyo.
Al cabo de unas horas todos los invitados se habían retirado por fin, y los criados recogían los restos de la fiesta. Todos ellos habían tenido que ayudar antes, durante, y después de ella, dada la cantidad de trabajo que suponía atender a todos.
Haren se había quedado en un rincón, adormecido a causa del alcohol y bastante mareado.
Trató sin demasiado éxito de caminar pegado al muro del patio hasta que chocó contra una figura que consiguió sostenerle antes de que cayera.
Daniel había reaccionado por puro acto reflejo, sin darse cuenta de quién se había chocado con él.
- Ayúdame. – dijo el noble con un hilo de voz. No sabía quien le estaba sosteniendo pero no podría llegar a su habitación por su propio pie.
El rubio no tenía la más mínima intención de socorrerle, pero se arriesgaba a sufrir represalias. Con un suspiro de resignación, tiró del joven hacia él para sostenerle con más firmeza y ayudarle a caminar, pero Haren tropezó y perdió el equilibrio apoyándose en quien tenía más cerca. La casualidad hizo que sus labios se posaran sobre los de Daniel.
Por unos instantes el tiempo pareció detenerse. El menor no se atrevió a mover ni un músculo, temeroso de romper aquel débil contacto, que le había producido un inexplicable vuelco al corazón. Cuando, tras unos segundos, fue consciente de lo que sucedía, le separó con brusquedad, aunque el chico no parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de ocurrir. Echó un rápido vistazo a los demás sirvientes en busca de posibles testigos, pero al parecer la noche se había encargado de ocultarles de miradas indiscretas. Todavía confuso, pasó un brazo del chico alrededor de su cuello, para servirle de apoyo. Tras una lenta caminata, Daniel dejó a Haren tendido en su cama, donde se quedó dormido al instante. El rubio salió de la habitación, y volvió sobre sus pasos para continuar con sus tareas mientras rezaba para que el vino hiciera olvidar a Haren aquel incidente y lo más importante, la falta de reacción del menor ante él.
Durante los meses que sucedieron a aquella reunión, especialmente cuando se acercaba la fecha de la boda, la gente del castillo, ocupada con los preparativos de la ceremonia, montaban jaleo a todas horas. Jerome, cada día más impaciente e ilusionado, no cesaba de hablar maravillas, todas físicas, de su prometida. Y, para su desgracia, su hermano era su oyente preferido.
Buscando de nuevo la paz y la soledad que tanto anhelaba por compañeras comenzó a ir de vez en cuando a pasear a caballo por el bosque. Aunque le desagradaba tener que encontrarse tan a menudo con un criado, en ese caso, Daniel, el cuidador de los establos. Tenía dos años menos que Haren, y, a pesar de su juventud, su buena mano con los animales le había brindado la oportunidad de vivir en el castillo y ayudar a su familia dándoles una boca menos que alimentar. Sin embargo, quedaba empañada por el trato que recibía siempre de sus señores. Gozaba de una rebeldía innata, pero sacarla a relucir podría costarle muy caro.
Aquella mañana tuvo lugar de nuevo la situación habitual.
- Prepáralo. – ordenó Haren, nada más ver aparecer al chico en las caballerizas. Como era de esperar ni siquiera le miró, ni le saludó.
- Sí, mi señor. – respondió el rubio, entrecerrando sus ojos ambarinos con resignación.
Se encaminó sin dudar hacia uno de los caballos. Después de tanto tiempo no necesitaba preguntar. Sabía de sobra cuál iba a ser la elección del joven. Lo ensilló, moviendo las manos de forma mecánica pero consciente de que tenía dos ojos negros clavados en la nuca. Sabía de sobra que Haren jamás miraba a los ojos a ningún sirviente y raras veces a uno de los suyos. Pero podía sentir claramente esa esquiva mirada a sus espaldas, que le producía escalofríos.
Le molestaba tanto, que estaba apretando la cinta que sujetaba la silla más de la cuenta, sin percatarse de los resoplidos que daba el caballo, nervioso, piafando en señal de protesta.
Haren, silencioso como un gato, se acercó y acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo. Daniel reparó su error justo a tiempo de ver lo que estaba haciendo el castaño. Se sorprendió bastante de que alguien como él, que no sabía nada del trato con animales, supiera que le ocurría al caballo y cómo tranquilizarle. Tal vez fuera más sensible de lo que aparentaba a simple vista. Aunque no lo demostrara nunca.
- ¿Qué estás mirando? – dijo, el mayor, en tono neutro. – Apártate de ahí, antes de que lo ahogues.
El menor obedeció, todavía pensativo. Haren se subió al caballo con ligereza y se marchó al trote, sin mirarle y, por supuesto sin despedirse. Daniel, acostumbrado ya a aquel comportamiento, simplemente se encogió de hombros y reanudó sus tareas. A pesar de no poder eliminar aquel gesto compasivo y sensible del que había sido testigo de su mente, le costaba creer que tuviera esos sentimientos, aunque no fueran dedicados a seres humanos.
Se obligó a sí mismo a dejar de perder el tiempo cavilando sobre una causa perdida. Tenía cosas mucho más importantes que hacer ocupando cada segundo de su tiempo. Despreciaba aquel tipo de vida, a pesar de ser consciente de que, para ser un simple campesino, había tenido suerte trabajando en algo que se le daba bien y, por tanto, le costaba menos esfuerzo. Además le gustaban los animales y, en cierto modo, disfrutaba con su trabajo. Pero no había un día en el que no deseara escapar lejos de aquel lugar, abandonarlo todo e ir hacia donde pudiera alcanzar la libertad y ser realmente feliz.
Haren, por su parte, tan sólo ansiaba la tranquilidad que la soledad podía proporcionarle. Y que últimamente había encontrado en lo más recóndito de aquella pequeña selva.
Concretamente, en un claro con un estanque junto al que solía descansar, y pensar.
La única compañía que apreciaba era la de aquellas plantas y animales. Eran los únicos de los que no podía temer ningún daño a su corazón. No necesitaba protegerse bajo una máscara de impasibilidad e indiferencia cuando en realidad se sentía roto por dentro. Sólo allí podía desahogarse y ser él mismo. Cuando la muerte de su madre era aún un hecho reciente, solía pasar las horas en ese lugar llorándola hasta quedarse sin lágrimas, gotas saladas que se fundían con el agua dulce, ocultándolas para siempre.
Nadie solía echarle de menos y quizá fuera mejor así. De todas formas comenzaba a anochecer y el bosque no era seguro en la penumbra. Subió de nuevo al caballo y emprendió el camino de vuelta que conocía prácticamente de memoria a galope tendido antes de que la oscuridad se cerniera sobre ellos.
Unos días más tarde, con la primavera luciendo en todo su esplendor, tuvo lugar la tan esperada boda, representando la unión de dos de los feudos más fértiles y ricos de aquellas tierras. Como era de prever, la ceremonia tuvo lugar a última hora de la tarde.
Cuando el sermón del sacerdote comenzaba a alargarse, la mayoría de los oyentes desviaban su atención de él para concentrarla en sus propios pensamientos. Incluso los más devotos como Haren, no podían evitar dormirse en los laureles. El único que bebía las palabras del cura como agua de mayo era el novio, con una mirada ilusionada y una sonrisa de oreja a oreja.
Sanae sin embargo no parecía compartir su entusiasmo. Se la notaba nerviosa, preocupada, le temblaba un tanto la voz al pronunciar los votos y, en el momento de intercambiar los anillos, sus movimientos se volvieron bastante torpes. Parecía que algo le impidiera asumir su nueva situación, algo que no quisiera contar.
A la ceremonia le siguió una fiesta por todo lo alto en la casa del novio. Una alegre celebración bajo las estrellas, con trovadores para entretener con sus historias y animar a la gente a bailar al son de la música. Grandes mesas repletas de comida de todo tipo, y barriles de vino vaciándose a una velocidad vertiginosa.
Haren había asistido por pura cortesía, pero aquel ambiente alegre y festivo no encajaba en absoluto con él. Se mantenía al margen de la celebración, justo al contrario que su hermano que, por lo visto, se lo estaba pasando en grande. No se le había borrado la sonrisa de la cara en toda la noche, aunque se había vuelto algo vacilante, seguramente por culpa de la bebida. Se acercó a su hermano con un par de copas en las manos.
- ¡Venga hermanito! Tómate un trago a mi salud. – dijo el mayor, ofreciéndole una copa.
Haren la aceptó para contentarle y ambos brindaron por el nuevo futuro que le esperaba a Jerome al lado de la mujer más hermosa de todo el reino, según decía éste último sin despegar los ojos de su joven y reciente esposa que se encontraba charlando con otras cortesanas en un grupo cercano. Destacaba entre todas ellas debido a que, entre el tono de su piel y el de sus vestiduras, tan sólo restaban sus ojos rojos aportando una nota de color a su figura.
El mayor de los hermanos apuró la copa de un solo trago y fue a reunirse de nuevo con sus invitados, tras intentar sin éxito que el pequeño se uniera a ellos.
Haren se quedó a solas de nuevo. A falta de otra cosa mejor que hacer se terminó tranquilamente el vino. Era mucho mejor que el que solían tomar normalmente, dado que lo habían estado reservando para una ocasión especial cómo aquélla. Así que, ¿por qué no aprovecharla? Pero no había previsto que aquél era bastante más embriagador que al que estaba acostumbrado. No se daba apenas cuenta de lo que hacía. Sólo pensaba en que, gracias a eso, su tristeza y sus preocupaciones se desvanecían como por arte de magia. De repente, se encontraba charlando animadamente con todo el mundo, la mayoría de ellos en un estado similar al suyo.
Al cabo de unas horas todos los invitados se habían retirado por fin, y los criados recogían los restos de la fiesta. Todos ellos habían tenido que ayudar antes, durante, y después de ella, dada la cantidad de trabajo que suponía atender a todos.
Haren se había quedado en un rincón, adormecido a causa del alcohol y bastante mareado.
Trató sin demasiado éxito de caminar pegado al muro del patio hasta que chocó contra una figura que consiguió sostenerle antes de que cayera.
Daniel había reaccionado por puro acto reflejo, sin darse cuenta de quién se había chocado con él.
- Ayúdame. – dijo el noble con un hilo de voz. No sabía quien le estaba sosteniendo pero no podría llegar a su habitación por su propio pie.
El rubio no tenía la más mínima intención de socorrerle, pero se arriesgaba a sufrir represalias. Con un suspiro de resignación, tiró del joven hacia él para sostenerle con más firmeza y ayudarle a caminar, pero Haren tropezó y perdió el equilibrio apoyándose en quien tenía más cerca. La casualidad hizo que sus labios se posaran sobre los de Daniel.
Por unos instantes el tiempo pareció detenerse. El menor no se atrevió a mover ni un músculo, temeroso de romper aquel débil contacto, que le había producido un inexplicable vuelco al corazón. Cuando, tras unos segundos, fue consciente de lo que sucedía, le separó con brusquedad, aunque el chico no parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de ocurrir. Echó un rápido vistazo a los demás sirvientes en busca de posibles testigos, pero al parecer la noche se había encargado de ocultarles de miradas indiscretas. Todavía confuso, pasó un brazo del chico alrededor de su cuello, para servirle de apoyo. Tras una lenta caminata, Daniel dejó a Haren tendido en su cama, donde se quedó dormido al instante. El rubio salió de la habitación, y volvió sobre sus pasos para continuar con sus tareas mientras rezaba para que el vino hiciera olvidar a Haren aquel incidente y lo más importante, la falta de reacción del menor ante él.
miércoles, 5 de septiembre de 2007
Haren & Daniel (sí, es otra de chicos)
Esta historia no tiene título así que pongo el provisional. Es la primera original que hago. Si os gustan los romances de chicos y la época feudal, esta historia es para vosotr@s.
Capítulo 1
Haren se encontraba en las almenas, su refugio favorito, ya que no solía haber nadie salvo en las rondas de guardia. Observaba, perdido en sus pensamientos, los entrenamientos que realizaba su hermano mayor en el patio del castillo bajo la supervisión de su padre, el noble Wilhem, señor de aquellas tierras. Siempre había sido así. Su hermano Jerome era el heredero de la familia al ser el primogénito y su padre se había volcado en su educación olvidando la mayoría del tiempo que tenía otro hijo. Era la costumbre que el mayor heredara todas las tierras, con el fin de no fragmentarlas y tener un feudo grande y rico, mientras que los hijos menores como Haren estaban destinados a ser monjes o, con suerte, caballeros andantes. Debido a esa falta de atención Haren se había criado con su madre, Alea. Había pasado los primeros dieciocho años de su vida entre mujeres por lo que su actual manera de pensar distaba mucho de la de los hombres de su entorno. Tras la muerte de su madre, de la que no hacía un año, se había vuelto taciturno y melancólico. El tiempo de luto obligatorio había pasado pero Haren seguía vistiendo siempre de negro porque, al contrario de los demás, era incapaz de superar su pérdida.
Tan sólo conservaba una de las cintas, de color rojo oscuro, que utilizaba Alea para adornarse el pelo. La usaba para recoger su largo y liso cabello castaño oscuro que casi alcanzaba la media espalda, mientras que unos pocos mechones más cortos caían libres a ambos lados de su rostro agitados por el frío viento de aquella mañana.
- ¡Haren, ¿qué haces ahí parado?! ¡Te vas a resfriar! – gritó Wilhem, para hacerse oír desde aquella distancia.
“Como si te importara” pensó Haren, ignorándole por completo.
- ¡Ven a entrenar un poco con tu hermano, te vendrá bien!
El chico suspiró y, con desgana, sin prisa, comenzó a descender las amplias escaleras y largos corredores que le conducirían al patio de armas. De cuando en cuando se cruzaba con los sirvientes del castillo frente a los cuales solía comportarse con la altanería de un príncipe dado que, a pesar de no haber sido educado para gobernar, sí le habían inculcado, como a todos, una conciencia social que le impulsaba a creerse mejor que ellos únicamente por su posición en la sociedad.
Poco imaginaba en aquellos instantes que aquella percepción, entre muchas otras, iba a acabar desmoronándose ante sus ojos.
Apenas había puesto un pie al otro lado del umbral cuando una espada de madera tosca y bastante pesada aterrizó en sus manos. No necesitaba más aviso que aquel para iniciar el combate. Llevaban a cabo aquel tipo de prácticas muy a menudo con el único fin de mejorar la preparación física de Jerome. Haren era uno de los pocos que podía entablar una lucha con él sin caer en los primeros instantes.
Su hermano mayor luchaba bastante bien, con estocadas precisas repletas de una inmensa fuerza. Una sola era suficiente para derribar a sus oponentes.
Haren había aprendido, con el paso de los años, a esquivarlas, desarrollando una técnica de combate puramente defensiva. Era delgado y poseía una gran agilidad pero no era muy hábil en la técnica de la esgrima. No le hubiera servido de mucho teniendo en cuenta que, a pesar de su rapidez, no encontraba oportunidad de atacar. Fue una larga y agotadora pelea que finalizó, como era costumbre, con la victoria del mayor, tras haber aprovechado un pequeño descuido en la férrea defensa de su hermano, dejándole en el suelo con la inofensiva espada apuntándole al pecho. Ambos jadeaban por el esfuerzo, exhaustos.
- No está mal, pequeñajo. Dijo Jerome sonriendo. – Si te quitaras esas greñas tal vez consiguieras verme venir. Además, – añadió burlón – entre el pelo y la cara te acabarán confundiendo con una chica. Seguro que ya te han salido pretendientes.
No era la primera vez que hacía comentarios similares pero a Haren no le molestaban lo más mínimo. Probablemente otro hombre se hubiera sentido humillado o avergonzado ante esa comparación o ante el hecho de que le atribuyeran pretendientes masculinos. Pero a él simplemente, le resbalaba la imagen que pudiera dar. A su hermano, sin embargo no le faltaba razón, ya que Haren tenía unas facciones suaves que enmarcaban sus enormes ojos negros y profundos como una noche de luna nueva. Al contrario que su hermano mayor, de facciones cuadradas enmarcadas por un cabello castaño muy corto. A sus veinticuatro años resultaba bastante atractivo y su popularidad entre las mujeres así lo demostraba.
Jerome estaba con muy buen ánimo aquel día, con un brillo de júbilo en sus ojos verdes. Aquel día vendría de visita su futura esposa, Sanae. Aquella sería la primera vez que se verían y el chico estaba nervioso e impaciente ante esa expectativa. Igual que un niño a punto de abrir su regalo de cumpleaños. La boda no tendría lugar hasta varios meses más tarde cuando la joven alcanzara la edad casadera. Estaba previsto que ella y su padre alcanzaran las puertas del castillo al ocaso.
A lo largo de aquel día todos los sirvientes del castillo se ocuparon únicamente de preparar la velada que tendría lugar aquella noche, limpiando y ordenando el salón principal y preparando exquisitos manjares con los que impresionar y deleitar a sus huéspedes. Jerome colaboró con los preparativos añadiendo el plato principal de aquel banquete: un ciervo que él mismo había abatido mientras iba de caza en el frondoso bosque que limitaba el feudo.
El bosque era un lugar tan lleno de vegetación que en algunas zonas el paso a caballo resultaba imposible. Pero también por eso era un magnífico coto de caza, lleno de plantas y animales de muchas especies. Aunque también podía ser un lugar apartado y tranquilo en el que desconectar, por unos instantes de la realidad que se extendía fuera de él. Toda la gente del feudo tenía libre acceso a él y a los recursos que ofrecía. Tal era su riqueza, que la noble familia se permitía el lujo de no reclamarlo como un privilegio propio. Sin embargo no eran muchos los que se atrevían a internarse en lo más profundo e inaccesible del bosque.
Con la escasa luz anaranjada del crepúsculo llegó la pequeña comitiva a la cima de la colina donde se alzaba el castillo. Los tres miembros de la familia, que habían salido a recibirles, descubrieron entonces la razón por la que la reunión se había postergado a una hora tan poco usual como aquella. El señor del feudo vecino y su hija aparecieron a caballo escoltados por su guardia personal.
Sanae era una joven de catorce años y mediana estatura, con la piel y el cabello blancos como la nieve y sus ojos, relucientes rubíes centelleando bajo aquella luz, que los hacía casi irreales. Se protegía del frío y de los últimos rayos de sol con una capa de viaje que la cubría hasta los tobillos.
A pesar de su acusada palidez, era una muchacha muy hermosa tal como lo demostraban los ojos de su futuro esposo, abiertos como platos.
Mientras sus respectivos padres se saludaban efusivamente como buenos amigos, los prometidos se estudiaban mutuamente a una cautelosa distancia. Sanae le dirigía fugaces miradas repletas de miedo y curiosidad al mismo tiempo. Parecía obvio que aquella situación la incomodaba, ya que no había pronunciado una palabra, ni siquiera un simple saludo. Jerome continuaba embobado contemplándola. Todos sus intentos por iniciar una conversación se desvanecían antes incluso de salir de sus labios, tenía la mente completamente en blanco.
De casualidad, la vacilante mirada de la joven se topó con dos esferas negras que observaban la escena con cierta indiferencia, desde un rincón apartado del grupo.
El chico le devolvió una mirada opaca y vacía, que la hizo estremecerse de la cabeza a los pies. Desprendía un aura de melancolía capaz de envenenar el corazón de cualquiera que fuera lo suficientemente sensible para percibirla. Aparentaba una serenidad que no sentía, pero que protegía lo que fuera que producía aquellos sentimientos negativos.
Finalmente, Haren le saludó con un leve movimiento de cabeza. Un gesto impersonal de fría cordialidad. Sin mostrar el más mínimo afecto o interés, levantando una barrera emocional entre sí mismo y el exterior. Sin embargo, Sanae no dejó de percibir algo diferente en él, algo que le distinguía de sus semejantes, pero sin acertar a comprender qué era, aquello que le fascinaba, que le impedía apartar la vista de aquellos profundos pozos llenos de oscuridad.
Al cabo de un rato, el pequeño grupo entró en el castillo.
Cenaron todos en torno a la mesa central, ya cubierta de los sabrosos manjares preparados con esmero para la ocasión. A la suave luz de los candiles dieron buena cuenta de lo que, como orgullosamente proclamaba, Jerome había conseguido cazar.
Buscaba causar una buena primera impresión a su futuro suegro demostrando su habilidad en aquellas actividades que tan importantes eran para la mayoría de los hombres como prueba de su masculinidad.
Y, en efecto, el comentario no se hizo esperar.
- Vaya, ahora sé que a mi hija no le faltará buena comida. Y espero que tampoco buena compañía.
Sanae enrojeció al instante haciendo que sus mejillas contrastaran con su pálido rostro.
Todos los demás rieron con ganas salvo Haren que torció el gesto en una mueca de desagrado. Había escuchado suficientes conversaciones femeninas como para intuir que la chica no iba a poder elegir libremente si deseaba “compañía”.
La joven debía pensar algo semejante puesto que se había quedado muda, con la preocupación pintada en sus ojos. Sin embargo, la reacción de Haren, sentado frente a ella, no le había pasado desapercibida. De nuevo percibió en él algo distinto. No parecía compartir las mismas opiniones que sus semejantes. O puede que, simplemente, lo considerara una broma de mal gusto.
Haren nunca se molestaba en ocultar sus opiniones, no se avergonzaba de la educación que había recibido, mayormente impartida por mujeres. Le convertía en alguien fuera de lo común, una pieza sin lugar en el puzzle de la sociedad concediéndole todo el aislamiento que pudiera desear Especialmente desde que creía haberse quedado completamente sólo en el mundo. No le gustaba demasiado la gente como la que solía haber en su entorno, nobles de mentes cerradas, obsesionados con las opiniones de los demás.
Al poco rato, cansado de escuchar por enésima vez las mismas conversaciones, el menor se retiró a su habitación despidiéndose de sus huéspedes con un murmullo apenas audible. Le dirigió una última mirada a Sanae, dándose cuenta entonces de que llevaba observándole un buen rato.
La joven se sonrojó de nuevo apartando al fin la vista y murmurando a su vez una despedida. El chico se marchó, un tanto confundido por la reacción de la chica. Juraría haber visto un rastro de decepción en sus ojos.
Capítulo 1
Haren se encontraba en las almenas, su refugio favorito, ya que no solía haber nadie salvo en las rondas de guardia. Observaba, perdido en sus pensamientos, los entrenamientos que realizaba su hermano mayor en el patio del castillo bajo la supervisión de su padre, el noble Wilhem, señor de aquellas tierras. Siempre había sido así. Su hermano Jerome era el heredero de la familia al ser el primogénito y su padre se había volcado en su educación olvidando la mayoría del tiempo que tenía otro hijo. Era la costumbre que el mayor heredara todas las tierras, con el fin de no fragmentarlas y tener un feudo grande y rico, mientras que los hijos menores como Haren estaban destinados a ser monjes o, con suerte, caballeros andantes. Debido a esa falta de atención Haren se había criado con su madre, Alea. Había pasado los primeros dieciocho años de su vida entre mujeres por lo que su actual manera de pensar distaba mucho de la de los hombres de su entorno. Tras la muerte de su madre, de la que no hacía un año, se había vuelto taciturno y melancólico. El tiempo de luto obligatorio había pasado pero Haren seguía vistiendo siempre de negro porque, al contrario de los demás, era incapaz de superar su pérdida.
Tan sólo conservaba una de las cintas, de color rojo oscuro, que utilizaba Alea para adornarse el pelo. La usaba para recoger su largo y liso cabello castaño oscuro que casi alcanzaba la media espalda, mientras que unos pocos mechones más cortos caían libres a ambos lados de su rostro agitados por el frío viento de aquella mañana.
- ¡Haren, ¿qué haces ahí parado?! ¡Te vas a resfriar! – gritó Wilhem, para hacerse oír desde aquella distancia.
“Como si te importara” pensó Haren, ignorándole por completo.
- ¡Ven a entrenar un poco con tu hermano, te vendrá bien!
El chico suspiró y, con desgana, sin prisa, comenzó a descender las amplias escaleras y largos corredores que le conducirían al patio de armas. De cuando en cuando se cruzaba con los sirvientes del castillo frente a los cuales solía comportarse con la altanería de un príncipe dado que, a pesar de no haber sido educado para gobernar, sí le habían inculcado, como a todos, una conciencia social que le impulsaba a creerse mejor que ellos únicamente por su posición en la sociedad.
Poco imaginaba en aquellos instantes que aquella percepción, entre muchas otras, iba a acabar desmoronándose ante sus ojos.
Apenas había puesto un pie al otro lado del umbral cuando una espada de madera tosca y bastante pesada aterrizó en sus manos. No necesitaba más aviso que aquel para iniciar el combate. Llevaban a cabo aquel tipo de prácticas muy a menudo con el único fin de mejorar la preparación física de Jerome. Haren era uno de los pocos que podía entablar una lucha con él sin caer en los primeros instantes.
Su hermano mayor luchaba bastante bien, con estocadas precisas repletas de una inmensa fuerza. Una sola era suficiente para derribar a sus oponentes.
Haren había aprendido, con el paso de los años, a esquivarlas, desarrollando una técnica de combate puramente defensiva. Era delgado y poseía una gran agilidad pero no era muy hábil en la técnica de la esgrima. No le hubiera servido de mucho teniendo en cuenta que, a pesar de su rapidez, no encontraba oportunidad de atacar. Fue una larga y agotadora pelea que finalizó, como era costumbre, con la victoria del mayor, tras haber aprovechado un pequeño descuido en la férrea defensa de su hermano, dejándole en el suelo con la inofensiva espada apuntándole al pecho. Ambos jadeaban por el esfuerzo, exhaustos.
- No está mal, pequeñajo. Dijo Jerome sonriendo. – Si te quitaras esas greñas tal vez consiguieras verme venir. Además, – añadió burlón – entre el pelo y la cara te acabarán confundiendo con una chica. Seguro que ya te han salido pretendientes.
No era la primera vez que hacía comentarios similares pero a Haren no le molestaban lo más mínimo. Probablemente otro hombre se hubiera sentido humillado o avergonzado ante esa comparación o ante el hecho de que le atribuyeran pretendientes masculinos. Pero a él simplemente, le resbalaba la imagen que pudiera dar. A su hermano, sin embargo no le faltaba razón, ya que Haren tenía unas facciones suaves que enmarcaban sus enormes ojos negros y profundos como una noche de luna nueva. Al contrario que su hermano mayor, de facciones cuadradas enmarcadas por un cabello castaño muy corto. A sus veinticuatro años resultaba bastante atractivo y su popularidad entre las mujeres así lo demostraba.
Jerome estaba con muy buen ánimo aquel día, con un brillo de júbilo en sus ojos verdes. Aquel día vendría de visita su futura esposa, Sanae. Aquella sería la primera vez que se verían y el chico estaba nervioso e impaciente ante esa expectativa. Igual que un niño a punto de abrir su regalo de cumpleaños. La boda no tendría lugar hasta varios meses más tarde cuando la joven alcanzara la edad casadera. Estaba previsto que ella y su padre alcanzaran las puertas del castillo al ocaso.
A lo largo de aquel día todos los sirvientes del castillo se ocuparon únicamente de preparar la velada que tendría lugar aquella noche, limpiando y ordenando el salón principal y preparando exquisitos manjares con los que impresionar y deleitar a sus huéspedes. Jerome colaboró con los preparativos añadiendo el plato principal de aquel banquete: un ciervo que él mismo había abatido mientras iba de caza en el frondoso bosque que limitaba el feudo.
El bosque era un lugar tan lleno de vegetación que en algunas zonas el paso a caballo resultaba imposible. Pero también por eso era un magnífico coto de caza, lleno de plantas y animales de muchas especies. Aunque también podía ser un lugar apartado y tranquilo en el que desconectar, por unos instantes de la realidad que se extendía fuera de él. Toda la gente del feudo tenía libre acceso a él y a los recursos que ofrecía. Tal era su riqueza, que la noble familia se permitía el lujo de no reclamarlo como un privilegio propio. Sin embargo no eran muchos los que se atrevían a internarse en lo más profundo e inaccesible del bosque.
Con la escasa luz anaranjada del crepúsculo llegó la pequeña comitiva a la cima de la colina donde se alzaba el castillo. Los tres miembros de la familia, que habían salido a recibirles, descubrieron entonces la razón por la que la reunión se había postergado a una hora tan poco usual como aquella. El señor del feudo vecino y su hija aparecieron a caballo escoltados por su guardia personal.
Sanae era una joven de catorce años y mediana estatura, con la piel y el cabello blancos como la nieve y sus ojos, relucientes rubíes centelleando bajo aquella luz, que los hacía casi irreales. Se protegía del frío y de los últimos rayos de sol con una capa de viaje que la cubría hasta los tobillos.
A pesar de su acusada palidez, era una muchacha muy hermosa tal como lo demostraban los ojos de su futuro esposo, abiertos como platos.
Mientras sus respectivos padres se saludaban efusivamente como buenos amigos, los prometidos se estudiaban mutuamente a una cautelosa distancia. Sanae le dirigía fugaces miradas repletas de miedo y curiosidad al mismo tiempo. Parecía obvio que aquella situación la incomodaba, ya que no había pronunciado una palabra, ni siquiera un simple saludo. Jerome continuaba embobado contemplándola. Todos sus intentos por iniciar una conversación se desvanecían antes incluso de salir de sus labios, tenía la mente completamente en blanco.
De casualidad, la vacilante mirada de la joven se topó con dos esferas negras que observaban la escena con cierta indiferencia, desde un rincón apartado del grupo.
El chico le devolvió una mirada opaca y vacía, que la hizo estremecerse de la cabeza a los pies. Desprendía un aura de melancolía capaz de envenenar el corazón de cualquiera que fuera lo suficientemente sensible para percibirla. Aparentaba una serenidad que no sentía, pero que protegía lo que fuera que producía aquellos sentimientos negativos.
Finalmente, Haren le saludó con un leve movimiento de cabeza. Un gesto impersonal de fría cordialidad. Sin mostrar el más mínimo afecto o interés, levantando una barrera emocional entre sí mismo y el exterior. Sin embargo, Sanae no dejó de percibir algo diferente en él, algo que le distinguía de sus semejantes, pero sin acertar a comprender qué era, aquello que le fascinaba, que le impedía apartar la vista de aquellos profundos pozos llenos de oscuridad.
Al cabo de un rato, el pequeño grupo entró en el castillo.
Cenaron todos en torno a la mesa central, ya cubierta de los sabrosos manjares preparados con esmero para la ocasión. A la suave luz de los candiles dieron buena cuenta de lo que, como orgullosamente proclamaba, Jerome había conseguido cazar.
Buscaba causar una buena primera impresión a su futuro suegro demostrando su habilidad en aquellas actividades que tan importantes eran para la mayoría de los hombres como prueba de su masculinidad.
Y, en efecto, el comentario no se hizo esperar.
- Vaya, ahora sé que a mi hija no le faltará buena comida. Y espero que tampoco buena compañía.
Sanae enrojeció al instante haciendo que sus mejillas contrastaran con su pálido rostro.
Todos los demás rieron con ganas salvo Haren que torció el gesto en una mueca de desagrado. Había escuchado suficientes conversaciones femeninas como para intuir que la chica no iba a poder elegir libremente si deseaba “compañía”.
La joven debía pensar algo semejante puesto que se había quedado muda, con la preocupación pintada en sus ojos. Sin embargo, la reacción de Haren, sentado frente a ella, no le había pasado desapercibida. De nuevo percibió en él algo distinto. No parecía compartir las mismas opiniones que sus semejantes. O puede que, simplemente, lo considerara una broma de mal gusto.
Haren nunca se molestaba en ocultar sus opiniones, no se avergonzaba de la educación que había recibido, mayormente impartida por mujeres. Le convertía en alguien fuera de lo común, una pieza sin lugar en el puzzle de la sociedad concediéndole todo el aislamiento que pudiera desear Especialmente desde que creía haberse quedado completamente sólo en el mundo. No le gustaba demasiado la gente como la que solía haber en su entorno, nobles de mentes cerradas, obsesionados con las opiniones de los demás.
Al poco rato, cansado de escuchar por enésima vez las mismas conversaciones, el menor se retiró a su habitación despidiéndose de sus huéspedes con un murmullo apenas audible. Le dirigió una última mirada a Sanae, dándose cuenta entonces de que llevaba observándole un buen rato.
La joven se sonrojó de nuevo apartando al fin la vista y murmurando a su vez una despedida. El chico se marchó, un tanto confundido por la reacción de la chica. Juraría haber visto un rastro de decepción en sus ojos.
Un simple...capítulo 14
Capítulo 14: Un regalo muy especial
Dedicado a mi sensei y megami que me animó a escribir en papel lo que solo existía en mi mente. Eres mi musa!!! Tu colaboración ha sido imprescindible.
A Kirtash no le costó demasiado intuir lo que trataba de decirle pero aun así se quedó un tanto sorprendido. Nunca hubiera creído que fuera él, el que diera el primer paso. Sin embargo...
- Jack...mírame a los ojos. – susurró. El joven se mostraba reacio a hacerlo. Kirtash acarició la mejilla del chico con mucha suavidad guiando su rostro hasta que sus miradas se cruzaron.
- ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? – preguntó en el mismo tono.
Los ojos de Jack parecían llamear con el fuego del dragón que latía en su interior como un volcán a punto de despertar. Pero eran serenos y sinceros.
- Sí. Pero no sé...
El shek le interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
- Deja eso en mis manos. – le dijo al oído. – No te pongas tan nervioso. No voy a hacer nada que tú no quieras.
- ¿Quién ha dicho que esté nervioso? – saltó Jack.
- Tú mismo. Te temblaban los labios. Sólo relájate y déjate llevar. El resto vendrá solo.
La verdad era que no le resultaba complicado. Las manos de Kirtash acariciaban suavemente su torso mientras sus labios recorrían su nuca y su cuello, con gran lentitud. Pasó a sus hombros retirando su camisa con movimientos tan suaves que Jack apenas se dio cuenta. El shek le empujó suavemente boca arriba sobre la cama y le volvió a besar en los labios con más intensidad que nunca. Aunque utilizara todos sus esfuerzos para mantener el control cada vez le era más difícil. Nunca antes había sentido algo con tanta intensidad como en ese momento. Más aún cuando su cálida piel estaba en contacto con la suya causándole un torrente de nuevas sensaciones muy distintas a las que debería tener un shek.
Jack crispó las manos sobre la almohada mientras arqueaba suavemente la espalda. Los nervios se habían apoderado de él nuevamente consciente de que había llegado el momento de la verdad. Kirtash las entrelazó entre las suyas en gesto tranquilizador. Sabía lo que debía significar aquello para él, un paso muy importante. Precisamente por esa razón se negaba a dejarse llevar por su instinto para poder cuidar hasta su más mínimo gesto, en un intento de hacérselo más fácil.
El dragón disfrutaba con aquello al fin libre de los límites que el mismo se había impuesto. Su compañero le inspiraba tranquilidad, una confianza ciega y le trataba con dulzura y delicadeza. Podía sentir su frío y rítmico aliento sobre el cuello erizándole el vello de la nuca y provocándole pequeños escalofríos que le recorrían la espalda. Se dio cuenta de cómo su mano se deslizaba hacia abajo y se dejo llevar como nunca lo había hecho hasta entonces.
Finalmente, Kirtash se tumbó a su lado, cansado y con la frente perlada de sudor pero con una sonrisa de placer dibujada en los labios.
Pero Jack no estaba dispuesto a dejar las cosas así.
- No sólo tienes que saber dar sino también recibir. – dijo con una pícara sonrisa. – No dejaré que te vayas impune.
Y atacó su cuello, su punto débil, con besos largos e intensos logrando que su compañero se dejara llevar sólo por sus sentimientos. El dragón era más intenso y mucho menos delicado que su compañero expresando su amor directamente y sin rodeos. Oía los gemidos de Kirtash mientras bajaba por su torso con besos delicados, cortos y rápidos. Hasta que acabó, rendido, durmiendo profunda y tranquilamente por primera vez desde hacía tiempo.
Kirtash salió al balcón para refrescarse y aclarar sus ideas. El frío aire de la noche contrastaba con su piel, más tibia que nunca. Aún trataba de comprender lo que acababa de ocurrir. Durante un largo rato había dejado de ser dueño de sí mismo, la realidad se había desvanecido a su alrededor, dejando su mente en blanco. Nunca le había gustado quedar a merced de nadie pero en ese caso no le importaba. Se sentía bien, mejor que en toda su vida. Acababan de romper el último tabú que se alzaba entre ellos. Su relación era más sólida que nunca, con plena confianza. Suspiró y volvió a la cama. Le estaba entrando frío.
Jack despertó a la mañana siguiente cerca del mediodía. Aun así la habitación se encontraba en penumbra. Alguien había cerrado las cortinas para impedir que entrara la luz del día. Por eso no se había despertado hasta entonces. Al principio le costó averiguar dónde se encontraba. Estaba solo, en una habitación vagamente conocida y completamente desnudo. Poco a poco recordó lo que había sucedido la noche anterior de forma un tanto confusa. Enrojeció y se desperezó, adormilado, a la vez que se vestía con la ropa que buscaba tanteando al azar, aunque no logró encontrar la camisa. Decidió ir a comer algo. Si lograba encontrar la cocina. Fue casi a ciegas hacia la puerta y quedó deslumbrado por la luz del sol que atravesaba el resto de las ventanas, cegándole. Caminó protegiéndose los ojos como si de un vampiro se tratase. Cuando se acostumbró de nuevo a la luz encontró su objetivo con facilidad.
- Buenos días dormilón. – saludó Kirtash, rodeándole la cintura por detrás y apoyando la cabeza en su hombro. - ¿Qué tal estás?
Jack sonrió para sí. Sabía exactamente a lo que se refería.
- Mejor que nunca. – respondió, volviéndose para poder mirarle a los ojos.
- ¿Y tú?
- Igual – contestó con una sonrisa. – Aunque ya lo sabes, ¿no?
Jack desvió la mirada hacia su mano derecha en la que lucía Shiskatchegg. Ahora que se daba cuenta, sí percibía sensaciones.
- Ciertas cosas prefiero que me las digas tú. – replicó utilizando la excusa de la que el shek se había valido hacía varios meses.
- Lo cierto es que fue Victoria la que me lo dio para ti. Así que, en realidad es su regalo, yo no te he dado nada.
- ¿Nada? Me has hecho un regalo muy especial. No imaginas cuánto.
- Considéralo así si quieres. Pero ha sido cosa de los dos, no sólo mía.
- No es sólo eso es...la forma en que me trataste. Gracias. – dijo y le besó con ternura.
- No hay de qué. En serio.
- Tengo que irme. Ya deben estar echándome de menos.
- Creerán que te he secuestrado. –dijo el shek, encogiéndose de hombros.
- ¿Vas a ir así?
– No la he encontrado. – replicó Jack.
- Por mí mejor, pero tus amigos pueden hacerse una mala idea. – dijo el shek, con una media sonrisa y le señaló el sofá con la cabeza.
Jack le devolvió la sonrisa y fue a recogerla. No recordaba haberla dejado allí.
- ¿Y cuándo volveré a tener noticias tuyas? – dijo, con cierto tono de reproche.
- Llámame a través del anillo y acudiré en tu busca. – respondió Kirtash.
– Para lo que necesites. – añadió, ligeramente burlón.
Dedicado a mi sensei y megami que me animó a escribir en papel lo que solo existía en mi mente. Eres mi musa!!! Tu colaboración ha sido imprescindible.
A Kirtash no le costó demasiado intuir lo que trataba de decirle pero aun así se quedó un tanto sorprendido. Nunca hubiera creído que fuera él, el que diera el primer paso. Sin embargo...
- Jack...mírame a los ojos. – susurró. El joven se mostraba reacio a hacerlo. Kirtash acarició la mejilla del chico con mucha suavidad guiando su rostro hasta que sus miradas se cruzaron.
- ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? – preguntó en el mismo tono.
Los ojos de Jack parecían llamear con el fuego del dragón que latía en su interior como un volcán a punto de despertar. Pero eran serenos y sinceros.
- Sí. Pero no sé...
El shek le interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
- Deja eso en mis manos. – le dijo al oído. – No te pongas tan nervioso. No voy a hacer nada que tú no quieras.
- ¿Quién ha dicho que esté nervioso? – saltó Jack.
- Tú mismo. Te temblaban los labios. Sólo relájate y déjate llevar. El resto vendrá solo.
La verdad era que no le resultaba complicado. Las manos de Kirtash acariciaban suavemente su torso mientras sus labios recorrían su nuca y su cuello, con gran lentitud. Pasó a sus hombros retirando su camisa con movimientos tan suaves que Jack apenas se dio cuenta. El shek le empujó suavemente boca arriba sobre la cama y le volvió a besar en los labios con más intensidad que nunca. Aunque utilizara todos sus esfuerzos para mantener el control cada vez le era más difícil. Nunca antes había sentido algo con tanta intensidad como en ese momento. Más aún cuando su cálida piel estaba en contacto con la suya causándole un torrente de nuevas sensaciones muy distintas a las que debería tener un shek.
Jack crispó las manos sobre la almohada mientras arqueaba suavemente la espalda. Los nervios se habían apoderado de él nuevamente consciente de que había llegado el momento de la verdad. Kirtash las entrelazó entre las suyas en gesto tranquilizador. Sabía lo que debía significar aquello para él, un paso muy importante. Precisamente por esa razón se negaba a dejarse llevar por su instinto para poder cuidar hasta su más mínimo gesto, en un intento de hacérselo más fácil.
El dragón disfrutaba con aquello al fin libre de los límites que el mismo se había impuesto. Su compañero le inspiraba tranquilidad, una confianza ciega y le trataba con dulzura y delicadeza. Podía sentir su frío y rítmico aliento sobre el cuello erizándole el vello de la nuca y provocándole pequeños escalofríos que le recorrían la espalda. Se dio cuenta de cómo su mano se deslizaba hacia abajo y se dejo llevar como nunca lo había hecho hasta entonces.
Finalmente, Kirtash se tumbó a su lado, cansado y con la frente perlada de sudor pero con una sonrisa de placer dibujada en los labios.
Pero Jack no estaba dispuesto a dejar las cosas así.
- No sólo tienes que saber dar sino también recibir. – dijo con una pícara sonrisa. – No dejaré que te vayas impune.
Y atacó su cuello, su punto débil, con besos largos e intensos logrando que su compañero se dejara llevar sólo por sus sentimientos. El dragón era más intenso y mucho menos delicado que su compañero expresando su amor directamente y sin rodeos. Oía los gemidos de Kirtash mientras bajaba por su torso con besos delicados, cortos y rápidos. Hasta que acabó, rendido, durmiendo profunda y tranquilamente por primera vez desde hacía tiempo.
Kirtash salió al balcón para refrescarse y aclarar sus ideas. El frío aire de la noche contrastaba con su piel, más tibia que nunca. Aún trataba de comprender lo que acababa de ocurrir. Durante un largo rato había dejado de ser dueño de sí mismo, la realidad se había desvanecido a su alrededor, dejando su mente en blanco. Nunca le había gustado quedar a merced de nadie pero en ese caso no le importaba. Se sentía bien, mejor que en toda su vida. Acababan de romper el último tabú que se alzaba entre ellos. Su relación era más sólida que nunca, con plena confianza. Suspiró y volvió a la cama. Le estaba entrando frío.
Jack despertó a la mañana siguiente cerca del mediodía. Aun así la habitación se encontraba en penumbra. Alguien había cerrado las cortinas para impedir que entrara la luz del día. Por eso no se había despertado hasta entonces. Al principio le costó averiguar dónde se encontraba. Estaba solo, en una habitación vagamente conocida y completamente desnudo. Poco a poco recordó lo que había sucedido la noche anterior de forma un tanto confusa. Enrojeció y se desperezó, adormilado, a la vez que se vestía con la ropa que buscaba tanteando al azar, aunque no logró encontrar la camisa. Decidió ir a comer algo. Si lograba encontrar la cocina. Fue casi a ciegas hacia la puerta y quedó deslumbrado por la luz del sol que atravesaba el resto de las ventanas, cegándole. Caminó protegiéndose los ojos como si de un vampiro se tratase. Cuando se acostumbró de nuevo a la luz encontró su objetivo con facilidad.
- Buenos días dormilón. – saludó Kirtash, rodeándole la cintura por detrás y apoyando la cabeza en su hombro. - ¿Qué tal estás?
Jack sonrió para sí. Sabía exactamente a lo que se refería.
- Mejor que nunca. – respondió, volviéndose para poder mirarle a los ojos.
- ¿Y tú?
- Igual – contestó con una sonrisa. – Aunque ya lo sabes, ¿no?
Jack desvió la mirada hacia su mano derecha en la que lucía Shiskatchegg. Ahora que se daba cuenta, sí percibía sensaciones.
- Ciertas cosas prefiero que me las digas tú. – replicó utilizando la excusa de la que el shek se había valido hacía varios meses.
- Lo cierto es que fue Victoria la que me lo dio para ti. Así que, en realidad es su regalo, yo no te he dado nada.
- ¿Nada? Me has hecho un regalo muy especial. No imaginas cuánto.
- Considéralo así si quieres. Pero ha sido cosa de los dos, no sólo mía.
- No es sólo eso es...la forma en que me trataste. Gracias. – dijo y le besó con ternura.
- No hay de qué. En serio.
- Tengo que irme. Ya deben estar echándome de menos.
- Creerán que te he secuestrado. –dijo el shek, encogiéndose de hombros.
- ¿Vas a ir así?
– No la he encontrado. – replicó Jack.
- Por mí mejor, pero tus amigos pueden hacerse una mala idea. – dijo el shek, con una media sonrisa y le señaló el sofá con la cabeza.
Jack le devolvió la sonrisa y fue a recogerla. No recordaba haberla dejado allí.
- ¿Y cuándo volveré a tener noticias tuyas? – dijo, con cierto tono de reproche.
- Llámame a través del anillo y acudiré en tu busca. – respondió Kirtash.
– Para lo que necesites. – añadió, ligeramente burlón.
Un simple...capítulo 13
Capítulo 13: 7 de abril
Las semanas transcurrían, sin cambios, monótonas y aburridas. Al menos a ojos de Jack. Aunque se había salvado por los pelos de que descubrieran su secreto, gracias al sueño hipnótico en el que le había sumido el shek y que había conseguido que se creyeran su torpe excusa, no se sentía mejor.
Aunque seguía teniendo a Victoria que procuraba animarle y hacerle compañía se sentía muy solo desde que había dejado de notar la presencia de Kirtash, en aquellos momentos a miles de mundos de distancia. Le había prometido que volvería pero cada día era una nueva decepción.
Al principio lo había llevado bien, sin tener preocupaciones y relacionándose con la gente sin miedo a que descubrieran nada raro. Incluso Alexander le había “perdonado” su actitud pensando que Kirtash le había manipulado.
Pero a la larga comenzó a echarle en falta con más frecuencia pasando noches en vela esperando que apareciera. Las pocas veces que lograba dormir más o menos profundamente soñaba con él. Su inconsciente le jugaba malas pasadas haciéndole revivir los momentos más íntimos y especiales que habían compartido. Pero lo peor era cuando lo que había soñado nunca había llegado a ocurrir en la realidad. Disfrutaba inconscientemente con esos sueños pero apenas despertarse le invadía la culpa y la confusión. ¿De verdad quería hacerlo, o era sólo una muestra de lo que le echaba en falta? ¿Era aquello que realmente deseaba, que surgía cuando la razón no podía impedírselo? Se sentía un tanto avergonzado a pesar de no poder controlarlos y a la vez quería poder compartirlo con alguien pero la única persona adecuada se encontraba fuera de su alcance.
Sólo él y Victoria sabían dónde había ido Kirtash. El resto de la gente se limitaba a suponer que se mantendría oculto en algún lugar cercano porque era incapaz de alejarse de Victoria aunque su propia vida estuviera en riesgo.
El shek por su parte había regresado a su apartamento de Nueva York. Su único refugio en ambos mundos. Pero tampoco él estaba del todo contento con aquella separación. Hacía tiempo que necesitaba estar solo por una temporada ya que el estar continuamente rodeado de gente le agobiaba y le consumía lentamente. Él solo se había curado las diversas heridas que le cubrían todo el cuerpo incluso las pequeñas quemaduras, consecuencia de la magia curativa de Jack. Aquello había sido imprudente e irreflexivo pero le había salvado la vida. Ésa solía ser siempre su actitud: actuar sin pensar. Era uno de sus encantos. Sentía haber dejado atrás también una parte importante de sí mismo. Se sentía incompleto, le faltaba su complementario, su opuesto. Sabía que cuanto más le echara en falta, menos podría controlar su reacción cuando volvieran a verse. Sería tan vulnerable como un simple humano, incapaz de controlar sus emociones. Su cura de soledad era una auténtica tortura emocional.
Jack se fue a la cama muy temprano alegando que estaba cansado. Últimamente sucedía con mucha frecuencia. Intentaba recuperar el sueño perdido de sus noches insomnes.
Se quedó profundamente dormido nada más apoyar la cabeza sobre la almohada. Le despertó una voz que susurraba su nombre en voz baja mientras le zarandeaba con suavidad.
- ¿Mmmh...qué pasa? – preguntó Jack a media voz.
Kirtash le tapó la boca con una mano indicándole que bajara la voz.
- ¿Qué haces aquí? – susurró Jack, aún medio dormido.
- Cumplir mi promesa. Además hoy es un día especial, ¿no? al menos en la Tierra.
- ¿De qué hablas?
- Vámonos. Aquí no podemos hablar con tranquilidad.
- ¿Adónde?
Kirtash se encogió de hombros.
- A mi casa.
Jack recorrió de un vistazo el salón reparando en un sobrio reloj que marcaba poco más de las doce. Se sentía un tanto incómodo en aquel apartamento, como un intruso invadiendo un espacio privado. Además el hecho de que estuvieran a solas le ponía cada vez más nervioso. Por culpa de esos malditos sueños. O deseos inconfesables.
Mientras, el shek mantenía su habitual tranquilidad, aparentemente ajeno a la incomodidad de Jack. Se sentó en el sofá que había en el centro y le indicó con un gesto que le imitara. Jack se sentó dejando un pequeño espacio entre ambos.
- Bueno, ¿me vas a decir por qué es un día tan especial? – preguntó Jack a bocajarro.
- Hace un cuarto de hora que es siete de abril. – respondió Kirtash con una sonrisa.
- ¿Y? – replicó Jack desconcertado.
Kirtash se inclinó hacia él y le besó con suavidad.
- Quería ser el primero en felicitarte tu cumpleaños. Y en darte un regalo. – respondió Kirtash tomándole de la mano.
Jack se puso tenso nada más notar el contacto. Su cuerpo reaccionó como si se tratase de un acto reflejo poniendo en alerta todos sus sentidos. El shek estaba muy cerca de él. Demasiado cerca. En aquel momento su corazón y su mente formaban un remolino de sentimientos confusos, refrenando el deseo de apartarse lo más lejos posible. Sin embargo, Kirtash se limitó a dejarle un pequeño objeto en la palma de la mano. Cuando lo miró descubrió que se trataba de Shiskatchegg. El anillo, vínculo de sentimientos entre Kirtash y su portador. Una forma de comunicación que cubría grandes distancias incluso entre dos mundos distintos. Daba igual lo alejados que se encontraran, ambos podían saber siempre cómo estaba la otra persona si se encontraba en algún peligro, o si le había sucedido algo. Pero también era un símbolo de su alianza, casi como un anillo de compromiso, pero con un significado mucho más profundo. Sin duda era un buen regalo pero...
- ¿Lo quieres? – preguntó el shek al ver la expresión de Jack claramente sorprendida pero tal vez un poco, ¿decepcionada?
- Claro que sí – respondió Jack con una vaga sonrisa. – Me quitará muchas preocupaciones. Es que... – vaciló. – Esperaba...otro tipo de regalo. Algo menos...material.
- ¿Cómo un beso? – aventuró el joven con una media sonrisa.
“Ahora o nunca”, pensó.
- En realidad... – el rubor le tiñó las mejillas. – esperaba...algo más que un beso. – dijo con la vista clavada en el suelo, completamente rojo.
Las semanas transcurrían, sin cambios, monótonas y aburridas. Al menos a ojos de Jack. Aunque se había salvado por los pelos de que descubrieran su secreto, gracias al sueño hipnótico en el que le había sumido el shek y que había conseguido que se creyeran su torpe excusa, no se sentía mejor.
Aunque seguía teniendo a Victoria que procuraba animarle y hacerle compañía se sentía muy solo desde que había dejado de notar la presencia de Kirtash, en aquellos momentos a miles de mundos de distancia. Le había prometido que volvería pero cada día era una nueva decepción.
Al principio lo había llevado bien, sin tener preocupaciones y relacionándose con la gente sin miedo a que descubrieran nada raro. Incluso Alexander le había “perdonado” su actitud pensando que Kirtash le había manipulado.
Pero a la larga comenzó a echarle en falta con más frecuencia pasando noches en vela esperando que apareciera. Las pocas veces que lograba dormir más o menos profundamente soñaba con él. Su inconsciente le jugaba malas pasadas haciéndole revivir los momentos más íntimos y especiales que habían compartido. Pero lo peor era cuando lo que había soñado nunca había llegado a ocurrir en la realidad. Disfrutaba inconscientemente con esos sueños pero apenas despertarse le invadía la culpa y la confusión. ¿De verdad quería hacerlo, o era sólo una muestra de lo que le echaba en falta? ¿Era aquello que realmente deseaba, que surgía cuando la razón no podía impedírselo? Se sentía un tanto avergonzado a pesar de no poder controlarlos y a la vez quería poder compartirlo con alguien pero la única persona adecuada se encontraba fuera de su alcance.
Sólo él y Victoria sabían dónde había ido Kirtash. El resto de la gente se limitaba a suponer que se mantendría oculto en algún lugar cercano porque era incapaz de alejarse de Victoria aunque su propia vida estuviera en riesgo.
El shek por su parte había regresado a su apartamento de Nueva York. Su único refugio en ambos mundos. Pero tampoco él estaba del todo contento con aquella separación. Hacía tiempo que necesitaba estar solo por una temporada ya que el estar continuamente rodeado de gente le agobiaba y le consumía lentamente. Él solo se había curado las diversas heridas que le cubrían todo el cuerpo incluso las pequeñas quemaduras, consecuencia de la magia curativa de Jack. Aquello había sido imprudente e irreflexivo pero le había salvado la vida. Ésa solía ser siempre su actitud: actuar sin pensar. Era uno de sus encantos. Sentía haber dejado atrás también una parte importante de sí mismo. Se sentía incompleto, le faltaba su complementario, su opuesto. Sabía que cuanto más le echara en falta, menos podría controlar su reacción cuando volvieran a verse. Sería tan vulnerable como un simple humano, incapaz de controlar sus emociones. Su cura de soledad era una auténtica tortura emocional.
Jack se fue a la cama muy temprano alegando que estaba cansado. Últimamente sucedía con mucha frecuencia. Intentaba recuperar el sueño perdido de sus noches insomnes.
Se quedó profundamente dormido nada más apoyar la cabeza sobre la almohada. Le despertó una voz que susurraba su nombre en voz baja mientras le zarandeaba con suavidad.
- ¿Mmmh...qué pasa? – preguntó Jack a media voz.
Kirtash le tapó la boca con una mano indicándole que bajara la voz.
- ¿Qué haces aquí? – susurró Jack, aún medio dormido.
- Cumplir mi promesa. Además hoy es un día especial, ¿no? al menos en la Tierra.
- ¿De qué hablas?
- Vámonos. Aquí no podemos hablar con tranquilidad.
- ¿Adónde?
Kirtash se encogió de hombros.
- A mi casa.
Jack recorrió de un vistazo el salón reparando en un sobrio reloj que marcaba poco más de las doce. Se sentía un tanto incómodo en aquel apartamento, como un intruso invadiendo un espacio privado. Además el hecho de que estuvieran a solas le ponía cada vez más nervioso. Por culpa de esos malditos sueños. O deseos inconfesables.
Mientras, el shek mantenía su habitual tranquilidad, aparentemente ajeno a la incomodidad de Jack. Se sentó en el sofá que había en el centro y le indicó con un gesto que le imitara. Jack se sentó dejando un pequeño espacio entre ambos.
- Bueno, ¿me vas a decir por qué es un día tan especial? – preguntó Jack a bocajarro.
- Hace un cuarto de hora que es siete de abril. – respondió Kirtash con una sonrisa.
- ¿Y? – replicó Jack desconcertado.
Kirtash se inclinó hacia él y le besó con suavidad.
- Quería ser el primero en felicitarte tu cumpleaños. Y en darte un regalo. – respondió Kirtash tomándole de la mano.
Jack se puso tenso nada más notar el contacto. Su cuerpo reaccionó como si se tratase de un acto reflejo poniendo en alerta todos sus sentidos. El shek estaba muy cerca de él. Demasiado cerca. En aquel momento su corazón y su mente formaban un remolino de sentimientos confusos, refrenando el deseo de apartarse lo más lejos posible. Sin embargo, Kirtash se limitó a dejarle un pequeño objeto en la palma de la mano. Cuando lo miró descubrió que se trataba de Shiskatchegg. El anillo, vínculo de sentimientos entre Kirtash y su portador. Una forma de comunicación que cubría grandes distancias incluso entre dos mundos distintos. Daba igual lo alejados que se encontraran, ambos podían saber siempre cómo estaba la otra persona si se encontraba en algún peligro, o si le había sucedido algo. Pero también era un símbolo de su alianza, casi como un anillo de compromiso, pero con un significado mucho más profundo. Sin duda era un buen regalo pero...
- ¿Lo quieres? – preguntó el shek al ver la expresión de Jack claramente sorprendida pero tal vez un poco, ¿decepcionada?
- Claro que sí – respondió Jack con una vaga sonrisa. – Me quitará muchas preocupaciones. Es que... – vaciló. – Esperaba...otro tipo de regalo. Algo menos...material.
- ¿Cómo un beso? – aventuró el joven con una media sonrisa.
“Ahora o nunca”, pensó.
- En realidad... – el rubor le tiñó las mejillas. – esperaba...algo más que un beso. – dijo con la vista clavada en el suelo, completamente rojo.
Un simple...capítulo 12
Capítulo 12: Problemas
- ¡¿Que habéis hecho qué?! – gritó Jack completamente fuera de sí.
Era bien entrada la madrugada cuando habían ido a avisarle.
Alexander, junto con las personas más “radicales” que vivían en la fortaleza habían decidido eliminar a Kirtash de una vez por todas. Habían logrado envenenarle con una ponzoña que le haría sufrir una lenta agonía. Según ellos era el castigo perfecto para alguien como él. Por supuesto Victoria no sabía nada. Aprovechaban el momento en el que suponían que los sentimientos de la chica estaban más débiles que nunca.
Claramente esperaban de Jack una reacción muy distinta de la que estaba demostrando. Pero en aquel momento el dragón era incapaz de mostrar indiferencia. La preocupación y la rabia crispaban su rostro cuando Alexander terminó de contárselo. No le importaba lo que pudieran pensar de su actitud. Su preocupación era únicamente la vida que se le escapaba a su compañero con cada minuto que pasaba encerrado en algún lugar de aquel castillo. No sabía cuanto tiempo le quedaba pero no estaba dispuesto a perder ni un segundo más.
- ¿Dónde está? – dijo Jack en tono calmado pero con una voz nada tranquilizadora. El fuego del dragón se reflejaba en sus ojos verdes haciéndole aún más amenazador.
- ¿Para qué demonios quieres saberlo? – respondió Alexander sorprendido por su reacción. – Será mejor para ti que desaparezca cuanto antes. Está haciendo que te comportes de una manera muy extraña.
- ¡¡He dicho que dónde está!! – rugió Jack de pronto. Aquello no tenía tanto de grito humano como del rugido de un dragón. Probablemente si no estuviera hablando con su mejor amigo le habría reducido a cenizas hacía ya tiempo.
Tal vez fuera por la autoridad que impregnaba esa frase pero el caso es que Alexander se lo dijo.
Jack se dirigió a las mazmorras sin mediar palabra todo lo rápido que le permitían las piernas. Nadie se atrevía a detenerlo. El profundo respeto por los dragones estaba muy arraigado en aquella gente y en aquel momento Jack tenía más de dragón que de humano.
No le costó encontrar la celda donde retenían al shek ya que era la única que estaba vigilada por casi todos los magos que vivían allí. Menos Shail. Alexander no se lo había dicho porque se habría opuesto firmemente al plan y tenía el poder suficiente como para evitar que lo llevaran a cabo.
Los magos se mostraron más reacios a permitirle el paso pero Jack simplemente siguió adelante. Nada podía impedir en ese momento que lograra su objetivo ni la magia ni los medios humanos.
La fuerza que guiaba sus actos era mucho más poderosa. Era la alianza forjada entre dos criaturas con el poder de semidioses.
Entró como una tromba en la celda y cerró tras de sí con un portazo que hizo temblar las paredes.
Kirtash estaba sobre el suelo hecho un ovillo con el rostro contraído en una mueca de dolor. Sin embargo ni una sola queja salía de sus labios. No estaba dispuesto a darles esa satisfacción. Tenía la vista desenfocada pero supo que Jack estaba a su lado. Podía sentirle arrodillado a su lado aunque no podía ver la preocupación reflejada en su rostro.
Jack puso las manos sobre su pecho, por debajo de su camisa, para estar en contacto con su piel. Sentía que tenía el poder suficiente para eliminar el veneno de su cuerpo pero sabía que debía tener mucho cuidado ya que parte de su calor interno también se canalizaba a través de sus manos.
Con mucho esfuerzo y paciencia consiguió salvarle a duras penas, a costa de quedarse exhausto y dejarle la piel ligeramente quemada.
- Gracias – susurró Kirtash, también agotado pero fuera de peligro.
La fuerza desesperada que había mantenido a Jack hasta ese momento se derrumbó tal vez por la tensión que había tenido que soportar o quizá por el alivio y la felicidad que sentía. Comenzó a llorar con lágrimas silenciosas y constantes.
Kirtash le abrazó suavemente y Jack se apoyó sobre su hombro, agradecido.
- Si no hubiera llegado a tiempo...tú... – se le quebró la voz. Era incapaz de asimilar que había estado a punto de perderle para siempre.
Correspondió a su abrazo con fuerza. Quería sentirle lo más cerca posible.
Kirtash soltó un débil gemido de dolor. Jack se separó de él extrañado.
- ¿Qué te pasa?
- No es nada – respondió Kirtash restándole importancia.
- ¿No he eliminado el veneno? – dijo Jack asustándose de nuevo.
- No es eso. – replicó el shek torciendo el gesto. – Hay gente que no se ha conformado con envenenarme.
- ¿Qué...qué te han hecho?
Kirtash suspiró. Se quitó la camisa con desgana.
Tenía todo el torso cubierto de moretones. Decenas de signos que evidenciaban la paliza que había recibido.
Jack se quedó boquiabierto sin poder creer lo que estaba viendo con sus propios ojos.
- Demasiado cobardes para enfrentarse a mí sólo cuando estaba indefenso. Y lo bastante furiosos como para ensañarse. De hecho creo que me han roto un par de costillas.
- ¿Quién? – preguntó Jack en tono desafiante.
- No voy a permitir que vayas a buscar venganza. Sólo te causaría problemas.
- ¡No pienso quedarme indiferente como si no hubiera pasado nada! En cuanto tengan otra mínima oportunidad lo volverán a intentar. Y se asegurarán de que no pueda ayudarte.
- Lo sé. No puedo seguir tentando a la suerte. Por eso lo mejor será que me vaya.
- ¿Adónde? No tienes muchos amigos fuera de aquí.
- Dentro tampoco. – replicó el shek, sarcástico. – No estaba pensando en Idhún.
- ¿Vas a ir a la Tierra? – aventuró Jack.
Kirtash asintió.
- No me hace ninguna gracia dejarte aquí solo, pero no tengo otra opción.
- No van a estar muy contentos conmigo si descubren que te he dejado escapar.
- Diles que conseguí escaparme solo.
- No se lo creerán.
- ¿Por qué no, si es verdad?
Kirtash tomó el rostro de Jack entre sus manos obligándole a mirarle a los ojos. Jack sintió como perdía la consciencia pero la mirada del shek le atraía como un imán. Sólo logró escuchar unas últimas palabras antes de desmayarse.
- Volveré pronto Jack. Te lo prometo.
- ¡¿Que habéis hecho qué?! – gritó Jack completamente fuera de sí.
Era bien entrada la madrugada cuando habían ido a avisarle.
Alexander, junto con las personas más “radicales” que vivían en la fortaleza habían decidido eliminar a Kirtash de una vez por todas. Habían logrado envenenarle con una ponzoña que le haría sufrir una lenta agonía. Según ellos era el castigo perfecto para alguien como él. Por supuesto Victoria no sabía nada. Aprovechaban el momento en el que suponían que los sentimientos de la chica estaban más débiles que nunca.
Claramente esperaban de Jack una reacción muy distinta de la que estaba demostrando. Pero en aquel momento el dragón era incapaz de mostrar indiferencia. La preocupación y la rabia crispaban su rostro cuando Alexander terminó de contárselo. No le importaba lo que pudieran pensar de su actitud. Su preocupación era únicamente la vida que se le escapaba a su compañero con cada minuto que pasaba encerrado en algún lugar de aquel castillo. No sabía cuanto tiempo le quedaba pero no estaba dispuesto a perder ni un segundo más.
- ¿Dónde está? – dijo Jack en tono calmado pero con una voz nada tranquilizadora. El fuego del dragón se reflejaba en sus ojos verdes haciéndole aún más amenazador.
- ¿Para qué demonios quieres saberlo? – respondió Alexander sorprendido por su reacción. – Será mejor para ti que desaparezca cuanto antes. Está haciendo que te comportes de una manera muy extraña.
- ¡¡He dicho que dónde está!! – rugió Jack de pronto. Aquello no tenía tanto de grito humano como del rugido de un dragón. Probablemente si no estuviera hablando con su mejor amigo le habría reducido a cenizas hacía ya tiempo.
Tal vez fuera por la autoridad que impregnaba esa frase pero el caso es que Alexander se lo dijo.
Jack se dirigió a las mazmorras sin mediar palabra todo lo rápido que le permitían las piernas. Nadie se atrevía a detenerlo. El profundo respeto por los dragones estaba muy arraigado en aquella gente y en aquel momento Jack tenía más de dragón que de humano.
No le costó encontrar la celda donde retenían al shek ya que era la única que estaba vigilada por casi todos los magos que vivían allí. Menos Shail. Alexander no se lo había dicho porque se habría opuesto firmemente al plan y tenía el poder suficiente como para evitar que lo llevaran a cabo.
Los magos se mostraron más reacios a permitirle el paso pero Jack simplemente siguió adelante. Nada podía impedir en ese momento que lograra su objetivo ni la magia ni los medios humanos.
La fuerza que guiaba sus actos era mucho más poderosa. Era la alianza forjada entre dos criaturas con el poder de semidioses.
Entró como una tromba en la celda y cerró tras de sí con un portazo que hizo temblar las paredes.
Kirtash estaba sobre el suelo hecho un ovillo con el rostro contraído en una mueca de dolor. Sin embargo ni una sola queja salía de sus labios. No estaba dispuesto a darles esa satisfacción. Tenía la vista desenfocada pero supo que Jack estaba a su lado. Podía sentirle arrodillado a su lado aunque no podía ver la preocupación reflejada en su rostro.
Jack puso las manos sobre su pecho, por debajo de su camisa, para estar en contacto con su piel. Sentía que tenía el poder suficiente para eliminar el veneno de su cuerpo pero sabía que debía tener mucho cuidado ya que parte de su calor interno también se canalizaba a través de sus manos.
Con mucho esfuerzo y paciencia consiguió salvarle a duras penas, a costa de quedarse exhausto y dejarle la piel ligeramente quemada.
- Gracias – susurró Kirtash, también agotado pero fuera de peligro.
La fuerza desesperada que había mantenido a Jack hasta ese momento se derrumbó tal vez por la tensión que había tenido que soportar o quizá por el alivio y la felicidad que sentía. Comenzó a llorar con lágrimas silenciosas y constantes.
Kirtash le abrazó suavemente y Jack se apoyó sobre su hombro, agradecido.
- Si no hubiera llegado a tiempo...tú... – se le quebró la voz. Era incapaz de asimilar que había estado a punto de perderle para siempre.
Correspondió a su abrazo con fuerza. Quería sentirle lo más cerca posible.
Kirtash soltó un débil gemido de dolor. Jack se separó de él extrañado.
- ¿Qué te pasa?
- No es nada – respondió Kirtash restándole importancia.
- ¿No he eliminado el veneno? – dijo Jack asustándose de nuevo.
- No es eso. – replicó el shek torciendo el gesto. – Hay gente que no se ha conformado con envenenarme.
- ¿Qué...qué te han hecho?
Kirtash suspiró. Se quitó la camisa con desgana.
Tenía todo el torso cubierto de moretones. Decenas de signos que evidenciaban la paliza que había recibido.
Jack se quedó boquiabierto sin poder creer lo que estaba viendo con sus propios ojos.
- Demasiado cobardes para enfrentarse a mí sólo cuando estaba indefenso. Y lo bastante furiosos como para ensañarse. De hecho creo que me han roto un par de costillas.
- ¿Quién? – preguntó Jack en tono desafiante.
- No voy a permitir que vayas a buscar venganza. Sólo te causaría problemas.
- ¡No pienso quedarme indiferente como si no hubiera pasado nada! En cuanto tengan otra mínima oportunidad lo volverán a intentar. Y se asegurarán de que no pueda ayudarte.
- Lo sé. No puedo seguir tentando a la suerte. Por eso lo mejor será que me vaya.
- ¿Adónde? No tienes muchos amigos fuera de aquí.
- Dentro tampoco. – replicó el shek, sarcástico. – No estaba pensando en Idhún.
- ¿Vas a ir a la Tierra? – aventuró Jack.
Kirtash asintió.
- No me hace ninguna gracia dejarte aquí solo, pero no tengo otra opción.
- No van a estar muy contentos conmigo si descubren que te he dejado escapar.
- Diles que conseguí escaparme solo.
- No se lo creerán.
- ¿Por qué no, si es verdad?
Kirtash tomó el rostro de Jack entre sus manos obligándole a mirarle a los ojos. Jack sintió como perdía la consciencia pero la mirada del shek le atraía como un imán. Sólo logró escuchar unas últimas palabras antes de desmayarse.
- Volveré pronto Jack. Te lo prometo.
Un simple...capítulo 11
Capítulo 11: Confesión
Dedicado a mi fan consejera, por haber dado nombre a Sherim y por muchos otros consejos, siempre acertados.
Victoria se quedó bastante sorprendida, aun así mantuvo la calma. Tenía la boca abierta pero no lograba articular ningún sonido. Era cierto que los recuerdos no habían acabado de revivir sus sentimientos hacia ellos dos, tal vez, habían aprovechado esa circunstancia para confesárselo. Lo podía asumir más fácilmente.
Jack la miraba expectante. Llevaba días imaginando cómo se lo iba a tomar. Tenía pocas esperanzas de que lo comprendiera.
- Vaya. ¿No es algo un poco...raro? – dijo Victoria por fin.
- Sí, la verdad es que sí. – concedió Jack, inmensamente aliviado. Se sentía como un niño esperando una regañina por hacer alguna travesura. Sabía que lo que estaba haciendo no tenía nada de malo, pero por alguna razón se sentía culpable. – Creía que nos lo ibas a echar en cara. – confesó, ya mucho más seguro. Quizá fuera por el roce de la mano de Kirtash entrelazada con la suya en gesto tranquilizador.
- No puedo hacer eso. – dijo Victoria mientras miraba a Kirtash con una ligera sonrisa. – Los sentimientos no siguen normas de ninguna clase.
El shek le correspondió la sonrisa, dándole la razón.
- Pero me gustaría que siguiéramos siendo amigos, Victoria. Como antes. – añadió Jack dispuesto a librarse de todas sus preocupaciones de una vez.
- Me va a costar adaptarme, pero dalo por hecho.
Se fundieron en un cálido abrazo, sellando su promesa.
- También puedes contar conmigo. – intervino Kirtash. – Voy a seguir protegiéndote, aunque no sea por una razón sentimental.
Estuvieron hablando largo y tendido sobre el tema ya que Victoria quería saber cómo había surgido esa relación. Ninguno de los dos puso pegas, tenían la suficiente confianza con ella como para permitir que lo supiera.
Sin embargo, Kirtash decidió dejarles solos al poco rato. Aprovecharía para dar una vuelta a solas, ahora que nadie estaba pendiente de él. Le dio un fugaz beso a Jack a modo de despedida, detalle que no dejó de sorprender a Victoria pero al que tendría que acostumbrarse. Jack y ella siguieron hablando un buen rato como dos buenos amigos.
- Pero, ¿cómo habéis podido enamoraros si os odiáis por instinto?
- Ya no. Es como si la energía del odio se canalizara de forma distinta. No sé explicarlo mejor. Me conformo con disfrutarla, sin preocuparme por entenderla. Pero sé que la gente no lo comprenderá jamás. Si cualquiera se entera...me considerarían un traidor. Tú eres la única que lo sabe, porque te incumbe. – suspiró. – En el fondo teníamos miedo de que se lo contaras a los demás.
- Pero me lo contasteis. – dijo la chica sonriendo.
- Sigues siendo importante en nuestras vidas. Para los dos. Seguramente seas la única en la que podemos confiar. A veces me gustaría poder contárselo a Alexander, pero me temo que terminaría sin novio.
La joven torció ligeramente el gesto.
- Se me hace raro que le llames novio.
Jack se encogió de hombros.
- Me he acostumbrado a llamarle así.
- Pues como se te escape con alguien más delante...
- No nos volverías a ver con vida. – concluyó Jack.
- Seguro que sois los primeros de vuestras razas capaces de rebelaros contra ese destino que parece grabado en vuestra sangre.
- No me he librado de él. Si mato a un shek seguiré disfrutando. Si veo a uno seguiré odiándole. Siempre que no sea Kirtash.
Kirtash paseaba tranquilamente por el patio de la fortaleza observando la construcción de aquellas burdas imitaciones de los dragones. Pero olían igual que los auténticos. Esa era la razón por la que conseguían engañar a los sheks. El estúpido instinto. No era más que una molestia. Aunque era el culpable de que los sentimientos que tenía hacia Jack fueran mucho más intensos de lo normal. Hasta el punto de conseguir que perdiera el control sobre sí mismo. Antes de aquel momento ninguna relación física que hubiera tenido, había conseguido nada semejante, a pesar de haber llegado mucho más lejos que con Jack. Tal vez fuera porque eran mujeres, pero él había olvidado por completo que le atraían los chicos durante mucho tiempo. No, esa no podía ser la causa. Sólo él lo había conseguido. Y le había hecho sentir...vulnerable. No estaba acostumbrado a dejarse llevar. Le gustaba controlarlo todo, saber exactamente qué estaba pasando en todo momento y por qué.
Se acarició el cuello instintivamente. Allí había permanecido durante días la señal de aquel beso, grabada a fuego en su piel. Todavía lo recordaba, con gran nitidez. Había sentido un extraño escalofrío recorriéndole el cuerpo, destruyendo su, ya débil, autocontrol. No recordaba haber pensado nada racional a partir de ese instante. Había actuado por puro instinto. De la misma manera que los sheks y los dragones trataban de matarse mutuamente. Por instinto.
Se acercó a uno de aquellos dragones artificiales sin que nadie se percatara de su presencia y rozó la falsa piel con las yemas de los dedos. Casi al instante, el odio instintivo afloró, y retiró la mano como si le hubiera dado un calambre. Estaba claro que el odio permanecía en su interior, pero se transformaba en aquella intensa y agradable sensación cuando estaba con Jack. Sólo entonces. Quizá hubiera sido mejor que el odio hubiese sido eliminado por completo. Seguramente aquel paseo le estuviera resultando mucho más agradable, si fuera así.
De repente aquel odio que permanecía latente, debido al olor que desprendía aquella máquina, fue sustituido por una conocida y embriagadora sensación de felicidad.
- ¿Ya habéis acabado de hablar de nosotros?
- Sí. Por fin se ha cansado de interrogarme y se ha dormido. ¿Y tú que haces? – preguntó Jack, bastante curioso.
- Comprobar que sigo teniendo ganas de destrozar estas...cosas. A falta de nada mejor.
Jack sonrió. Aparte de él, aquellos dragones artificiales eran el único vestigio de su raza. Pero también sonreía por el dragón en concreto, que Kirtash estaba examinando. Era el único dragón artificial de ese color.
- Curiosa elección.
- Digamos que me trae recuerdos. – justificó Kirtash.
Era un dragón dorado.
Dedicado a mi fan consejera, por haber dado nombre a Sherim y por muchos otros consejos, siempre acertados.
Victoria se quedó bastante sorprendida, aun así mantuvo la calma. Tenía la boca abierta pero no lograba articular ningún sonido. Era cierto que los recuerdos no habían acabado de revivir sus sentimientos hacia ellos dos, tal vez, habían aprovechado esa circunstancia para confesárselo. Lo podía asumir más fácilmente.
Jack la miraba expectante. Llevaba días imaginando cómo se lo iba a tomar. Tenía pocas esperanzas de que lo comprendiera.
- Vaya. ¿No es algo un poco...raro? – dijo Victoria por fin.
- Sí, la verdad es que sí. – concedió Jack, inmensamente aliviado. Se sentía como un niño esperando una regañina por hacer alguna travesura. Sabía que lo que estaba haciendo no tenía nada de malo, pero por alguna razón se sentía culpable. – Creía que nos lo ibas a echar en cara. – confesó, ya mucho más seguro. Quizá fuera por el roce de la mano de Kirtash entrelazada con la suya en gesto tranquilizador.
- No puedo hacer eso. – dijo Victoria mientras miraba a Kirtash con una ligera sonrisa. – Los sentimientos no siguen normas de ninguna clase.
El shek le correspondió la sonrisa, dándole la razón.
- Pero me gustaría que siguiéramos siendo amigos, Victoria. Como antes. – añadió Jack dispuesto a librarse de todas sus preocupaciones de una vez.
- Me va a costar adaptarme, pero dalo por hecho.
Se fundieron en un cálido abrazo, sellando su promesa.
- También puedes contar conmigo. – intervino Kirtash. – Voy a seguir protegiéndote, aunque no sea por una razón sentimental.
Estuvieron hablando largo y tendido sobre el tema ya que Victoria quería saber cómo había surgido esa relación. Ninguno de los dos puso pegas, tenían la suficiente confianza con ella como para permitir que lo supiera.
Sin embargo, Kirtash decidió dejarles solos al poco rato. Aprovecharía para dar una vuelta a solas, ahora que nadie estaba pendiente de él. Le dio un fugaz beso a Jack a modo de despedida, detalle que no dejó de sorprender a Victoria pero al que tendría que acostumbrarse. Jack y ella siguieron hablando un buen rato como dos buenos amigos.
- Pero, ¿cómo habéis podido enamoraros si os odiáis por instinto?
- Ya no. Es como si la energía del odio se canalizara de forma distinta. No sé explicarlo mejor. Me conformo con disfrutarla, sin preocuparme por entenderla. Pero sé que la gente no lo comprenderá jamás. Si cualquiera se entera...me considerarían un traidor. Tú eres la única que lo sabe, porque te incumbe. – suspiró. – En el fondo teníamos miedo de que se lo contaras a los demás.
- Pero me lo contasteis. – dijo la chica sonriendo.
- Sigues siendo importante en nuestras vidas. Para los dos. Seguramente seas la única en la que podemos confiar. A veces me gustaría poder contárselo a Alexander, pero me temo que terminaría sin novio.
La joven torció ligeramente el gesto.
- Se me hace raro que le llames novio.
Jack se encogió de hombros.
- Me he acostumbrado a llamarle así.
- Pues como se te escape con alguien más delante...
- No nos volverías a ver con vida. – concluyó Jack.
- Seguro que sois los primeros de vuestras razas capaces de rebelaros contra ese destino que parece grabado en vuestra sangre.
- No me he librado de él. Si mato a un shek seguiré disfrutando. Si veo a uno seguiré odiándole. Siempre que no sea Kirtash.
Kirtash paseaba tranquilamente por el patio de la fortaleza observando la construcción de aquellas burdas imitaciones de los dragones. Pero olían igual que los auténticos. Esa era la razón por la que conseguían engañar a los sheks. El estúpido instinto. No era más que una molestia. Aunque era el culpable de que los sentimientos que tenía hacia Jack fueran mucho más intensos de lo normal. Hasta el punto de conseguir que perdiera el control sobre sí mismo. Antes de aquel momento ninguna relación física que hubiera tenido, había conseguido nada semejante, a pesar de haber llegado mucho más lejos que con Jack. Tal vez fuera porque eran mujeres, pero él había olvidado por completo que le atraían los chicos durante mucho tiempo. No, esa no podía ser la causa. Sólo él lo había conseguido. Y le había hecho sentir...vulnerable. No estaba acostumbrado a dejarse llevar. Le gustaba controlarlo todo, saber exactamente qué estaba pasando en todo momento y por qué.
Se acarició el cuello instintivamente. Allí había permanecido durante días la señal de aquel beso, grabada a fuego en su piel. Todavía lo recordaba, con gran nitidez. Había sentido un extraño escalofrío recorriéndole el cuerpo, destruyendo su, ya débil, autocontrol. No recordaba haber pensado nada racional a partir de ese instante. Había actuado por puro instinto. De la misma manera que los sheks y los dragones trataban de matarse mutuamente. Por instinto.
Se acercó a uno de aquellos dragones artificiales sin que nadie se percatara de su presencia y rozó la falsa piel con las yemas de los dedos. Casi al instante, el odio instintivo afloró, y retiró la mano como si le hubiera dado un calambre. Estaba claro que el odio permanecía en su interior, pero se transformaba en aquella intensa y agradable sensación cuando estaba con Jack. Sólo entonces. Quizá hubiera sido mejor que el odio hubiese sido eliminado por completo. Seguramente aquel paseo le estuviera resultando mucho más agradable, si fuera así.
De repente aquel odio que permanecía latente, debido al olor que desprendía aquella máquina, fue sustituido por una conocida y embriagadora sensación de felicidad.
- ¿Ya habéis acabado de hablar de nosotros?
- Sí. Por fin se ha cansado de interrogarme y se ha dormido. ¿Y tú que haces? – preguntó Jack, bastante curioso.
- Comprobar que sigo teniendo ganas de destrozar estas...cosas. A falta de nada mejor.
Jack sonrió. Aparte de él, aquellos dragones artificiales eran el único vestigio de su raza. Pero también sonreía por el dragón en concreto, que Kirtash estaba examinando. Era el único dragón artificial de ese color.
- Curiosa elección.
- Digamos que me trae recuerdos. – justificó Kirtash.
Era un dragón dorado.
Un simple...capítulo 10
Capítulo 10: Amnesia
Dedicado a Isa por sus innumerables halagos que me suben la moral, y por disfrutar tanto leyendo como yo escribiendo.
- ¿Se ha despertado? – preguntó Jack a Alexander, mientras iban junto a Shail y Kirtash de camino hacia donde los magos y curanderos cuidaban de Victoria.
- Sí, aunque me han dicho que está un poco aturdida. Parece que tiene lagunas de memoria. – respondió Alexander. Tanto él como Shail estaban bastante preocupados. Jack y Kirtash cruzaron una mirada significativa. También ellos estaban preocupados pero por otro motivo bien distinto.
- Creo que lo mejor es que os reunáis los dos con ella a solas. – dijo Shail. – Con vosotros se sentirá más segura.
“No sé yo”, pensó Jack. Pero si tenía que echarles en cara el motivo de su “enfermedad” mejor que no hubiera testigos.
- ¿Estás seguro Shail? – dijo Alexander lanzando una mirada recelosa al shek.
Shail se mantuvo firme en su decisión por lo que ambos acabaron discutiendo.
“Y eso que no saben la verdad. Entonces seguro que no nos dejarían solos”, replicó Kirtash en la mente de Jack.
Los magos y curanderos se mostraban bastante reacios a permitir que Kirtash se acercara a Victoria. Al final, tras varias justificaciones por parte de Jack accedieron, con la condición de que el dragón pasara primero para tranquilizar a la muchacha.
Kirtash asintió mostrando su conformidad y le dirigió a Jack una fugaz sonrisa tranquilizadora.
Victoria le reconoció al instante y trató de levantarse a saludarle con el consiguiente mareo. Jack la sostuvo antes de que cayera y la sentó de nuevo, con suavidad, en la cama. Le dirigió una cálida sonrisa llena de afecto. Y comenzó el interrogatorio.
- ¿Dónde estamos, Jack? Esto no se parece a Limbhad.
Jack se armó de paciencia. Tendría que ir con tacto hasta que averiguara cuánto recordaba.
- En Idhún, dentro de la fortaleza de Nurgon. – explicó Jack, con calma.
- Eso es imposible, no podemos volver a Idhún. Ashran impidió la apertura de portales que comunicaran con Idhún. Además tenemos que rescatar a los idhunitas exiliados, antes de que Kirtash les asesine.
A Jack aquello le parecía muy lejano. Casi había conseguido averiguar hasta donde alcanzaba la memoria de la muchacha.
- Tú y yo somos amigos, ¿verdad? – preguntó Jack.
- Claro. – respondió Victoria extrañada. - ¿A qué viene eso?
Jack suspiró.
- Han cambiado muchas cosas desde entonces, Victoria. Supongo que las irás recordando poco a poco.
La chica se había puesto tensa de repente. En sus ojos había una mezcla de miedo y rabia.
- Kirtash está detrás de ti. – le susurró.
- Lo sé de sobra. – respondió el chico sin volverse.
- ¿Y bien? – inquirió el aludido.
- Más o menos, antes de Seattle – resumió Jack.
Victoria se había alejado de Kirtash lo más lejos que le permitía la cama y le dirigía miradas cautelosas. Parecía fiarse del buen juicio de Jack pero en aquel momento tenía los mismos pensamientos respecto a Kirtash que Alexander.
- Casi desde cero. – concluyó el shek. - ¿Por dónde empezamos? – preguntó, mirando a Jack.
- Por la profecía. Es lo principal.
Victoria les miraba expectante sin enterarse de nada.
- Entonces creo que tus amigos también deberían estar. – dijo Kirtash. Miró a Victoria con el rostro inexpresivo. – Te dije que no te mataría y lo mantengo. Se supone que si estoy aquí es para protegerte.
Jack avisó a Shail y Alexander para que entraran. Naturalmente Victoria también les reconoció.
- ¡Shail estás vivo! Pero cómo... ¡¿Qué te ha pasado en la pierna?! – gritó la chica.
- Tranquila Vic. – dijo Shail dándole un abrazo. – Parece que aún no has empezado a recuperar la memoria. Lo de la pierna fue por culpa del veneno de un shek. Por lo demás estoy como siempre.
- Yo sigo igual de bestia. – bromeó Alexander. Le había mejorado bastante el humor desde que había comprobado que Victoria se encontraba bien.
Entre los cuatro fueron poniendo a Victoria al día en lo más básico. Lo cual suponía una sorpresa tras otra. Algunas agradables, otras no, y unas pocas que estuvieron a punto de devolverla a su anterior estado de inconsciencia. Especialmente el hecho de que ella y Jack fueran los héroes de la profecía, el dragón y el unicornio. Y que Kirtash fuese un shek que había traicionado a su gente por protegerla a ella. Jack y Kirtash habían decidido contarle la nueva relación que había surgido entre ellos antes de que la chica recuperara los recuerdos suficientes como para que le afectara con la misma intensidad que la vez anterior, poniendo en riesgo su salud. Pero necesitarían un poco más de calma y deberían esperar a que fuera asimilando lo más importante.
Aile también fue a visitarla. Victoria no la reconoció en un principio por su aspecto de feérica.
Sin embargo Kimara sí parecía haber permanecido en su memoria. Probablemente porque al compartir su don con ella era parte de si misma y algo muy difícil de olvidar.
Pasados unos pocos días ya había recuperado gran parte de sus recuerdos.
Era una recuperación muy rápida. Demasiado rápida. Tendrían que descubrirse ante ella antes de que se recuperara por completo. Tras muchos intentos lograron reunirse a solas con ella para poder hablarlo con tranquilidad. Jack estaba lleno de dudas. Podría perder su amistad para siempre y, si lo contaba, se convertiría en un traidor. Pero tenía que saberlo. Y lo mejor era decírselo ellos mismos.
Victoria estaba muy intrigada. ¿Qué asunto era tan grave que lo tenían que discutir a solas?, ¿por qué tanto secretismo?
- Victoria queríamos hablarte de un asunto...personal. – empezó Jack, vacilante.
- Probablemente fue lo que te causó la inconsciencia. – dijo Kirtash, a modo de advertencia.
- El caso es...que... – miró al shek, pidiendo ayuda pero el chico se mantuvo callado. Jack era su amigo, era mejor que se lo dijera él. – estamos juntos. – dijo de un tirón, mirando al suelo, rojo como un tomate.
- ¿Juntos?, ¿en qué sentido? – dijo Victoria, empezando a asustarse.
Kirtash entrelazó su mano con la de Jack para tranquilizarle. Ahora le tocaba a él.
- Estamos enamorados. El uno del otro. Lo supimos casi al mismo tiempo que tú...cuando nos descubriste besándonos.
Dedicado a Isa por sus innumerables halagos que me suben la moral, y por disfrutar tanto leyendo como yo escribiendo.
- ¿Se ha despertado? – preguntó Jack a Alexander, mientras iban junto a Shail y Kirtash de camino hacia donde los magos y curanderos cuidaban de Victoria.
- Sí, aunque me han dicho que está un poco aturdida. Parece que tiene lagunas de memoria. – respondió Alexander. Tanto él como Shail estaban bastante preocupados. Jack y Kirtash cruzaron una mirada significativa. También ellos estaban preocupados pero por otro motivo bien distinto.
- Creo que lo mejor es que os reunáis los dos con ella a solas. – dijo Shail. – Con vosotros se sentirá más segura.
“No sé yo”, pensó Jack. Pero si tenía que echarles en cara el motivo de su “enfermedad” mejor que no hubiera testigos.
- ¿Estás seguro Shail? – dijo Alexander lanzando una mirada recelosa al shek.
Shail se mantuvo firme en su decisión por lo que ambos acabaron discutiendo.
“Y eso que no saben la verdad. Entonces seguro que no nos dejarían solos”, replicó Kirtash en la mente de Jack.
Los magos y curanderos se mostraban bastante reacios a permitir que Kirtash se acercara a Victoria. Al final, tras varias justificaciones por parte de Jack accedieron, con la condición de que el dragón pasara primero para tranquilizar a la muchacha.
Kirtash asintió mostrando su conformidad y le dirigió a Jack una fugaz sonrisa tranquilizadora.
Victoria le reconoció al instante y trató de levantarse a saludarle con el consiguiente mareo. Jack la sostuvo antes de que cayera y la sentó de nuevo, con suavidad, en la cama. Le dirigió una cálida sonrisa llena de afecto. Y comenzó el interrogatorio.
- ¿Dónde estamos, Jack? Esto no se parece a Limbhad.
Jack se armó de paciencia. Tendría que ir con tacto hasta que averiguara cuánto recordaba.
- En Idhún, dentro de la fortaleza de Nurgon. – explicó Jack, con calma.
- Eso es imposible, no podemos volver a Idhún. Ashran impidió la apertura de portales que comunicaran con Idhún. Además tenemos que rescatar a los idhunitas exiliados, antes de que Kirtash les asesine.
A Jack aquello le parecía muy lejano. Casi había conseguido averiguar hasta donde alcanzaba la memoria de la muchacha.
- Tú y yo somos amigos, ¿verdad? – preguntó Jack.
- Claro. – respondió Victoria extrañada. - ¿A qué viene eso?
Jack suspiró.
- Han cambiado muchas cosas desde entonces, Victoria. Supongo que las irás recordando poco a poco.
La chica se había puesto tensa de repente. En sus ojos había una mezcla de miedo y rabia.
- Kirtash está detrás de ti. – le susurró.
- Lo sé de sobra. – respondió el chico sin volverse.
- ¿Y bien? – inquirió el aludido.
- Más o menos, antes de Seattle – resumió Jack.
Victoria se había alejado de Kirtash lo más lejos que le permitía la cama y le dirigía miradas cautelosas. Parecía fiarse del buen juicio de Jack pero en aquel momento tenía los mismos pensamientos respecto a Kirtash que Alexander.
- Casi desde cero. – concluyó el shek. - ¿Por dónde empezamos? – preguntó, mirando a Jack.
- Por la profecía. Es lo principal.
Victoria les miraba expectante sin enterarse de nada.
- Entonces creo que tus amigos también deberían estar. – dijo Kirtash. Miró a Victoria con el rostro inexpresivo. – Te dije que no te mataría y lo mantengo. Se supone que si estoy aquí es para protegerte.
Jack avisó a Shail y Alexander para que entraran. Naturalmente Victoria también les reconoció.
- ¡Shail estás vivo! Pero cómo... ¡¿Qué te ha pasado en la pierna?! – gritó la chica.
- Tranquila Vic. – dijo Shail dándole un abrazo. – Parece que aún no has empezado a recuperar la memoria. Lo de la pierna fue por culpa del veneno de un shek. Por lo demás estoy como siempre.
- Yo sigo igual de bestia. – bromeó Alexander. Le había mejorado bastante el humor desde que había comprobado que Victoria se encontraba bien.
Entre los cuatro fueron poniendo a Victoria al día en lo más básico. Lo cual suponía una sorpresa tras otra. Algunas agradables, otras no, y unas pocas que estuvieron a punto de devolverla a su anterior estado de inconsciencia. Especialmente el hecho de que ella y Jack fueran los héroes de la profecía, el dragón y el unicornio. Y que Kirtash fuese un shek que había traicionado a su gente por protegerla a ella. Jack y Kirtash habían decidido contarle la nueva relación que había surgido entre ellos antes de que la chica recuperara los recuerdos suficientes como para que le afectara con la misma intensidad que la vez anterior, poniendo en riesgo su salud. Pero necesitarían un poco más de calma y deberían esperar a que fuera asimilando lo más importante.
Aile también fue a visitarla. Victoria no la reconoció en un principio por su aspecto de feérica.
Sin embargo Kimara sí parecía haber permanecido en su memoria. Probablemente porque al compartir su don con ella era parte de si misma y algo muy difícil de olvidar.
Pasados unos pocos días ya había recuperado gran parte de sus recuerdos.
Era una recuperación muy rápida. Demasiado rápida. Tendrían que descubrirse ante ella antes de que se recuperara por completo. Tras muchos intentos lograron reunirse a solas con ella para poder hablarlo con tranquilidad. Jack estaba lleno de dudas. Podría perder su amistad para siempre y, si lo contaba, se convertiría en un traidor. Pero tenía que saberlo. Y lo mejor era decírselo ellos mismos.
Victoria estaba muy intrigada. ¿Qué asunto era tan grave que lo tenían que discutir a solas?, ¿por qué tanto secretismo?
- Victoria queríamos hablarte de un asunto...personal. – empezó Jack, vacilante.
- Probablemente fue lo que te causó la inconsciencia. – dijo Kirtash, a modo de advertencia.
- El caso es...que... – miró al shek, pidiendo ayuda pero el chico se mantuvo callado. Jack era su amigo, era mejor que se lo dijera él. – estamos juntos. – dijo de un tirón, mirando al suelo, rojo como un tomate.
- ¿Juntos?, ¿en qué sentido? – dijo Victoria, empezando a asustarse.
Kirtash entrelazó su mano con la de Jack para tranquilizarle. Ahora le tocaba a él.
- Estamos enamorados. El uno del otro. Lo supimos casi al mismo tiempo que tú...cuando nos descubriste besándonos.
Un simple...capítulo 9
Capítulo 9: Lealtad
Kirtash se quedó tan sorprendido que ni siquiera reaccionó. Era la primera vez que recibía un beso suyo, estaba seguro, no recordaba nada parecido. Pasados los primeros instantes trató de liberarse pero sus brazos estaban atrapados con férrea fuerza contra la pared. No podía oponer resistencia. Pero no le correspondió, no sentía la necesidad de hacerlo. Había sentido algo por él en el pasado, pero era un simple humano y quedaba eclipsado por los sentimientos que tenía hacia Jack. Simplemente dejó que le besara dulce y lentamente, como si hubiera esperado ese momento tanto tiempo que quisiera hacerlo eterno.
Finalmente Sherim se separó de él con una mirada cargada de decepción. Sin duda esperaba que aquello hubiera reavivado sus sentimientos. Pero la mirada de Kirtash continuaba siendo helada e impenetrable. No parecía furioso ni disgustado sino simple y dolorosamente indiferente. En aquel beso iban sus últimas esperanzas, guardadas en su corazón durante años. Y rotas en apenas unos minutos. Le soltó las muñecas dejando caer los brazos a los lados del cuerpo sin aumentar la escasa distancia que había entre ellos.
- Demasiado tarde. – dijo Kirtash con voz neutra. – No voy a volver. Nada puede obligarme a ir con mi padre. Ni siquiera tú. He cambiado más de lo que piensas.
Sherim volvió a enmascarar sus sentimientos con una sonrisa escéptica.
- ¿Has cambiado o te han cambiado? Estamos hablando de un dragón. Es imposible que estés en tus cabales.
- Estoy lo bastante cuerdo como para advertirte – bajó la voz amenazadoramente. – de que si vuelves a tocarle un pelo acabaré contigo aunque signifique mi muerte.
- Definitivamente esto se ha vuelto surrealista – declaró, con sarcasmo. – Has tenido una última oportunidad para salvarte y la has tirado por la borda. No te volveré a ver con vida, mi amor.
Le dirigió una última media sonrisa y se desvaneció en la noche. Kirtash no llegó a advertir que sus ojos ambarinos estaban húmedos, y que, mientras volvía de nuevo con los suyos al amparo de la oscuridad, dos pequeños ríos de lágrimas surcaban su rostro.
Kirtash permaneció un rato más en las almenas hasta que dejó de sentir la presencia de Sherim. Después decidió bajar a recuperar su espada. No le gustaba quedar indefenso.
Pasó a ver a Jack sólo para asegurarse de que se encontraba bien. Le encontró moviéndose y susurrando en sueños al parecer inmerso en una pesadilla. Susurraba el nombre de Sherim y el suyo repetidas veces. Parecía haberle afectado bastante tener un asesino detrás de él.
Le despertó zarandeándole con suavidad. Tuvo que esquivar un puñetazo sonámbulo dirigido a no se sabía quien.
Jack se despertó sobresaltado. Un sudor frío le cubría la frente y respiraba agitadamente. Había tenido una pesadilla horrible. Últimamente las tenía más a menudo. Solían tratar del regreso de Kirtash al otro bando de mano de Sherim mientras que en el suyo era despreciado por sus amigos y por Victoria e incluso intentaban matarle. Temores inconscientes que nunca llegaba a confesar. Y al despertar sólo encontraba una sonrisa tranquilizadora de un chico de ojos azules. Aquella había sido demasiado real. Había visto a Kirtash con otro chico de ojos color miel besándose en sus narices y disfrutando con ello. Jack no sabía qué aspecto tenía Sherim y solía tener diferentes apariencias en sus sueños. Pero aquella era nueva y bastante realista. Todavía resonaban en su cabeza las risas burlonas que ambos le dirigían en su sueño.
- ¿Qué pasa? – dijo Jack, malhumorado.
- Estabas teniendo una pesadilla, ¿verdad?
- Sí, y bastante desagradable. ¿Me has despertado sólo por eso?
- También para decirte que no vas a tener que preocuparte más por Sherim. Se ha ido. – resumió.
- ¿Así sin más?
Kirtash torció el gesto.
- He hablado con él. – confesó. – No se te acercará mientras valore su vida.
- Habéis anulado el pacto, entonces.
- No. Él jamás estará de acuerdo. Si vuelve a entrometerse le mataré tenlo por seguro.
- No me gusta esa manía tuya de arriesgar la vida por los demás. Luego mueres y quien sufre es el otro.
- No puedo evitarlo. – dijo encogiéndose de hombros.
Jack se dio cuenta de que Kirtash se rozaba distraídamente los labios con los dedos mientras hablaba. Era un movimiento inconsciente que solía hacer cuando...
- ¿Os habéis besado? – preguntó a bocajarro.
- Me ha besado. – puntualizó Kirtash, consciente de que era inútil mentirle.
- ¡Y te quedas tan tranquilo! – exclamó Jack, visiblemente irritado.
- No le veo ninguna importancia. Para mí no significó nada. – dijo Kirtash en tono tranquilo.
- Tú no estuviste a punto de ser asesinado.
- Jack...te repito que no tiene importancia. Y baja la voz o acabarán descubriéndonos.
- ¡No me da la gana! Para ti nada es lo suficientemente importante. Los sentimientos de los demás te resbalan. No me extraña que te consideren un traidor.
Aquello colmó la paciencia de Kirtash. Le cogió de los hombros para obligarle a mirarle a los ojos.
- Si no me he ido con él ha sido por ti, Jack. Podría haberle correspondido, irme con él y lograr que mi gente me perdonara. He despreciado la última oportunidad. Ahora no pararán hasta verme muerto.
Pero te he elegido a ti antes que a mi propia vida, porque me importas. Porque no puedo soportar estar lejos de ti y porque jamás te haría daño. Así que no me llames traidor...hasta que realmente lo merezca.
Jack se había quedado literalmente sin palabras. Tan sólo articuló un mudo asentimiento con la cabeza.
Kirtash se dio cuenta de que tenía las manos crispadas de rabia. Juzgó que su expresión en ese momento tampoco debía resultar muy tranquilizadora. Abrazó a Jack con ternura, algo que el dragón agradeció enormemente.
- Sería mejor que esas cosas las dijeras antes. Yo no puedo leerte el pensamiento. – susurró Jack.
Kirtash se quedó tan sorprendido que ni siquiera reaccionó. Era la primera vez que recibía un beso suyo, estaba seguro, no recordaba nada parecido. Pasados los primeros instantes trató de liberarse pero sus brazos estaban atrapados con férrea fuerza contra la pared. No podía oponer resistencia. Pero no le correspondió, no sentía la necesidad de hacerlo. Había sentido algo por él en el pasado, pero era un simple humano y quedaba eclipsado por los sentimientos que tenía hacia Jack. Simplemente dejó que le besara dulce y lentamente, como si hubiera esperado ese momento tanto tiempo que quisiera hacerlo eterno.
Finalmente Sherim se separó de él con una mirada cargada de decepción. Sin duda esperaba que aquello hubiera reavivado sus sentimientos. Pero la mirada de Kirtash continuaba siendo helada e impenetrable. No parecía furioso ni disgustado sino simple y dolorosamente indiferente. En aquel beso iban sus últimas esperanzas, guardadas en su corazón durante años. Y rotas en apenas unos minutos. Le soltó las muñecas dejando caer los brazos a los lados del cuerpo sin aumentar la escasa distancia que había entre ellos.
- Demasiado tarde. – dijo Kirtash con voz neutra. – No voy a volver. Nada puede obligarme a ir con mi padre. Ni siquiera tú. He cambiado más de lo que piensas.
Sherim volvió a enmascarar sus sentimientos con una sonrisa escéptica.
- ¿Has cambiado o te han cambiado? Estamos hablando de un dragón. Es imposible que estés en tus cabales.
- Estoy lo bastante cuerdo como para advertirte – bajó la voz amenazadoramente. – de que si vuelves a tocarle un pelo acabaré contigo aunque signifique mi muerte.
- Definitivamente esto se ha vuelto surrealista – declaró, con sarcasmo. – Has tenido una última oportunidad para salvarte y la has tirado por la borda. No te volveré a ver con vida, mi amor.
Le dirigió una última media sonrisa y se desvaneció en la noche. Kirtash no llegó a advertir que sus ojos ambarinos estaban húmedos, y que, mientras volvía de nuevo con los suyos al amparo de la oscuridad, dos pequeños ríos de lágrimas surcaban su rostro.
Kirtash permaneció un rato más en las almenas hasta que dejó de sentir la presencia de Sherim. Después decidió bajar a recuperar su espada. No le gustaba quedar indefenso.
Pasó a ver a Jack sólo para asegurarse de que se encontraba bien. Le encontró moviéndose y susurrando en sueños al parecer inmerso en una pesadilla. Susurraba el nombre de Sherim y el suyo repetidas veces. Parecía haberle afectado bastante tener un asesino detrás de él.
Le despertó zarandeándole con suavidad. Tuvo que esquivar un puñetazo sonámbulo dirigido a no se sabía quien.
Jack se despertó sobresaltado. Un sudor frío le cubría la frente y respiraba agitadamente. Había tenido una pesadilla horrible. Últimamente las tenía más a menudo. Solían tratar del regreso de Kirtash al otro bando de mano de Sherim mientras que en el suyo era despreciado por sus amigos y por Victoria e incluso intentaban matarle. Temores inconscientes que nunca llegaba a confesar. Y al despertar sólo encontraba una sonrisa tranquilizadora de un chico de ojos azules. Aquella había sido demasiado real. Había visto a Kirtash con otro chico de ojos color miel besándose en sus narices y disfrutando con ello. Jack no sabía qué aspecto tenía Sherim y solía tener diferentes apariencias en sus sueños. Pero aquella era nueva y bastante realista. Todavía resonaban en su cabeza las risas burlonas que ambos le dirigían en su sueño.
- ¿Qué pasa? – dijo Jack, malhumorado.
- Estabas teniendo una pesadilla, ¿verdad?
- Sí, y bastante desagradable. ¿Me has despertado sólo por eso?
- También para decirte que no vas a tener que preocuparte más por Sherim. Se ha ido. – resumió.
- ¿Así sin más?
Kirtash torció el gesto.
- He hablado con él. – confesó. – No se te acercará mientras valore su vida.
- Habéis anulado el pacto, entonces.
- No. Él jamás estará de acuerdo. Si vuelve a entrometerse le mataré tenlo por seguro.
- No me gusta esa manía tuya de arriesgar la vida por los demás. Luego mueres y quien sufre es el otro.
- No puedo evitarlo. – dijo encogiéndose de hombros.
Jack se dio cuenta de que Kirtash se rozaba distraídamente los labios con los dedos mientras hablaba. Era un movimiento inconsciente que solía hacer cuando...
- ¿Os habéis besado? – preguntó a bocajarro.
- Me ha besado. – puntualizó Kirtash, consciente de que era inútil mentirle.
- ¡Y te quedas tan tranquilo! – exclamó Jack, visiblemente irritado.
- No le veo ninguna importancia. Para mí no significó nada. – dijo Kirtash en tono tranquilo.
- Tú no estuviste a punto de ser asesinado.
- Jack...te repito que no tiene importancia. Y baja la voz o acabarán descubriéndonos.
- ¡No me da la gana! Para ti nada es lo suficientemente importante. Los sentimientos de los demás te resbalan. No me extraña que te consideren un traidor.
Aquello colmó la paciencia de Kirtash. Le cogió de los hombros para obligarle a mirarle a los ojos.
- Si no me he ido con él ha sido por ti, Jack. Podría haberle correspondido, irme con él y lograr que mi gente me perdonara. He despreciado la última oportunidad. Ahora no pararán hasta verme muerto.
Pero te he elegido a ti antes que a mi propia vida, porque me importas. Porque no puedo soportar estar lejos de ti y porque jamás te haría daño. Así que no me llames traidor...hasta que realmente lo merezca.
Jack se había quedado literalmente sin palabras. Tan sólo articuló un mudo asentimiento con la cabeza.
Kirtash se dio cuenta de que tenía las manos crispadas de rabia. Juzgó que su expresión en ese momento tampoco debía resultar muy tranquilizadora. Abrazó a Jack con ternura, algo que el dragón agradeció enormemente.
- Sería mejor que esas cosas las dijeras antes. Yo no puedo leerte el pensamiento. – susurró Jack.
Un simple...capítulo 8
Capítulo 8: Sherim
Dedicado a Saku-sensei que me animó a hacer un nuevo personaje para hacer sufrir a nuestros niños.
- ¿Hay algo que no me hayas contado?
Kirtash se sentó en la cama y se masajeó las sienes tratando de recordar.
- Sherim es lo que llamarías un amigo de la infancia. – explicó Kirtash a media voz. Suspiró. – Y uno de los asesinos más letales a las órdenes de mi padre.
- ¿Amigo? No parece que os llevéis muy bien.
- En realidad más que amigo. Siendo niños no sabíamos distinguir. Pero teníamos un fuerte vínculo.
- ¿Y qué tengo yo que ver?
- Cuando nos separamos, antes de que fuera a la Tierra, hicimos...un pacto.
Jack le miraba con las cejas alzadas, interrogante.
- ¿De sangre? – aventuró, escrutando su expresión.
Kirtash esbozó una triste sonrisa.
- No. Los magos no necesitamos recurrir a eso. Pero es igual de inquebrantable, salvo por acuerdo mutuo.
- ¿Y en qué consiste? – preguntó Jack aunque sospechaba cuál iba a ser la respuesta.
- Sencillo. No nos “enamoraríamos” de nadie más. Antes de que preguntes, nos referíamos sólo a chicos. Está ejerciendo su derecho. – finalizó con expresión sombría.
- ¿Tú incumpliste el pacto y va a por mí?
- No sé si habrá una razón sentimental, pero el pacto nos afecta a nosotros como un arma de doble filo. Todo el daño que me haga a mí lo sufrirá él y viceversa. Matarme sería su suicidio.
- ¿Cómo estás tan seguro de que ha sido él?
- Recuerdo que no le gustaba luchar cara a cara. Prefería actuar en las sombras. Además siempre utilizaba métodos que no dejaran pruebas. – extendió el fino cable entre ambas manos. – Éste era su favorito. Y es muy difícil conseguir un material que siendo tan fino sea tan resistente. No es algo muy común, ni siquiera en Idhún.
- O sea, que tengo un asesino letal tras de mí que me atacará sólo cuando yo no pueda defenderme, por culpa de un pacto que hicisteis de niños.
- Es asunto mío y seré yo quien lo resuelva. – dijo Kirtash en tono cortante.
- Creo que también me incumbe a mí. – replicó Jack.
- No sé de lo que es capaz ahora. Y te recuerdo que no puede hacerme daño.
Sin embargo a ti sí y no voy a ponerte en peligro. – dijo, muy serio.
- De acuerdo. Pero ten cuidado de todos modos. No me da buena espina.
Sherim tardó unos cuantos días en hacer un nuevo acto de presencia.
Kirtash estaba siempre alerta vigilando a Jack como un silencioso guardaespaldas. Durante ese tiempo intentaba recordar todo aquello que sabía sobre Sherim. Tenía grabada en su mente la imagen de un niño de piel clara, pelo negro azabache y ojos de un intenso color miel. Recordaba vagamente alguna conversación, su carácter solitario y un tanto egoísta y sus técnicas sutiles pero siempre letales. Pero le escamaba el hecho de que hubiera aparecido justo en ese momento después de haber estado tantos años sin tener noticias suyas. Algo le decía que había alguien más aprovechando ese punto débil para acabar con Jack. Y sólo conocía a una persona que pudiera hacer eso. Su padre, Ashran, el Nigromante.
Era la única explicación. Había descubierto, inexplicablemente, su relación y pretendía acabar con ella. A toda costa.
Sentía la presencia de Sherim cerca, pero no se dejaba ver. Tal vez estuviera esperando el más mínimo despiste para acabar con el dragón. Que lo intentara. Tendría que pasar por encima de su cadáver.
Jack estaba muy intranquilo. No le hacía ninguna gracia ser el blanco de un asesino tan efectivo. Confiaba en Kirtash pero ni siquiera él podía estar siempre alerta. Además en el pasado había sentido algo por ese chico y cabía la posibilidad de que fuera incapaz de defenderle frente a él, además de que el daño iba a repercutir en su propio cuerpo. Fuera quien fuese sabía muy bien lo que hacía.
Trataba de comportarse con normalidad pero la preocupación se reflejaba en su rostro como en un libro abierto. No podía pedir ayuda ni desahogarse con nadie ya que tendría que descubrirlo todo y sería mucho peor. Era un asunto que les ocupaba únicamente a ellos tres.
Una noche, Kirtash se encontraba en las almenas de la fortaleza, disfrutando de la calma y la soledad que allí se respiraba. Era la única forma que tenía de soportar el agobio de estar encerrado con tantas personas en un sitio tan pequeño. Estaba apoyado en el muro aparentemente relajado pero con sus sentidos más afinados que nunca. Volvía a notar su presencia muy cerca de allí. Sus músculos se tensaron pero no cambió la postura.
Jack no se encontraba muy lejos. Podría alcanzarle fácilmente en muy poco tiempo.
Todo pasó muy rápido. Vio una sombra que corría veloz a escasa distancia de donde se encontraba. Apenas unos segundos después estaba de frente contra el muro acorralando con ayuda de Haiass a un joven de ojos ambarinos que le miraba algo asombrado.
- Has mejorado bastante. – dijo Sherim a media voz luciendo una sonrisa ligeramente burlona.
- ¿Qué haces aquí? – dijo Kirtash, fríamente.
- ¿No es evidente? Recuperar lo que es mío.
- Te equivocas, yo no pertenezco a nadie. – replicó, entrecerrando los ojos a modo de advertencia.
- Tú mismo lo dijiste. Precisamente pactamos para evitar pasar por esto, ¿recuerdas?
- Eso fue hace años. Quizá haber sabido algo de ti durante este tiempo me hubiera ayudado a mantener ese recuerdo.
- Yo tampoco he sabido nada de ti desde que te marchaste. Aunque por lo que veo no has cambiado tanto. Salvo por que te has convertido en un traidor a tu gente...y a mí.
Su mirada ambarina había cambiado. Reflejaba el enfado, el rencor acumulado a lo largo de los años.
Sin saber muy bien como, de repente, Kirtash quedó desarmado frente a Sherim. El chico había arrojado a Haiass por el muro de la fortaleza dejándola fuera de su alcance.
A la velocidad del rayo empujó a Kirtash contra el muro aferrándole las muñecas con ambas manos utilizando toda su fuerza que no era escasa. Estaba indefenso.
- ¡No recuerdas nada! – dijo Sherim con la voz desgarrada. – Ya no sientes nada por mí y ni siquiera eres capaz de recordar haberlo hecho. Déjame al menos que te refresque la memoria. – finalizó más tranquilo.
Y fundió sus bocas en un beso tan dulce como la miel que iluminaba sus ojos.
Dedicado a Saku-sensei que me animó a hacer un nuevo personaje para hacer sufrir a nuestros niños.
- ¿Hay algo que no me hayas contado?
Kirtash se sentó en la cama y se masajeó las sienes tratando de recordar.
- Sherim es lo que llamarías un amigo de la infancia. – explicó Kirtash a media voz. Suspiró. – Y uno de los asesinos más letales a las órdenes de mi padre.
- ¿Amigo? No parece que os llevéis muy bien.
- En realidad más que amigo. Siendo niños no sabíamos distinguir. Pero teníamos un fuerte vínculo.
- ¿Y qué tengo yo que ver?
- Cuando nos separamos, antes de que fuera a la Tierra, hicimos...un pacto.
Jack le miraba con las cejas alzadas, interrogante.
- ¿De sangre? – aventuró, escrutando su expresión.
Kirtash esbozó una triste sonrisa.
- No. Los magos no necesitamos recurrir a eso. Pero es igual de inquebrantable, salvo por acuerdo mutuo.
- ¿Y en qué consiste? – preguntó Jack aunque sospechaba cuál iba a ser la respuesta.
- Sencillo. No nos “enamoraríamos” de nadie más. Antes de que preguntes, nos referíamos sólo a chicos. Está ejerciendo su derecho. – finalizó con expresión sombría.
- ¿Tú incumpliste el pacto y va a por mí?
- No sé si habrá una razón sentimental, pero el pacto nos afecta a nosotros como un arma de doble filo. Todo el daño que me haga a mí lo sufrirá él y viceversa. Matarme sería su suicidio.
- ¿Cómo estás tan seguro de que ha sido él?
- Recuerdo que no le gustaba luchar cara a cara. Prefería actuar en las sombras. Además siempre utilizaba métodos que no dejaran pruebas. – extendió el fino cable entre ambas manos. – Éste era su favorito. Y es muy difícil conseguir un material que siendo tan fino sea tan resistente. No es algo muy común, ni siquiera en Idhún.
- O sea, que tengo un asesino letal tras de mí que me atacará sólo cuando yo no pueda defenderme, por culpa de un pacto que hicisteis de niños.
- Es asunto mío y seré yo quien lo resuelva. – dijo Kirtash en tono cortante.
- Creo que también me incumbe a mí. – replicó Jack.
- No sé de lo que es capaz ahora. Y te recuerdo que no puede hacerme daño.
Sin embargo a ti sí y no voy a ponerte en peligro. – dijo, muy serio.
- De acuerdo. Pero ten cuidado de todos modos. No me da buena espina.
Sherim tardó unos cuantos días en hacer un nuevo acto de presencia.
Kirtash estaba siempre alerta vigilando a Jack como un silencioso guardaespaldas. Durante ese tiempo intentaba recordar todo aquello que sabía sobre Sherim. Tenía grabada en su mente la imagen de un niño de piel clara, pelo negro azabache y ojos de un intenso color miel. Recordaba vagamente alguna conversación, su carácter solitario y un tanto egoísta y sus técnicas sutiles pero siempre letales. Pero le escamaba el hecho de que hubiera aparecido justo en ese momento después de haber estado tantos años sin tener noticias suyas. Algo le decía que había alguien más aprovechando ese punto débil para acabar con Jack. Y sólo conocía a una persona que pudiera hacer eso. Su padre, Ashran, el Nigromante.
Era la única explicación. Había descubierto, inexplicablemente, su relación y pretendía acabar con ella. A toda costa.
Sentía la presencia de Sherim cerca, pero no se dejaba ver. Tal vez estuviera esperando el más mínimo despiste para acabar con el dragón. Que lo intentara. Tendría que pasar por encima de su cadáver.
Jack estaba muy intranquilo. No le hacía ninguna gracia ser el blanco de un asesino tan efectivo. Confiaba en Kirtash pero ni siquiera él podía estar siempre alerta. Además en el pasado había sentido algo por ese chico y cabía la posibilidad de que fuera incapaz de defenderle frente a él, además de que el daño iba a repercutir en su propio cuerpo. Fuera quien fuese sabía muy bien lo que hacía.
Trataba de comportarse con normalidad pero la preocupación se reflejaba en su rostro como en un libro abierto. No podía pedir ayuda ni desahogarse con nadie ya que tendría que descubrirlo todo y sería mucho peor. Era un asunto que les ocupaba únicamente a ellos tres.
Una noche, Kirtash se encontraba en las almenas de la fortaleza, disfrutando de la calma y la soledad que allí se respiraba. Era la única forma que tenía de soportar el agobio de estar encerrado con tantas personas en un sitio tan pequeño. Estaba apoyado en el muro aparentemente relajado pero con sus sentidos más afinados que nunca. Volvía a notar su presencia muy cerca de allí. Sus músculos se tensaron pero no cambió la postura.
Jack no se encontraba muy lejos. Podría alcanzarle fácilmente en muy poco tiempo.
Todo pasó muy rápido. Vio una sombra que corría veloz a escasa distancia de donde se encontraba. Apenas unos segundos después estaba de frente contra el muro acorralando con ayuda de Haiass a un joven de ojos ambarinos que le miraba algo asombrado.
- Has mejorado bastante. – dijo Sherim a media voz luciendo una sonrisa ligeramente burlona.
- ¿Qué haces aquí? – dijo Kirtash, fríamente.
- ¿No es evidente? Recuperar lo que es mío.
- Te equivocas, yo no pertenezco a nadie. – replicó, entrecerrando los ojos a modo de advertencia.
- Tú mismo lo dijiste. Precisamente pactamos para evitar pasar por esto, ¿recuerdas?
- Eso fue hace años. Quizá haber sabido algo de ti durante este tiempo me hubiera ayudado a mantener ese recuerdo.
- Yo tampoco he sabido nada de ti desde que te marchaste. Aunque por lo que veo no has cambiado tanto. Salvo por que te has convertido en un traidor a tu gente...y a mí.
Su mirada ambarina había cambiado. Reflejaba el enfado, el rencor acumulado a lo largo de los años.
Sin saber muy bien como, de repente, Kirtash quedó desarmado frente a Sherim. El chico había arrojado a Haiass por el muro de la fortaleza dejándola fuera de su alcance.
A la velocidad del rayo empujó a Kirtash contra el muro aferrándole las muñecas con ambas manos utilizando toda su fuerza que no era escasa. Estaba indefenso.
- ¡No recuerdas nada! – dijo Sherim con la voz desgarrada. – Ya no sientes nada por mí y ni siquiera eres capaz de recordar haberlo hecho. Déjame al menos que te refresque la memoria. – finalizó más tranquilo.
Y fundió sus bocas en un beso tan dulce como la miel que iluminaba sus ojos.
Un simple...capítulo 7
Capítulo 7: Sombras del Pasado
Kirtash se despertó temprano, oyendo los tenues ruidos que evidenciaban el inicio de la actividad en la fortaleza. Gracias a su sueño ligero no temía que nadie le pillara desprevenido ni en una situación comprometida. Como en ese momento.
Se volvió hacia Jack que seguía sumido en un profundo sueño. Le despertó con un suave beso en los labios. Jack abrió los ojos con pereza, adormilado.
- Será mejor que te espabiles. Pronto vendrán a por ti. – dijo Kirtash en voz baja.
Con un gruñido por toda respuesta, Jack le dio la espalda dispuesto a seguir durmiendo. Y de un empujón acabó tirado en el suelo.
- ¿Qué haces? – dijo Jack ya completamente despejado.
- Despertarte – dijo el shek con una sonrisa. – Por las buenas o por las malas.
Jack resopló. Tendría que enfrentarse a multitud de preguntas sin levantar ninguna sospecha. E intentar mantener sus sentimientos a raya para que los celestes no descubrieran nada. Después de lo ocurrido la noche anterior le iba a resultar muy difícil.
- Será mejor que te vayas. – dijo, a regañadientes.
- Dame una despedida decente. – pidió Kirtash.
Se dieron un beso muy suave. Tenían que mantener sus sentidos alerta.
Kirtash se marchó sigilosamente de la habitación.
Jack decidió cambiarse de ropa, aunque significara renunciar al embriagador aroma del que se había impregnado. Su olor. Y una prueba más en su contra.
Mientras se vestía recibió la primera visita del día.
- ¡Buenos días Jack! – dijo una voz familiar en tono jovial.
- B...Buenos días...Shail
- ¿Qué te pasa? Estás más rojo que un tomate.
- Estoy...un poco acalorado. – se excusó Jack.
¿Cómo iba a decirle a su amigo que le avergonzaba que le hubiera pillado a medio vestir?
- ¿Qué tal está Victoria? – dijo para cambiar de tema mientras se terminaba de vestir lo más rápido que podía.
- Sigue inconsciente, pero está fuera de peligro.
Jack asintió distraídamente. Más que su estado le preocupaba cómo reaccionaria Victoria cuando se despertara. Había perdido a las dos personas que más quería casi al mismo tiempo. Aunque siguieran a su lado las cosas jamás volverían a ser iguales. Quería seguir junto a ella, porque mucho antes que su novio, había sido su mejor amigo y seguiría siéndolo pero nunca más pasaría de ahí. Se sentía responsable de la situación pero ya no podía volver atrás. Quizá fuera demasiado tarde para explicaciones.
Jack estuvo todo el día conociendo a cada habitante de la fortaleza. Era el héroe, la última esperanza de los rebeldes y su presencia levantaba los ánimos de la gente.
Evitaba a toda costa a Zaisei y al padre Ha-Din sin dirigirles más que un débil saludo con la mano desde una cierta distancia. Había cubierto su corazón con un telón de acero cargado de indiferencia y desinterés, protegiendo instintivamente sus nuevas afinidades sentimentales y con ello a su destinatario.
Alexander le puso al tanto de todos los planes y de la batalla cercana para la que se estaban preparando. Hablaba con orgullo de los dragones artificiales de Tanawe y de los magos que conseguían que las armas tradicionales fuesen mucho más letales. Fue un día muy ajetreado.
Kirtash cumplió su promesa ya que Jack no le veía por ningún sitio, lo cual le facilitaba las cosas. Tan sólo sentir su presencia derribaba toda barrera que cerrara su corazón, por no mencionar el hecho de que las miradas que le dirigía estaban cargadas de aquel afecto tan evidente a simple vista, casi siempre acompañadas de una cálida sonrisa.
Aquella noche, cuando por fin le dejaron volver a su habitación tardó un buen rato en dormirse dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Se había acostumbrado a la fresca presencia del shek a su lado, a sus brazos rodeándole protectoramente, a su pausada respiración. Su propio calor interno le agobiaba. Se abrazó a la almohada en un intento de engañar a sus sentidos y cayó, rendido, en un sueño intranquilo.
Le faltaba la respiración, boqueaba como un pez fuera del agua, cada vez conseguía coger menos aire, la presión en su cuello aumentaba lentamente, ahogándole, estrangulándole con mucha fuerza.
Todavía en sueños se tanteó el cuello con las manos tratando de liberarse de aquella presión que acabaría matándole. Pero no notaba más que su piel tensa por el gran esfuerzo que hacía al intentar respirar, desesperadamente.
Notó una rápida ráfaga de aire helado a escasa distancia de su cuello y la presión cedió. Alguien comenzó a zarandearle con fuerza llamándole por su nombre. Despertó sobresaltado y lo primero que vio fueron unos iris azules que le miraban con preocupación.
- ¿Estás bien? – le preguntó Kirtash con tono impaciente.
- Más o menos. – respondió acariciándose el cuello. Aún notaba una ligera presión al hablar.
Kirtash le retiró la mano observándole con detenimiento. Alargó la mano para desenredar un trozo de cable elástico, tan fino como un cabello, que rodeaba el cuello de Jack y había estado a punto de convertirse en su horca.
Se asomó rápidamente por la ventana más cercana pero al parecer no encontró aquello que esperaba y examinó el cable con detenimiento a la luz de la luna. Le resultaba extrañamente familiar. Pero era imposible. Hacía muchos años que no sabía nada de él.
Su rostro tenía una expresión extraña, mezcla de pánico e incredulidad.
- ¿Qué pasa? – dijo Jack. La expresión del shek estaba empezando a asustarle.
- Has estado a punto de morir estrangulado. – respondió con la voz temblorosa.
- ¿Pero quién...?
Kirtash tenía el puño crispado sobre el cable. Se había quedado lívido.
- Sherim – susurró.
Kirtash se despertó temprano, oyendo los tenues ruidos que evidenciaban el inicio de la actividad en la fortaleza. Gracias a su sueño ligero no temía que nadie le pillara desprevenido ni en una situación comprometida. Como en ese momento.
Se volvió hacia Jack que seguía sumido en un profundo sueño. Le despertó con un suave beso en los labios. Jack abrió los ojos con pereza, adormilado.
- Será mejor que te espabiles. Pronto vendrán a por ti. – dijo Kirtash en voz baja.
Con un gruñido por toda respuesta, Jack le dio la espalda dispuesto a seguir durmiendo. Y de un empujón acabó tirado en el suelo.
- ¿Qué haces? – dijo Jack ya completamente despejado.
- Despertarte – dijo el shek con una sonrisa. – Por las buenas o por las malas.
Jack resopló. Tendría que enfrentarse a multitud de preguntas sin levantar ninguna sospecha. E intentar mantener sus sentimientos a raya para que los celestes no descubrieran nada. Después de lo ocurrido la noche anterior le iba a resultar muy difícil.
- Será mejor que te vayas. – dijo, a regañadientes.
- Dame una despedida decente. – pidió Kirtash.
Se dieron un beso muy suave. Tenían que mantener sus sentidos alerta.
Kirtash se marchó sigilosamente de la habitación.
Jack decidió cambiarse de ropa, aunque significara renunciar al embriagador aroma del que se había impregnado. Su olor. Y una prueba más en su contra.
Mientras se vestía recibió la primera visita del día.
- ¡Buenos días Jack! – dijo una voz familiar en tono jovial.
- B...Buenos días...Shail
- ¿Qué te pasa? Estás más rojo que un tomate.
- Estoy...un poco acalorado. – se excusó Jack.
¿Cómo iba a decirle a su amigo que le avergonzaba que le hubiera pillado a medio vestir?
- ¿Qué tal está Victoria? – dijo para cambiar de tema mientras se terminaba de vestir lo más rápido que podía.
- Sigue inconsciente, pero está fuera de peligro.
Jack asintió distraídamente. Más que su estado le preocupaba cómo reaccionaria Victoria cuando se despertara. Había perdido a las dos personas que más quería casi al mismo tiempo. Aunque siguieran a su lado las cosas jamás volverían a ser iguales. Quería seguir junto a ella, porque mucho antes que su novio, había sido su mejor amigo y seguiría siéndolo pero nunca más pasaría de ahí. Se sentía responsable de la situación pero ya no podía volver atrás. Quizá fuera demasiado tarde para explicaciones.
Jack estuvo todo el día conociendo a cada habitante de la fortaleza. Era el héroe, la última esperanza de los rebeldes y su presencia levantaba los ánimos de la gente.
Evitaba a toda costa a Zaisei y al padre Ha-Din sin dirigirles más que un débil saludo con la mano desde una cierta distancia. Había cubierto su corazón con un telón de acero cargado de indiferencia y desinterés, protegiendo instintivamente sus nuevas afinidades sentimentales y con ello a su destinatario.
Alexander le puso al tanto de todos los planes y de la batalla cercana para la que se estaban preparando. Hablaba con orgullo de los dragones artificiales de Tanawe y de los magos que conseguían que las armas tradicionales fuesen mucho más letales. Fue un día muy ajetreado.
Kirtash cumplió su promesa ya que Jack no le veía por ningún sitio, lo cual le facilitaba las cosas. Tan sólo sentir su presencia derribaba toda barrera que cerrara su corazón, por no mencionar el hecho de que las miradas que le dirigía estaban cargadas de aquel afecto tan evidente a simple vista, casi siempre acompañadas de una cálida sonrisa.
Aquella noche, cuando por fin le dejaron volver a su habitación tardó un buen rato en dormirse dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Se había acostumbrado a la fresca presencia del shek a su lado, a sus brazos rodeándole protectoramente, a su pausada respiración. Su propio calor interno le agobiaba. Se abrazó a la almohada en un intento de engañar a sus sentidos y cayó, rendido, en un sueño intranquilo.
Le faltaba la respiración, boqueaba como un pez fuera del agua, cada vez conseguía coger menos aire, la presión en su cuello aumentaba lentamente, ahogándole, estrangulándole con mucha fuerza.
Todavía en sueños se tanteó el cuello con las manos tratando de liberarse de aquella presión que acabaría matándole. Pero no notaba más que su piel tensa por el gran esfuerzo que hacía al intentar respirar, desesperadamente.
Notó una rápida ráfaga de aire helado a escasa distancia de su cuello y la presión cedió. Alguien comenzó a zarandearle con fuerza llamándole por su nombre. Despertó sobresaltado y lo primero que vio fueron unos iris azules que le miraban con preocupación.
- ¿Estás bien? – le preguntó Kirtash con tono impaciente.
- Más o menos. – respondió acariciándose el cuello. Aún notaba una ligera presión al hablar.
Kirtash le retiró la mano observándole con detenimiento. Alargó la mano para desenredar un trozo de cable elástico, tan fino como un cabello, que rodeaba el cuello de Jack y había estado a punto de convertirse en su horca.
Se asomó rápidamente por la ventana más cercana pero al parecer no encontró aquello que esperaba y examinó el cable con detenimiento a la luz de la luna. Le resultaba extrañamente familiar. Pero era imposible. Hacía muchos años que no sabía nada de él.
Su rostro tenía una expresión extraña, mezcla de pánico e incredulidad.
- ¿Qué pasa? – dijo Jack. La expresión del shek estaba empezando a asustarle.
- Has estado a punto de morir estrangulado. – respondió con la voz temblorosa.
- ¿Pero quién...?
Kirtash tenía el puño crispado sobre el cable. Se había quedado lívido.
- Sherim – susurró.
Un simple...capítulo 6
Capítulo 6: Un poco más humano
Dedicado a mi fan más empalagosa que me pidió una escena a solas. Gracias por hacerme sufrir!!!
Se oían unos pasos apresurados acercándose a la habitación.
Kirtash, rápido como el pensamiento, se las ingenió para moverse hasta la pared opuesta de la habitación y apoyarse en ella con una actitud aparentemente relajada.
Jack sólo tuvo tiempo de incorporarse antes de que alguien entrara como una tromba en la habitación y se le abalanzase encima.
- ¡Jackcuantotiemposinverteteheechadomuchodemenos!
La semiyan le abrazaba con fuerza sin dejarle casi respirar. Le costó un rato darse cuenta de quien era.
- ¿Kimara? – aventuró.
La chica se separó de él con los ojos brillantes.
- ¿Cómo estás? ¿Qué tal te ha ido?
Jack se esforzó por mostrarse amable, aunque lo que menos le apetecía en aquel momento era explicar todos lo pormenores del viaje. Al final, no hizo falta.
- ¿Qué haces tú aquí? – dijo Kimara con voz irritada, dirigiéndose, obviamente, al otro ocupante de la habitación.
- No tengo por qué darte explicaciones. – respondió Kirtash frío y cortante.
Jack se dio cuenta entonces como cambiaba su actitud cuando se dirigía a las personas que le importaban frente a las que no. Entendía por qué la gente no confiaba en él ya que su lado más humano se revelaba sólo ante Victoria y ante él. Jack esperaba no tener que llegar a ese extremo dejándose llevar por su condición de dragón.
- Sólo estábamos hablando, Kimara. – dijo Jack intentando calmar los ánimos.
“Mentiroso”, oyó la voz burlona del shek en su mente.
Kimara se volvió hacia él extrañada.
- Creía que estabas muy cansado para hablar con nadie.
- Venía a preguntarme sobre el estado de Victoria. Tiene el mismo derecho que yo a saberlo. – se justificó. – Pero sí es verdad que ahora no estoy con ánimo de recibir visitas. ¿Podrías hacerme un favor?
- ¿Cuál? – dijo Kimara, todavía recelosa.
- ¿Podrías intentar que nadie venga por aquí? Necesito dormir un poco antes de someterme a los interrogatorios.
- Está bien. – cedió. – Pero mañana vas a tener que dar muchas explicaciones.
- Gracias. – dijo Jack, sonriendo.
Kimara fulminó con la mirada a Kirtash y se marchó de la habitación, dando un portazo.
El shek sonreía, divertido. Al parecer se lo había pasado en grande con aquella situación.
- Creo que tu novia se ha puesto celosa.
- Algo me tenía que inventar para cubrirte ya que tú no colaboras. – replicó Jack.
- No tengo por costumbre contarle mi vida privada a cualquiera que me lo pregunte.
- Bueno, te dejo que tienes que “dormir”. – dijo Kirtash burlándose de la excusa de su compañero.
Se inclinó sobre él para despedirse momento que Jack aprovechó para cogerle del brazo y tumbarle a su lado. Le tomó el rostro entre las manos y le dio un beso breve pero muy intenso.
- Ahora que consigo que nos dejen a solas, ¿te quieres ir?
- Después de esto no. – dijo Kirtash un tanto sorprendido.
Jack sonrió y le besó de nuevo, con calidez e intensidad, entrelazando su lengua con la del shek casi asfixiándole. Había decidido por fin dejarse llevar por su instinto entregándose completamente sin temer nada.
Kirtash se sentía aturdido. Aquel beso era ardiente como el fuego, una ola de calor se extendió rápidamente por su cuerpo, su corazón comenzó a latir más rápido bombeando adrenalina. El control que siempre mantenía en aquellas situaciones se desvaneció y perdió la noción de la realidad.
Sus brazos rodearon instintivamente la cintura de Jack tratando de fundirse con él.
Jack se separó lentamente de su boca. Sus cálidos labios se posaron suavemente en su cuello, provocando sensaciones que Kirtash nunca antes había llegado a imaginar. Y perdió el fino hilo de autocontrol que aún unía sus acciones a su razón.
Tumbó a Jack boca arriba y se puso sobre él besándole con delicadeza y deliberada lentitud el cuello, los hombros, el pecho. Demasiado lejos.
Jack le empujó suavemente separándole. Kirtash logró recuperar parte de su cordura. La suficiente como para mirar al dragón a los ojos y ver su cara teñida de inseguridad, sorpresa e incluso...miedo. Su respiración estaba agitada y el sudor le perlaba la frente.
- Lo siento – dijo Kirtash, respirando entrecortadamente. – perdí el control.
Jack sonrió para tranquilizarle y se separó un poco más para que pudiera serenarse.
- No pasa nada. Pero me asustaste. – dijo, riendo.
- Te juro que nunca me había pasado. Siempre he podido mantener la cabeza fría. Siempre.
- Ahora sabes cómo nos sentimos los que no somos sheks. ¿De verdad pensabas que conmigo ibas a poder mantener la cabeza fría?
- Intenta comprenderme. Nunca antes había estado enamorado de un dragón. – respondió, ya más calmado.
- Pues vete acostumbrando. Pero, ¿hasta dónde pretendías llegar?
- No lo sé. No pensaba, simplemente, me dejaba llevar.
Kirtash se puso serio y le miró directamente a los ojos.
- Escucha. Pase lo que pase esto es cosa de los dos. No te voy a obligar a nada, ¿de acuerdo? No me molestaré porque me pares los pies si te resulta incómodo.
- Descuida. Lo haré. Si para entonces me queda algo de cordura.
- ¿Me puedo quedar a dormir? Tengo que aprovechar al máximo las horas de intimidad que nos quedan.
- Claro. Pero a dormir. Mañana voy a tener que soltar unos cuantos discursos.
- Por una vez me alegro de que me odien. Por lo menos me dejan tranquilo.
Y se abrazaron para aprovechar la que quizás sería la última noche a solas en mucho tiempo.
Dedicado a mi fan más empalagosa que me pidió una escena a solas. Gracias por hacerme sufrir!!!
Se oían unos pasos apresurados acercándose a la habitación.
Kirtash, rápido como el pensamiento, se las ingenió para moverse hasta la pared opuesta de la habitación y apoyarse en ella con una actitud aparentemente relajada.
Jack sólo tuvo tiempo de incorporarse antes de que alguien entrara como una tromba en la habitación y se le abalanzase encima.
- ¡Jackcuantotiemposinverteteheechadomuchodemenos!
La semiyan le abrazaba con fuerza sin dejarle casi respirar. Le costó un rato darse cuenta de quien era.
- ¿Kimara? – aventuró.
La chica se separó de él con los ojos brillantes.
- ¿Cómo estás? ¿Qué tal te ha ido?
Jack se esforzó por mostrarse amable, aunque lo que menos le apetecía en aquel momento era explicar todos lo pormenores del viaje. Al final, no hizo falta.
- ¿Qué haces tú aquí? – dijo Kimara con voz irritada, dirigiéndose, obviamente, al otro ocupante de la habitación.
- No tengo por qué darte explicaciones. – respondió Kirtash frío y cortante.
Jack se dio cuenta entonces como cambiaba su actitud cuando se dirigía a las personas que le importaban frente a las que no. Entendía por qué la gente no confiaba en él ya que su lado más humano se revelaba sólo ante Victoria y ante él. Jack esperaba no tener que llegar a ese extremo dejándose llevar por su condición de dragón.
- Sólo estábamos hablando, Kimara. – dijo Jack intentando calmar los ánimos.
“Mentiroso”, oyó la voz burlona del shek en su mente.
Kimara se volvió hacia él extrañada.
- Creía que estabas muy cansado para hablar con nadie.
- Venía a preguntarme sobre el estado de Victoria. Tiene el mismo derecho que yo a saberlo. – se justificó. – Pero sí es verdad que ahora no estoy con ánimo de recibir visitas. ¿Podrías hacerme un favor?
- ¿Cuál? – dijo Kimara, todavía recelosa.
- ¿Podrías intentar que nadie venga por aquí? Necesito dormir un poco antes de someterme a los interrogatorios.
- Está bien. – cedió. – Pero mañana vas a tener que dar muchas explicaciones.
- Gracias. – dijo Jack, sonriendo.
Kimara fulminó con la mirada a Kirtash y se marchó de la habitación, dando un portazo.
El shek sonreía, divertido. Al parecer se lo había pasado en grande con aquella situación.
- Creo que tu novia se ha puesto celosa.
- Algo me tenía que inventar para cubrirte ya que tú no colaboras. – replicó Jack.
- No tengo por costumbre contarle mi vida privada a cualquiera que me lo pregunte.
- Bueno, te dejo que tienes que “dormir”. – dijo Kirtash burlándose de la excusa de su compañero.
Se inclinó sobre él para despedirse momento que Jack aprovechó para cogerle del brazo y tumbarle a su lado. Le tomó el rostro entre las manos y le dio un beso breve pero muy intenso.
- Ahora que consigo que nos dejen a solas, ¿te quieres ir?
- Después de esto no. – dijo Kirtash un tanto sorprendido.
Jack sonrió y le besó de nuevo, con calidez e intensidad, entrelazando su lengua con la del shek casi asfixiándole. Había decidido por fin dejarse llevar por su instinto entregándose completamente sin temer nada.
Kirtash se sentía aturdido. Aquel beso era ardiente como el fuego, una ola de calor se extendió rápidamente por su cuerpo, su corazón comenzó a latir más rápido bombeando adrenalina. El control que siempre mantenía en aquellas situaciones se desvaneció y perdió la noción de la realidad.
Sus brazos rodearon instintivamente la cintura de Jack tratando de fundirse con él.
Jack se separó lentamente de su boca. Sus cálidos labios se posaron suavemente en su cuello, provocando sensaciones que Kirtash nunca antes había llegado a imaginar. Y perdió el fino hilo de autocontrol que aún unía sus acciones a su razón.
Tumbó a Jack boca arriba y se puso sobre él besándole con delicadeza y deliberada lentitud el cuello, los hombros, el pecho. Demasiado lejos.
Jack le empujó suavemente separándole. Kirtash logró recuperar parte de su cordura. La suficiente como para mirar al dragón a los ojos y ver su cara teñida de inseguridad, sorpresa e incluso...miedo. Su respiración estaba agitada y el sudor le perlaba la frente.
- Lo siento – dijo Kirtash, respirando entrecortadamente. – perdí el control.
Jack sonrió para tranquilizarle y se separó un poco más para que pudiera serenarse.
- No pasa nada. Pero me asustaste. – dijo, riendo.
- Te juro que nunca me había pasado. Siempre he podido mantener la cabeza fría. Siempre.
- Ahora sabes cómo nos sentimos los que no somos sheks. ¿De verdad pensabas que conmigo ibas a poder mantener la cabeza fría?
- Intenta comprenderme. Nunca antes había estado enamorado de un dragón. – respondió, ya más calmado.
- Pues vete acostumbrando. Pero, ¿hasta dónde pretendías llegar?
- No lo sé. No pensaba, simplemente, me dejaba llevar.
Kirtash se puso serio y le miró directamente a los ojos.
- Escucha. Pase lo que pase esto es cosa de los dos. No te voy a obligar a nada, ¿de acuerdo? No me molestaré porque me pares los pies si te resulta incómodo.
- Descuida. Lo haré. Si para entonces me queda algo de cordura.
- ¿Me puedo quedar a dormir? Tengo que aprovechar al máximo las horas de intimidad que nos quedan.
- Claro. Pero a dormir. Mañana voy a tener que soltar unos cuantos discursos.
- Por una vez me alegro de que me odien. Por lo menos me dejan tranquilo.
Y se abrazaron para aprovechar la que quizás sería la última noche a solas en mucho tiempo.
Un simple...capítulo 5
Capítulo 5: Reencuentro
Al fin, llegaron a Nurgon. La fortaleza estaba siendo rodeada por los árboles del bosque de Awa. No se divisaba ningún ejército en tierra. Pero el cielo estaba infestado de sheks.
La paz que había dominado el corazón de Jack hasta ese momento, se rompió, llenándole de nuevo aquel odio legendario que ya había olvidado.
Sus músculos estaban en tensión y sus ojos llameaban de ira.
Kirtash se dio cuenta justo a tiempo. Dejó con cuidado a Victoria tumbada en el suelo y se acercó a Jack por detrás, le rodeó suavemente con los brazos y le atrajo hacia sí, con calma, sin brusquedad. Sabía que era el único contacto que conseguiría calmarle lo suficiente como para que no se lanzara en un ataque suicida.
Jack se revolvió inquieto, tratando de separarse, sin éxito. Poco a poco sus músculos se relajaron y su mente se despejó. Apoyó la cabeza en el hombro de su compañero y cerró los ojos.
- ¿Mejor? – le susurró Kirtash al oído.
Jack asintió levemente con la cabeza.
- Gracias – murmuró.
- ¿Puedo soltarte?
Jack volvió a asentir. Sintió disminuir la presión alrededor de su cuerpo, lentamente.
- ¿Cómo vamos a entrar sin que nos detecten? – dijo, intentando mantener la calma.
- ¿Todavía tienes las capas de banalidad? – preguntó Kirtash, que seguía vigilante.
- Sí, pero sólo dos.
- Usa una tú. La otra la compartiré con Victoria. Su esencia es más difícil de detectar ahora y a ti te es más difícil pasar desapercibido.
Jack no las tenía todas consigo pero no había otra manera. Habría que arriesgarse.
Se cubrió con una de las capas y echó a andar. Le pesaba, le agobiaba sobremanera. Pero era necesario. Trataba de permanecer tranquilo, concentrándose en aquel inesperado abrazo que le había calmado.
Consiguieron llegar a la linde del bosque sin incidentes, gracias a un sobreesfuerzo de ambos. Allí les recibieron las hadas y los silfos guardianes de aquella muralla vegetal. No tardaron en reconocerlos, ya que podían ver su aura, aunque no les hizo ninguna gracia la presencia del shek. Les condujeron a través de los árboles hasta llegar a la pequeña franja de terreno despejado que se abría entre el bosque y la fortaleza. Allí era donde Tanawe y los demás fabricaban los dragones artificiales.
Kirtash dejó a Victoria en manos de los magos y curanderos que se habían acercado al conocer la noticia. Intercambió unas breves palabras con ellos y dejó que la llevaran dentro. Se volvió hacia Jack.
- Hasta luego, dragón. Tengo que cumplir con lo que te prometí.
Dicho esto desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
- ¡Jack, muchacho! ¡Al fin has vuelto! – dijo Alexander que había salido a recibirle. – Tranquilo. Victoria no está en peligro. Despertará en unos días. Me han dicho que ha sido una fuerte impresión, ¿no? ¿Qué le ha pasado?
- Nada grave. – respondió Jack esperando que su cara no le delatara.
“Sólo que nos pilló a Kirtash y a mí en pleno arrebato pasional.”
- Me parece increíble que ese medio shek y tú hayáis llegado hasta aquí sin pelearos a muerte.
- Supongo que teníamos que soportarnos por el bien de Victoria. – dijo Jack procurando sonar convincente.
“En realidad ha sido mucho más que soportable.”
Jack se alegraba mucho de volver a ver a Alexander. Pero no podía evitar sentirse un poco culpable. Alexander atribuyó su preocupación y mutismo al estado de Victoria, cuando en realidad le preocupaba irse de la lengua sin querer. Procuraba desviar la conversación de Kirtash y centrarla en otros temas menos comprometidos.
- ¿Por qué se ha extendido el bosque alrededor de la fortaleza? – preguntó, fingiendo un gran interés.
- El escudo de Awa es muy poderoso y los feéricos accedieron a extenderlo para cubrirnos y defendernos. Por cierto, ¿cómo conseguisteis burlar a los sheks?
- Usamos capas de banalidad.
- ¿Bastó con eso? Caramba, chico qué autocontrol.
- Sí... – sería mejor acabar la conversación. Estaba visto que aquello iba a ser un monotema bastante incómodo. – Alexander, estoy muy cansado. ¿Te importaría que habláramos en otro momento?
- Claro, supongo que habrá sido un viaje duro.
Jack se encerró en la primera habitación vacía que encontró y se tumbó en la cama, mental y físicamente agotado. Notó descender ligeramente la temperatura de la habitación pero no se molestó en volverse. Sabía de sobra quien había entrado.
- Creía que estarías dando una vuelta.
- Ahí fuera apesta a dragón. – replicó Kirtash en tono molesto.
Jack se echó a reír.
- Y aquí también.
- Te equivocas. Aquí huele a dragón.
- ¿Qué diferencia hay?
Kirtash no respondió. Simplemente se tumbó sobre él y le besó con cariño.
Jack notaba como la realidad se desvanecía a su alrededor, su mente se nublaba, sus sentidos se concentraban en el beso. Una parte de él deseaba dejarse llevar, pero no debía hacerlo. Se separó lentamente, a regañadientes.
- ¿Qué te pasa? – dijo Kirtash, separándose también.
- Ya no estamos solos. Cualquiera puede descubrirnos y yo así no puedo estar alerta. – respondió Jack, claramente decepcionado.
- Si lo sé, no te dejo venir. – dijo Kirtash pinchándole.
- ¿Qué mas quieres? – preguntó Jack es tono de reproche.
- Mejor que no lo sepas. – dijo para sí. - ¿Qué tal ha ido tu reencuentro?
- Alexander me ha estado interrogando sobre mi increíble autocontrol para soportarte. Sigue teniéndote el mismo aprecio que siempre.
- Me gustaría haberte besado delante de sus narices. – dijo el shek en tono desafiante. – Así sí que tendría motivos para odiarme.
- No lo dudes.
Kirtash se tumbó a su lado y apoyó la cabeza en su pecho.
- Aunque con esto me conformo. – murmuró.
Jack sonrió y extendió una mano para acariciarle el cabello castaño. La verdad es que estaba muy a gusto.
Al fin, llegaron a Nurgon. La fortaleza estaba siendo rodeada por los árboles del bosque de Awa. No se divisaba ningún ejército en tierra. Pero el cielo estaba infestado de sheks.
La paz que había dominado el corazón de Jack hasta ese momento, se rompió, llenándole de nuevo aquel odio legendario que ya había olvidado.
Sus músculos estaban en tensión y sus ojos llameaban de ira.
Kirtash se dio cuenta justo a tiempo. Dejó con cuidado a Victoria tumbada en el suelo y se acercó a Jack por detrás, le rodeó suavemente con los brazos y le atrajo hacia sí, con calma, sin brusquedad. Sabía que era el único contacto que conseguiría calmarle lo suficiente como para que no se lanzara en un ataque suicida.
Jack se revolvió inquieto, tratando de separarse, sin éxito. Poco a poco sus músculos se relajaron y su mente se despejó. Apoyó la cabeza en el hombro de su compañero y cerró los ojos.
- ¿Mejor? – le susurró Kirtash al oído.
Jack asintió levemente con la cabeza.
- Gracias – murmuró.
- ¿Puedo soltarte?
Jack volvió a asentir. Sintió disminuir la presión alrededor de su cuerpo, lentamente.
- ¿Cómo vamos a entrar sin que nos detecten? – dijo, intentando mantener la calma.
- ¿Todavía tienes las capas de banalidad? – preguntó Kirtash, que seguía vigilante.
- Sí, pero sólo dos.
- Usa una tú. La otra la compartiré con Victoria. Su esencia es más difícil de detectar ahora y a ti te es más difícil pasar desapercibido.
Jack no las tenía todas consigo pero no había otra manera. Habría que arriesgarse.
Se cubrió con una de las capas y echó a andar. Le pesaba, le agobiaba sobremanera. Pero era necesario. Trataba de permanecer tranquilo, concentrándose en aquel inesperado abrazo que le había calmado.
Consiguieron llegar a la linde del bosque sin incidentes, gracias a un sobreesfuerzo de ambos. Allí les recibieron las hadas y los silfos guardianes de aquella muralla vegetal. No tardaron en reconocerlos, ya que podían ver su aura, aunque no les hizo ninguna gracia la presencia del shek. Les condujeron a través de los árboles hasta llegar a la pequeña franja de terreno despejado que se abría entre el bosque y la fortaleza. Allí era donde Tanawe y los demás fabricaban los dragones artificiales.
Kirtash dejó a Victoria en manos de los magos y curanderos que se habían acercado al conocer la noticia. Intercambió unas breves palabras con ellos y dejó que la llevaran dentro. Se volvió hacia Jack.
- Hasta luego, dragón. Tengo que cumplir con lo que te prometí.
Dicho esto desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
- ¡Jack, muchacho! ¡Al fin has vuelto! – dijo Alexander que había salido a recibirle. – Tranquilo. Victoria no está en peligro. Despertará en unos días. Me han dicho que ha sido una fuerte impresión, ¿no? ¿Qué le ha pasado?
- Nada grave. – respondió Jack esperando que su cara no le delatara.
“Sólo que nos pilló a Kirtash y a mí en pleno arrebato pasional.”
- Me parece increíble que ese medio shek y tú hayáis llegado hasta aquí sin pelearos a muerte.
- Supongo que teníamos que soportarnos por el bien de Victoria. – dijo Jack procurando sonar convincente.
“En realidad ha sido mucho más que soportable.”
Jack se alegraba mucho de volver a ver a Alexander. Pero no podía evitar sentirse un poco culpable. Alexander atribuyó su preocupación y mutismo al estado de Victoria, cuando en realidad le preocupaba irse de la lengua sin querer. Procuraba desviar la conversación de Kirtash y centrarla en otros temas menos comprometidos.
- ¿Por qué se ha extendido el bosque alrededor de la fortaleza? – preguntó, fingiendo un gran interés.
- El escudo de Awa es muy poderoso y los feéricos accedieron a extenderlo para cubrirnos y defendernos. Por cierto, ¿cómo conseguisteis burlar a los sheks?
- Usamos capas de banalidad.
- ¿Bastó con eso? Caramba, chico qué autocontrol.
- Sí... – sería mejor acabar la conversación. Estaba visto que aquello iba a ser un monotema bastante incómodo. – Alexander, estoy muy cansado. ¿Te importaría que habláramos en otro momento?
- Claro, supongo que habrá sido un viaje duro.
Jack se encerró en la primera habitación vacía que encontró y se tumbó en la cama, mental y físicamente agotado. Notó descender ligeramente la temperatura de la habitación pero no se molestó en volverse. Sabía de sobra quien había entrado.
- Creía que estarías dando una vuelta.
- Ahí fuera apesta a dragón. – replicó Kirtash en tono molesto.
Jack se echó a reír.
- Y aquí también.
- Te equivocas. Aquí huele a dragón.
- ¿Qué diferencia hay?
Kirtash no respondió. Simplemente se tumbó sobre él y le besó con cariño.
Jack notaba como la realidad se desvanecía a su alrededor, su mente se nublaba, sus sentidos se concentraban en el beso. Una parte de él deseaba dejarse llevar, pero no debía hacerlo. Se separó lentamente, a regañadientes.
- ¿Qué te pasa? – dijo Kirtash, separándose también.
- Ya no estamos solos. Cualquiera puede descubrirnos y yo así no puedo estar alerta. – respondió Jack, claramente decepcionado.
- Si lo sé, no te dejo venir. – dijo Kirtash pinchándole.
- ¿Qué mas quieres? – preguntó Jack es tono de reproche.
- Mejor que no lo sepas. – dijo para sí. - ¿Qué tal ha ido tu reencuentro?
- Alexander me ha estado interrogando sobre mi increíble autocontrol para soportarte. Sigue teniéndote el mismo aprecio que siempre.
- Me gustaría haberte besado delante de sus narices. – dijo el shek en tono desafiante. – Así sí que tendría motivos para odiarme.
- No lo dudes.
Kirtash se tumbó a su lado y apoyó la cabeza en su pecho.
- Aunque con esto me conformo. – murmuró.
Jack sonrió y extendió una mano para acariciarle el cabello castaño. La verdad es que estaba muy a gusto.
Un simple...capítulo 4
Capítulo 4: Confianza
Victoria se encontraba inerte, con los ojos cerrados, aparentemente inconsciente. La sangre le subía al rostro de nuevo, muy lentamente. Su respiración era completamente imperceptible.
- N...No...No es posible. – dijo Jack aterrado. - ¿La hemos matado? ¡Victoria por favor, despierta! No te mueras...
Apoyó la cabeza en el pecho de la joven y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
- ¿Qué he hecho, qué he hecho? – gimió con la voz rota.
Entonces los oyó. Unos golpes muy tenues pero continuos y regulares. Eran sin duda los latidos de su corazón.
- Está...viva. ¡Está viva! – gritó Jack, inmensamente aliviado.
- Creo que está en coma – dijo Kirtash muy serio aunque también aliviado.
- Deberíamos hacer que la vea un médico, ¿no? – dijo Jack todavía saliendo del shock.
- Si fuera una humana normal, sí – dijo Kirtash sonriendo. – Se me ocurre alguien mejor. Un auténtico experto en unicornios.
Jack sonrió también. Shail era, sin duda, el que mejor podría ayudar a Victoria. Pero se encontraba en Nurgon con los demás.
- ¿Cambio de planes? – pregunto Jack.
- Nos vamos a Nurgon – confirmó Kirtash.
El viaje hasta Nurgon iba a ser largo pero ambos prefirieron ir a pie. Cualquiera de los dos llamaría la atención de los sheks si se transformaba.
Habían decidido que cargarían con Victoria por turnos. Era una medida un tanto drástica pero no había tiempo para nada mejor.
Caminaban a buen ritmo pero con descansos más frecuentes que antes.
- Aún la quieres, ¿verdad? – dijo Kirtash.
- Igual que cuando sólo éramos amigos – respondió Jack, un tanto sorprendido por la pregunta.
- Te preocupaste por ella. – se justificó. – Me alegro de que sigas sintiendo algo por ella. No quisiera que la perdieras por mi culpa.
- Una cosa es lo que piense yo y otra lo que piense ella. Me da miedo perderla también como amiga. – dijo Jack entristecido.
- Pues sí que te doy problemas.
- Consigues que merezca la pena aguantarlos.
- Supongo que querrás mantenerlo en secreto, ¿no?
- ¿Por?
Kirtash suspiró. – No creo que a tus amigos les guste que tengamos tanta confianza. Acabarías convirtiéndote en un traidor... como yo.
- Aunque puede que haya alguien que nos de problemas. – dijo ceñudo.
- ¿Quién?
- Celestes – se limitó a responder.
Era cierto. Los celestes podían ver los sentimientos que se profesaban las personas. Jack pensó en Zaisei y en el padre Ha-Din. Sabía que no tenían por costumbre declarar todo lo que veían pero aquella relación, sin duda, era algo que no pasarían por alto.
Jack frunció los labios con preocupación. No le molestaba que la gente descubriera que se había enamorado de un chico, detalle que desde el principio le pareció insignificante. Pero sentía pavor al imaginar a sus amigos, especialmente Alexander, si descubrían que se había “aliado con el enemigo”. Le despreciarían, le odiarían, creyendo que les había traicionado.
Kirtash, respondiendo a sus pensamientos, dijo:
- Confía en mí. Procuraré que no se den cuenta. Lo último que quiero ahora es ponerte en peligro.
Jack resopló, hastiado.
- Sabes que odio que me leas la mente.
- No lo necesito. Tu cara ya me dice todo. Además, ciertas cosas, prefiero que me las digas tú.
Jack se sonrojó casi al instante. Aquellos días a solas les ayudaban a ganar confianza, pero sólo el recuerdo de aquel primer beso compartido, le aceleraba el corazón.
Decidió retomar el hilo de la conversación.
- Ya sé que puedes estar en un sitio varios días sin que se te vea el pelo. Pero no puedo dejar de pensarlo.
- ¿No te arriesgarías por mí? – preguntó Kirtash ligeramente burlón.
- Si hubiera una mínima posibilidad de sobrevivir después, sí. – respondió Jack en el mismo tono.
- Entonces lo tomaré como un no.
- Intenta comprenderme, no todos podemos estar a gusto sin amigos a nuestro lado. Especialmente si tenemos un novio que necesita irse durante semanas solo al fin del mundo para recuperar su esencia de shek.
Kirtash sonrió para sí, grabando la frase en su memoria. Era la primera vez que se refería a él como “su novio”. Un detalle humano bastante agradable.
Kirtash no sabría decir por qué habían cambiado sus sentimientos y no había día que no intentara buscar una razón lógica para ese cambio. Aún no lo había conseguido.
Lo único que sabía con certeza, era que la enorme calidez que emanaba de Jack, aquel fuego interior tan propio de su raza, había logrado derretir el hielo que envolvía su corazón. No se trataba sólo de un sentimiento humano paralelo al odio instintivo sino que éste se canalizaba de forma distinta. Sus sentimientos humanos habían cesado de atormentar su alma de shek... al enamorarse de un dragón. Parecía imposible y, sin embargo, cada día estaba más seguro de su decisión.
Los días pasaban de forma similar. Solían mantener conversaciones semejantes cada vez más frecuentemente, vigilaban a menudo el estado de Victoria que continuaba estable e intercambiaban muestras de cariño, aunque al principio fueron bastante sutiles.
Por las noches solían dormir muy cerca el uno del otro. Aunque al acostarse les separara una cierta distancia, siempre despertaban casi pegados, incluso abrazados. Se atraían inconscientemente como polos opuestos de un imán.
La primera noche Jack se había pegado un susto de muerte cuando, al despertar, vio el rostro de su compañero a escasos centímetros del suyo.
- ¡Pero qué haces!
Kirtash se despertó también, un poco sobresaltado.
- Dormir – respondió tranquilamente.
- ¿Y tienes que hacerlo así?
El shek sonrió, rodeó la cintura de Jack con un brazo y le atrajo hacia sí.
- Tengo frío – se quejó.
- Nunca te ha importado. – dijo Jack intentando zafarse.
- Por tu culpa, ahora sí. – respondió el otro sin aflojar su presa.
Jack se rindió y dejó de forcejear.
- Eres increíble. – murmuró, todavía molesto.
- Ya lo sé – dijo Kirtash riéndose por lo bajo.
Victoria se encontraba inerte, con los ojos cerrados, aparentemente inconsciente. La sangre le subía al rostro de nuevo, muy lentamente. Su respiración era completamente imperceptible.
- N...No...No es posible. – dijo Jack aterrado. - ¿La hemos matado? ¡Victoria por favor, despierta! No te mueras...
Apoyó la cabeza en el pecho de la joven y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
- ¿Qué he hecho, qué he hecho? – gimió con la voz rota.
Entonces los oyó. Unos golpes muy tenues pero continuos y regulares. Eran sin duda los latidos de su corazón.
- Está...viva. ¡Está viva! – gritó Jack, inmensamente aliviado.
- Creo que está en coma – dijo Kirtash muy serio aunque también aliviado.
- Deberíamos hacer que la vea un médico, ¿no? – dijo Jack todavía saliendo del shock.
- Si fuera una humana normal, sí – dijo Kirtash sonriendo. – Se me ocurre alguien mejor. Un auténtico experto en unicornios.
Jack sonrió también. Shail era, sin duda, el que mejor podría ayudar a Victoria. Pero se encontraba en Nurgon con los demás.
- ¿Cambio de planes? – pregunto Jack.
- Nos vamos a Nurgon – confirmó Kirtash.
El viaje hasta Nurgon iba a ser largo pero ambos prefirieron ir a pie. Cualquiera de los dos llamaría la atención de los sheks si se transformaba.
Habían decidido que cargarían con Victoria por turnos. Era una medida un tanto drástica pero no había tiempo para nada mejor.
Caminaban a buen ritmo pero con descansos más frecuentes que antes.
- Aún la quieres, ¿verdad? – dijo Kirtash.
- Igual que cuando sólo éramos amigos – respondió Jack, un tanto sorprendido por la pregunta.
- Te preocupaste por ella. – se justificó. – Me alegro de que sigas sintiendo algo por ella. No quisiera que la perdieras por mi culpa.
- Una cosa es lo que piense yo y otra lo que piense ella. Me da miedo perderla también como amiga. – dijo Jack entristecido.
- Pues sí que te doy problemas.
- Consigues que merezca la pena aguantarlos.
- Supongo que querrás mantenerlo en secreto, ¿no?
- ¿Por?
Kirtash suspiró. – No creo que a tus amigos les guste que tengamos tanta confianza. Acabarías convirtiéndote en un traidor... como yo.
- Aunque puede que haya alguien que nos de problemas. – dijo ceñudo.
- ¿Quién?
- Celestes – se limitó a responder.
Era cierto. Los celestes podían ver los sentimientos que se profesaban las personas. Jack pensó en Zaisei y en el padre Ha-Din. Sabía que no tenían por costumbre declarar todo lo que veían pero aquella relación, sin duda, era algo que no pasarían por alto.
Jack frunció los labios con preocupación. No le molestaba que la gente descubriera que se había enamorado de un chico, detalle que desde el principio le pareció insignificante. Pero sentía pavor al imaginar a sus amigos, especialmente Alexander, si descubrían que se había “aliado con el enemigo”. Le despreciarían, le odiarían, creyendo que les había traicionado.
Kirtash, respondiendo a sus pensamientos, dijo:
- Confía en mí. Procuraré que no se den cuenta. Lo último que quiero ahora es ponerte en peligro.
Jack resopló, hastiado.
- Sabes que odio que me leas la mente.
- No lo necesito. Tu cara ya me dice todo. Además, ciertas cosas, prefiero que me las digas tú.
Jack se sonrojó casi al instante. Aquellos días a solas les ayudaban a ganar confianza, pero sólo el recuerdo de aquel primer beso compartido, le aceleraba el corazón.
Decidió retomar el hilo de la conversación.
- Ya sé que puedes estar en un sitio varios días sin que se te vea el pelo. Pero no puedo dejar de pensarlo.
- ¿No te arriesgarías por mí? – preguntó Kirtash ligeramente burlón.
- Si hubiera una mínima posibilidad de sobrevivir después, sí. – respondió Jack en el mismo tono.
- Entonces lo tomaré como un no.
- Intenta comprenderme, no todos podemos estar a gusto sin amigos a nuestro lado. Especialmente si tenemos un novio que necesita irse durante semanas solo al fin del mundo para recuperar su esencia de shek.
Kirtash sonrió para sí, grabando la frase en su memoria. Era la primera vez que se refería a él como “su novio”. Un detalle humano bastante agradable.
Kirtash no sabría decir por qué habían cambiado sus sentimientos y no había día que no intentara buscar una razón lógica para ese cambio. Aún no lo había conseguido.
Lo único que sabía con certeza, era que la enorme calidez que emanaba de Jack, aquel fuego interior tan propio de su raza, había logrado derretir el hielo que envolvía su corazón. No se trataba sólo de un sentimiento humano paralelo al odio instintivo sino que éste se canalizaba de forma distinta. Sus sentimientos humanos habían cesado de atormentar su alma de shek... al enamorarse de un dragón. Parecía imposible y, sin embargo, cada día estaba más seguro de su decisión.
Los días pasaban de forma similar. Solían mantener conversaciones semejantes cada vez más frecuentemente, vigilaban a menudo el estado de Victoria que continuaba estable e intercambiaban muestras de cariño, aunque al principio fueron bastante sutiles.
Por las noches solían dormir muy cerca el uno del otro. Aunque al acostarse les separara una cierta distancia, siempre despertaban casi pegados, incluso abrazados. Se atraían inconscientemente como polos opuestos de un imán.
La primera noche Jack se había pegado un susto de muerte cuando, al despertar, vio el rostro de su compañero a escasos centímetros del suyo.
- ¡Pero qué haces!
Kirtash se despertó también, un poco sobresaltado.
- Dormir – respondió tranquilamente.
- ¿Y tienes que hacerlo así?
El shek sonrió, rodeó la cintura de Jack con un brazo y le atrajo hacia sí.
- Tengo frío – se quejó.
- Nunca te ha importado. – dijo Jack intentando zafarse.
- Por tu culpa, ahora sí. – respondió el otro sin aflojar su presa.
Jack se rindió y dejó de forcejear.
- Eres increíble. – murmuró, todavía molesto.
- Ya lo sé – dijo Kirtash riéndose por lo bajo.
Un simple...capítulo 3
Capítulo 3: Reflexiones
Jack volvió a la realidad poco después de aquella declaración. Los pensamientos se le agolpaban en la mente mientras intentaba articular una frase coherente.
- ¡¿A qué te crees que estás jugando?! – soltó Jack hecho un basilisco. Estaba rojo como la grana. – No puedes hablar en serio. Nos odiamos y tú lo sabes.
- Si de verdad pensaras así, me habrías rechazado mucho antes. Piénsalo, Jack. Esperaré lo que haga falta. – respondió con voz neutra.
- No te hagas ilusiones, serpiente. – masculló Jack y se marchó lo más lejos posible de aquel maldito shek y de todos los sentimientos confusos que despertaba en su interior.
Kirtash permanecía tranquilo. En su rostro se dibujó una media sonrisa.
Jack despertó a la mañana siguiente con un humor de perros. Confiaba en que lo que había ocurrido la noche anterior fuera una pesadilla. Pero aún sentía la huella de aquel beso en los labios, quemándole como un fuego helado. Kirtash tenía razón: si de verdad hubiera querido rechazarle no le hubiese permitido llegar tan lejos.
Y estaba aquella extraña sensación, tan poderosa como su odio pero mucho más agradable. No podía ignorarla. Sacudió la cabeza. Seguro que había sido por la sorpresa, por la novedad. No tenía por qué significar algo más. Por todos los dioses, ¡era su enemigo! Aquel con quien, hasta hace dos días competía por Victoria.
Victoria. La buscó con la mirada, y la encontró desayunando cerca de allí. Sonrió y fue a reunirse con ella. Siempre le hacía sentir mejor.
- Buenos días – le dijo la chica con una sonrisa. – Tienes mala cara. ¿Has dormido bien?
“Oh, sí, estupendamente. Tu ex-novio se me declaró, me plantó un beso, y pasé el resto de la noche con bonitas pesadillas en las que gente furiosa quería matarme por deshonrar a los dragones.”
- Sí, bastante – respondió sentándose junto a ella.
- Oh, venga, anímate – dijo ella divertida. Se inclinó sobre él para besarle.
Jack le correspondió de buena gana. Necesitaba sentir que todo era como siempre entre ellos dos, que nada había cambiado.
Jack notaba aquella sensación tan conocida y tan agradable. Sabía que era igual que siempre. Entonces, ¿Por qué no le llenaba como antes? Ni siquiera ese dulce beso, lleno de amor, podía hacerle olvidar aquel nuevo sentimiento que había sustituido al odio que corría por sus venas. Era una sensación de libertad, de no ser esclavo de su instinto. Y por mucho que quisiera negarlo, se la había ofrecido un shek. Le había gustado, era cierto, y por extraño que fuera...deseaba repetirlo.
Se apartó de Victoria, con cierta brusquedad. Había notado una fresca presencia cerca de ellos.
Kirtash no hizo ningún comentario. Jack no se extrañó.
El joven ya le había dicho todo lo que le tenía que decir. Ahora se limitaba a esperar su respuesta.
Jack notó que su corazón se aceleraba como siempre que el shek se encontraba cerca. Pero en su fuero interno sabía que no era el odio lo que lo provocaba.
Jack desvió la mirada del shek y vio que el rostro de Victoria se había ensombrecido al notar su presencia. Le dirigió a Kirtash una nueva mirada, esta vez interrogante.
- He hablado con ella. – se limitó a contestarle. Su mirada escrutaba el rostro de Jack buscando su reacción.
Jack no daba crédito a sus oídos. Kirtash había puesto sus cartas sobre la mesa. ¿Tan seguro estaba de que le correspondería? ¿O simplemente le estaba diciendo que aquello iba en serio, que no era un juego? Fuera como fuese se había arriesgado aun sabiendo que cabía la posibilidad del rechazo.
Jack estuvo varios días dándole vueltas al tema. Victoria buscaba consuelo en él, lo que no era de mucha ayuda. Se había dado cuenta de que seguía sintiendo afecto por ella, aquella amistad que mantenían al principio. Sólo eso. Sus besos se habían vuelto más fríos y más breves que antaño y sabía que a Victoria le preocupaba pero no podía hacer nada. No tenía valor suficiente para declararle la decisión que su corazón ya había tomado hacía tiempo. Además, primero tenía que confesárselo a quien más le incumbía. Kirtash. Y tenía miedo. Mucho miedo. Miedo al cambio, al riesgo que supondría enamorarse de él y a las consecuencias de esa alianza.
Pero le necesitaba. Con más intensidad según iban pasando los días. Y fue ese sentimiento el que acabó ganando su batalla interna. Estaba decidido.
Aquella misma noche esperó a que Victoria se durmiera. Esperaba poder decírselo cuando llegara el momento.
Mientras buscaba a Kirtash por los alrededores del campamento sentía los nervios a flor de piel. Temblaba como un flan y no precisamente de frío.
Cuando le encontró, en la linde del bosque sentado bajo un árbol, su corazón comenzó a palpitar con fuerza. Intentó mantenerse sereno cuando se sentó junto a él. El shek no dijo nada pero le miró interrogante.
- He tomado una decisión – susurró Jack casi imperceptiblemente.
- ¿Y? – preguntó Kirtash en el mismo tono.
Jack sonrió con nerviosismo.
- Déjame usar el comodín. – dijo y le besó con torpeza en los labios.
Era un beso torpe e inseguro pero muy dulce. Kirtash lo disfrutó unos momentos, antes de corresponderle con más intensidad que la vez anterior, buscando el único fuego que no temía, y que le llenaba de una agradable calidez. Le puso una mano en la nuca y le empujó suavemente para acercarle más.
A Jack le intimidó al principio, pero entonces volvió a surgir aquel sentimiento en su corazón y se entregó con pasión al beso empujado por aquella sensación de libertad y bienestar.
Kirtash estaba acorralado, apoyado en el tronco del árbol, entrelazando su lengua con la de Jack mientras iba perdiendo el control poco a poco. Empujó suavemente al dragón tumbándole sobre la hierba sin ninguna resistencia por su parte.
Jack sentía escalofríos que le recorrían el cuerpo como pequeñas corrientes eléctricas. Rodeó el cuello del shek con los brazos intentando alargar el momento todo lo posible.
Jack se separó un instante. Miró al shek a los ojos con una mirada teñida de afecto y le susurró:
- Por si no queda claro quería decirte...que te quiero Kirtash. Incluso como serpiente.
- ¿Para eso lo interrumpes? – respondió el otro con una sonrisa.
- Oh, perdona deja que te compense – Dijo Jack entre risas. Sus bocas se fundieron de nuevo en un beso.
- Jack... – dijo una voz muy familiar para ambos.
Victoria estaba de pie con sus ojos castaños abiertos como platos y su rostro blanco como la cal. De pronto se llevó las manos a la cabeza y se desplomó suavemente sobre la hierba.
Los dos se levantaron corriendo hacia ella. Jack trataba de despertarla mientras Kirtash le tomaba la muñeca.
- Jack... – dijo Kirtash en un susurro. – No le noto el pulso.
Jack volvió a la realidad poco después de aquella declaración. Los pensamientos se le agolpaban en la mente mientras intentaba articular una frase coherente.
- ¡¿A qué te crees que estás jugando?! – soltó Jack hecho un basilisco. Estaba rojo como la grana. – No puedes hablar en serio. Nos odiamos y tú lo sabes.
- Si de verdad pensaras así, me habrías rechazado mucho antes. Piénsalo, Jack. Esperaré lo que haga falta. – respondió con voz neutra.
- No te hagas ilusiones, serpiente. – masculló Jack y se marchó lo más lejos posible de aquel maldito shek y de todos los sentimientos confusos que despertaba en su interior.
Kirtash permanecía tranquilo. En su rostro se dibujó una media sonrisa.
Jack despertó a la mañana siguiente con un humor de perros. Confiaba en que lo que había ocurrido la noche anterior fuera una pesadilla. Pero aún sentía la huella de aquel beso en los labios, quemándole como un fuego helado. Kirtash tenía razón: si de verdad hubiera querido rechazarle no le hubiese permitido llegar tan lejos.
Y estaba aquella extraña sensación, tan poderosa como su odio pero mucho más agradable. No podía ignorarla. Sacudió la cabeza. Seguro que había sido por la sorpresa, por la novedad. No tenía por qué significar algo más. Por todos los dioses, ¡era su enemigo! Aquel con quien, hasta hace dos días competía por Victoria.
Victoria. La buscó con la mirada, y la encontró desayunando cerca de allí. Sonrió y fue a reunirse con ella. Siempre le hacía sentir mejor.
- Buenos días – le dijo la chica con una sonrisa. – Tienes mala cara. ¿Has dormido bien?
“Oh, sí, estupendamente. Tu ex-novio se me declaró, me plantó un beso, y pasé el resto de la noche con bonitas pesadillas en las que gente furiosa quería matarme por deshonrar a los dragones.”
- Sí, bastante – respondió sentándose junto a ella.
- Oh, venga, anímate – dijo ella divertida. Se inclinó sobre él para besarle.
Jack le correspondió de buena gana. Necesitaba sentir que todo era como siempre entre ellos dos, que nada había cambiado.
Jack notaba aquella sensación tan conocida y tan agradable. Sabía que era igual que siempre. Entonces, ¿Por qué no le llenaba como antes? Ni siquiera ese dulce beso, lleno de amor, podía hacerle olvidar aquel nuevo sentimiento que había sustituido al odio que corría por sus venas. Era una sensación de libertad, de no ser esclavo de su instinto. Y por mucho que quisiera negarlo, se la había ofrecido un shek. Le había gustado, era cierto, y por extraño que fuera...deseaba repetirlo.
Se apartó de Victoria, con cierta brusquedad. Había notado una fresca presencia cerca de ellos.
Kirtash no hizo ningún comentario. Jack no se extrañó.
El joven ya le había dicho todo lo que le tenía que decir. Ahora se limitaba a esperar su respuesta.
Jack notó que su corazón se aceleraba como siempre que el shek se encontraba cerca. Pero en su fuero interno sabía que no era el odio lo que lo provocaba.
Jack desvió la mirada del shek y vio que el rostro de Victoria se había ensombrecido al notar su presencia. Le dirigió a Kirtash una nueva mirada, esta vez interrogante.
- He hablado con ella. – se limitó a contestarle. Su mirada escrutaba el rostro de Jack buscando su reacción.
Jack no daba crédito a sus oídos. Kirtash había puesto sus cartas sobre la mesa. ¿Tan seguro estaba de que le correspondería? ¿O simplemente le estaba diciendo que aquello iba en serio, que no era un juego? Fuera como fuese se había arriesgado aun sabiendo que cabía la posibilidad del rechazo.
Jack estuvo varios días dándole vueltas al tema. Victoria buscaba consuelo en él, lo que no era de mucha ayuda. Se había dado cuenta de que seguía sintiendo afecto por ella, aquella amistad que mantenían al principio. Sólo eso. Sus besos se habían vuelto más fríos y más breves que antaño y sabía que a Victoria le preocupaba pero no podía hacer nada. No tenía valor suficiente para declararle la decisión que su corazón ya había tomado hacía tiempo. Además, primero tenía que confesárselo a quien más le incumbía. Kirtash. Y tenía miedo. Mucho miedo. Miedo al cambio, al riesgo que supondría enamorarse de él y a las consecuencias de esa alianza.
Pero le necesitaba. Con más intensidad según iban pasando los días. Y fue ese sentimiento el que acabó ganando su batalla interna. Estaba decidido.
Aquella misma noche esperó a que Victoria se durmiera. Esperaba poder decírselo cuando llegara el momento.
Mientras buscaba a Kirtash por los alrededores del campamento sentía los nervios a flor de piel. Temblaba como un flan y no precisamente de frío.
Cuando le encontró, en la linde del bosque sentado bajo un árbol, su corazón comenzó a palpitar con fuerza. Intentó mantenerse sereno cuando se sentó junto a él. El shek no dijo nada pero le miró interrogante.
- He tomado una decisión – susurró Jack casi imperceptiblemente.
- ¿Y? – preguntó Kirtash en el mismo tono.
Jack sonrió con nerviosismo.
- Déjame usar el comodín. – dijo y le besó con torpeza en los labios.
Era un beso torpe e inseguro pero muy dulce. Kirtash lo disfrutó unos momentos, antes de corresponderle con más intensidad que la vez anterior, buscando el único fuego que no temía, y que le llenaba de una agradable calidez. Le puso una mano en la nuca y le empujó suavemente para acercarle más.
A Jack le intimidó al principio, pero entonces volvió a surgir aquel sentimiento en su corazón y se entregó con pasión al beso empujado por aquella sensación de libertad y bienestar.
Kirtash estaba acorralado, apoyado en el tronco del árbol, entrelazando su lengua con la de Jack mientras iba perdiendo el control poco a poco. Empujó suavemente al dragón tumbándole sobre la hierba sin ninguna resistencia por su parte.
Jack sentía escalofríos que le recorrían el cuerpo como pequeñas corrientes eléctricas. Rodeó el cuello del shek con los brazos intentando alargar el momento todo lo posible.
Jack se separó un instante. Miró al shek a los ojos con una mirada teñida de afecto y le susurró:
- Por si no queda claro quería decirte...que te quiero Kirtash. Incluso como serpiente.
- ¿Para eso lo interrumpes? – respondió el otro con una sonrisa.
- Oh, perdona deja que te compense – Dijo Jack entre risas. Sus bocas se fundieron de nuevo en un beso.
- Jack... – dijo una voz muy familiar para ambos.
Victoria estaba de pie con sus ojos castaños abiertos como platos y su rostro blanco como la cal. De pronto se llevó las manos a la cabeza y se desplomó suavemente sobre la hierba.
Los dos se levantaron corriendo hacia ella. Jack trataba de despertarla mientras Kirtash le tomaba la muñeca.
- Jack... – dijo Kirtash en un susurro. – No le noto el pulso.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)