sábado, 9 de febrero de 2008

El secreto... Capítulo 5

Capítulo 5: Sueño consciente
Los rayos de luz caían sin piedad en el exterior donde los campesinos luchaban bajo un sol de justicia para hacer que la tierra entregara sus frutos, comprando su supervivencia con un trabajo agotador. No era extraño ver gente desplomarse súbitamente sobre la tierra reseca y permanecer ahí hasta que algún otro campesino lo advertía y le cargaba como buenamente podía hasta su casa, dejándole a cargo de su familia el tiempo suficiente como para que recobrara el sentido a la sombra de un techo. Y unos minutos más tarde salía a continuar con su labor para poder llevarse a la boca lo justo para tenerse en pie.
Esta escena se repetía invariablemente a lo largo de la jornada. Haren les observaba indiferente, con el mismo interés que un niño mira el ambiente febril de un hormiguero. La fría piedra de las paredes envolvía su habitación, en lo alto de la torre noreste, en un agradable frescor. No sentía ninguna lástima por ellos, no eran sus iguales.
Siempre le habían dicho que era su destino vivir así al igual que el suyo propio sería ingresar en un monasterio tarde o temprano. La sociedad estaba cortada por unos patrones muy estrictos y diferentes que debían mantenerse para que todo siguiera funcionando.
Nadie de su familia había salido del castillo en toda la mañana. Haren los encontró a todos en el salón principal concienzudamente atareados tratando de combatir el tedio de maneras diversas. Jerome y algunos de sus amigos jugaban a las cartas, en un ambiente de bromas y bravuconadas. El anfitrión saludó a su hermano cuando le vio a lo que respondió con una amable sonrisa aunque sin demasiada efusividad.
- Te está sentando bien tener otra mujer en casa. – comentó Jerome, con tono inocente.
La sonrisa de su hermano se borró al instante de su rostro. No era un comentario retorcido, ni buscaba hacer daño, su autor era demasiado simple y franco para ello pero saberlo no le confortaba aunque le impedía enfadarse con él.
Sanae estaba cerca de ellos, bordando el hilo que las criadas habían preparado con anterioridad, y sonrió al oír el comentario. No le faltaba razón, el humor de Haren había mejorado desde que le conoció manteniendo a su pesar, el halo de misterio que siempre le envolvía, atrayéndola como un agujero negro.
- ¿Qué hacéis? – preguntó Haren a su espalda asomando la cabeza sobre su hombro.
Ella extendió la tela ante sí retándole a adivinarlo mientras repasaba los dibujos bordados.
El joven la examinó unos instantes.
- Un vestido – afirmó sin un atisbo de duda – para vos – añadió.
La muchacha le miró sorprendida, cazada en su propia broma. La forma de la tela no era más que un simple esbozo de su aspecto final.
- Sí, se coser – susurró con una sonrisa ligeramente burlona. – Aunque esto no sería capaz de hacerlo ni en un millón de años – dijo siguiendo con los dedos las intrincadas líneas del dibujo, observándolas al detalle y finalmente negando con la cabeza. – Imposible.
- Entonces no seáis tan petulante – replicó la joven y volvió a su labor fingiendo ignorarle.
Haren se quedó callado contemplándola trabajar. La agilidad y seguridad de sus manos resultaba pasmosa, más aún para alguien que comprendía realmente la dificultad que entrañaba.
- ¿Queréis ayudarme? – pidió Sanae, medio en serio medio en broma.
El joven se encogió de hombros.
- Decidme qué he de hacer.
Ella le dio instrucciones para rematar el borde de una de las amplias mangas, le prestó hilo y aguja y cada uno se puso manos a la obra.
- ¿Qué haces hermanito? Eso es cosa de mujeres – dijo Jerome en tono de burla, coreado por las risas mal disimuladas de sus amigos.
- No decías lo mismo cuando me pedías que te zurciera la ropa – replicó el aludido.
Provocó una carcajada general, incluso su hermano participaba de ella, dándole la razón.
- He suplido las “tareas de mujeres” durante todo el año – le confió Haren a la chica – ahora lo echo de menos.
Sanae sonrió.
- Es entretenido – condescendió.
No se burlaba de él, le comprendía y le apoyaba. El joven había echado de menos la compañía de alguien como ella. Le tenía mucho afecto y, dadas las pocas luces de su hermano, trataba con ella con libertad de sentirse bajo sospecha. Claro estaba que entre ellos había un límite pero no era necesario romperlo para estar a gusto.
Haren terminó su tarea más rápido de lo que pretendía animado por la charla y el ambiente divertido que se respiraba. Sanae fue a supervisar las tareas de los sirvientes y el joven, sin ganas de incorporarse al juego de cartas, optó por ir al bosque.
No había nadie en las cuadras y ésta vez la suerte no le sonreía. Ninguno de los animales estaba preparado así que tendría que esperar a que Daniel se dignara a aparecer por allí. Se apoyó frente a la puerta del último caballo de la fila y resopló, frustrado, resignado a esperar. Un leve sonido atrajo su atención. Se inclinó para mirar tras la pared del último cubículo y lo vio.
El joven criado estaba tendido sobre un montón de heno, exhausto y profundamente dormido. El calor había hecho mella en él, lo que, unido al cansancio, le habían hecho desfallecer. Su primera intención fue despertarle pero en su lugar le observó con detenimiento sin saber muy bien por qué. El cabello rubio y húmedo sobre la frente, los ojos cerrados, los labios entreabiertos tomando el aire seco que le volvía la respiración más ronca y audible al compás del pecho que se movía lentamente bajo la fina y blanca tela de la camisa pegada a su cuerpo por el sudor. Haren lo contemplaba hechizado, olvidándose hasta de respirar para no interrumpir su sueño. Se veía tan vulnerable, tan diferente de su estado consciente, que casi no parecía el mismo chico rebelde y orgulloso con quien se cruzaba cada día, sino un espejismo capaz de desvanecerse en cualquier instante. En aquel momento de frágil armonía no había lugar para el miedo, las máscaras, las corazas o para la propia razón. En su lugar, la desunión con la realidad le hacía sentirse a él también sumido en un sueño, dentro del cual no importa lo que hagas pues sabes que vas a despertar.
Se acercó a él de forma inconsciente, arrodillándose a su lado sin dejar de mirarle, con todo el sigilo del que era capaz. Apoyó ambas manos sobre la paja a los lados del cuerpo inerte con los brazos estirados con el fin de no tocarle. Sin saber lo que hacía, acortó la distancia entre sus rostros, pero descartó la boca, las mejillas y la frente, obedeciendo a un reducto de su razón que los consideraba hogares de muestras de amor, y rozó con sus labios el cuello desnudo de Daniel, notando el regusto salado de su piel, al tiempo que cerraba los ojos. Sin llegar a estrellarse contra el muro de la realidad, con la boca pegada al oído de su confidente y aun sabiendo que no le escucharía, susurró unas palabras que bien podían situarse en el umbral entre su razón y la tierra natal de aquel espejismo.
- Ojalá pudiera enamorarme de ti.

domingo, 13 de enero de 2008

Haren y Daniel Capítulo 4

Antes de nada decir que ésta historia ya tiene un título en condiciones El secreto de los caballos (que poético ^^) ya explicaré el por qué de ese título si no lo adivinais (no se me podía haber ocurrido uno menos críptico, no ¬¬, por cierto mi madre dice que parece el título de una peli de Disney con caballos parlantes O_o decidme que no es cierto T_T). Y la fiebre titulera (esta palabra existe?) puede extenderse a los capítulos (títulos todavía más crípticos si cabe) que eso de ponerles un número denota falta completa de imaginación y una gran cutrez y vaguería. Es posible que tarde en actualizar (vaya novedad, no?) porque me estoy documentando para que luego no se diga, o puede que no porque en el siguiente capitulo...(redoble por favor) gran frase estelar de la historia!!! (que lleva meses rulando en mi cabeza y le voy a dar salida), frase fundamental que debe aprenderse toda seguidora (tomo nota Saku-chan^^) opcionalmente acompañada de un kyaaaaaaaa!!!(o grito similar) y como es de suponer tendrá significados a porrillo según cómo se interprete. Y tras este rollazo, sin más dilación el capi 4: Corrientes de pensamiento

Capítulo 4: Corrientes de pensamiento
Locura. Era la única palabra capaz de definir lo que acababa de hacer. Era cierto que tenía que desmentir lo que aquel crío podía malinterpretar pero aquello...no tenía justificación. Ni siquiera él sabía por qué le había besado. Ahogó un gemido. Cada vez iba tomando mayor conciencia de lo que había hecho, algo completamente surrealista, asqueroso y humillante.
Había regresado a su habitación aparentando la indiferencia que le caracterizaba pero una vez a salvo de miradas indiscretas aquella máscara cayó dejando a relucir sus auténticos sentimientos de rabia y desesperación.
Se apresuro a limpiarse la boca con el agua de un pequeño recipiente, como si sus labios hubiesen tocado puro estiércol. Pero más allá de su raciocinio, era consciente de que era el recuerdo de aquel sabor lo que, en parte, le había impulsado a buscarlo de nuevo. ¿Y el chico? ¿Por qué no se lo había impedido? Quizá por lo sorpresivo de su acto, o por miedo a las represalias, aunque si se paraba a pensarlo había pretendido corresponderle. No, imposible, ya estaba delirando. Le había cerrado la boca, pero a saber qué impresión tendría de él en aquellos momentos. ¡Maldita sea! ¿Ahora se preocupaba de la imagen que pudiera dar ante un simple plebeyo? Esa estupidez estaba logrando hacerle perder el juicio.
Pensamientos similares acudían a la mente de Daniel quien permanecía aún en el mismo sitio como si le hubieran clavado los pies al suelo. Un ligero temblor aún le sacudía y sus ojos ambarinos eran el vivo reflejo de la perplejidad. Esperaba un castigo, en el peor de los casos, el ajusticiamiento, pero de ningún modo un beso. Aquel había sido libre y voluntario, ni el alcohol ni otras circunstancias le podían haber condicionado. Y le había correspondido intentando llegar todavía más lejos, ¿razón? Ninguna creíble. En ese momento le había abandonado dejándolo a merced de sus instintos. Esbozo una ufana sonrisa, una especie de burla ante su propia actitud. Un simple lapsus, eso no tenía importancia. Lo destacable era que aquel bastardo había vapuleado su orgullo con frases hirientes y provocaciones humillantes. En su corazón no albergaba hacia él más que una creciente ira e impotencia. Un muñeco en sus manos, no era más que eso.
Aun así ver sus ojos le había producido una fuerte impresión. Era la primera vez desde que se conocían que sus miradas se habían cruzado. Había algo en ellos que le daba escalofríos. Era una mirada profunda y vacía pero cuando sus labios se unieron habría jurado que una brillante chispa los iluminaba por unos instantes.
Un relincho del único testigo de aquella extraña y peculiar unión, lo sacó de sus cavilaciones reclamando su atención.
Daniel sonrió de nuevo, con tristeza.
- Qué tranquila debe ser una vida tan simple – susurró mientras le quitaba las bridas – quién diría ahora que eras un potro tan rebelde.
Aquel animal siempre le traía recuerdos de cuando vivía con su familia trabajando la tierra. Cuando era más pequeño había un potro que se escapaba del castillo hacia los campos con tanta frecuencia como le era posible entre relinchos de júbilo. Siempre lo atrapaban antes de que lograra traspasar los límites del feudo pero eso no reducía su obstinación. Probablemente si no fuera tan veloz y resistente no se molestarían en retenerlo dado los problemas que causaba. Al cabo de un par de años el palafrenero de entonces logró volverle manso y dócil. Daniel admiraba el coraje y el ansia de libertad del joven caballo viendo en el una imagen de sí mismo. En cada intento de huida le animaba en silencio con la secreta esperanza de que lograra su meta. Pero cuando ya no volvió a intentarlo, al joven le produjo una gran inquietud ante una realidad que podía afectarle de igual manera a él mismo, ser domado y servir resignadamente las órdenes de sus señores por el resto de sus días. Sin embargo, había terminado igual que él, atrapado y explotado por tener un don. La única diferencia era que él todavía no se había rendido ni pensaba hacerlo nunca.
Al pensar en sus padres y hermanos sus imágenes eran difusas. Sólo tenía permiso de ir a verles un par de veces al año que coincidían con sus días libres. Tenía una hermana mayor que él y tres hermanos, dos mayores y uno más pequeño. Era una gran familia, pero eso no les causaba más que problemas. Vivían con lo mínimo, lo que les quedaba tras pagar los impuestos. Daniel no vivía mucho mejor pero podía asegurarse la subsistencia en épocas de mala cosecha cuando ellos pasaban muchas penurias para sobrevivir. Por eso, cuando iba a verles no podía evitar que la angustia se hiciera dueña de su corazón y al mismo tiempo una fuerte añoranza le invitara a quedarse. ¿Tendría su hermana algún nuevo pretendiente? ¿Y sus hermanos? ¿Se habrían casado? Quizá incluso tuviera algún sobrino en camino. Aún quedaban meses para la Navidad, hasta entonces permanecería encadenado a sus tareas.
Llegó el esplendor de la época estival, sin incidentes que merezcan mención, salvo uno. El hecho de que Sanae hubiera abortado poco después de conocerse la noticia de su embarazo. Nadie conocía las causas, menos ella. Sencillamente no lograba asumir la idea de concebir un hijo de alguien que no le atraía teniendo su alma y su mente cada vez más invadidas de sensaciones hacia otro. Un chico diferente, como había notado desde el principio y, al parecer, cuya confianza se había ganado, ya que no había dejado de percibir que hablaba más y de temas más importantes con ella que con el resto de personas. Suponía que era su forma de mostrar aprecio, y lo agradecía pero deseaba llegar más allá, explorar su alma y refugiarse en su pecho acunada por los pausados latidos de su frágil corazón.
Su cuerpo simplemente había tomado sus pensamientos como una orden y le había llevado a perder al bebé.
Maldecía al destino por haber escogido a Jerome como el hijo mayor de la familia. Dentro de lo malo, era un buen hombre alegre, jovial y cariñoso pero ni en su naturaleza, ni en su educación, entraba preocuparse de sus opiniones o sus sentimientos, y le hacía sentirse terriblemente sola. Sólo le reconfortaba la melancólica sonrisa que lograba arrancarle a Haren de cuando en cuando. Dadas las circunstancias lo único que iba a conseguir de él. Bueno, quizá no lo único si tenía en cuenta como algunas de sus actitudes y comentarios le hacían fruncir el ceño y volverse más arisco de lo habitual ya que, según él, eran muestras de lo poco que se valoraba a sí misma. Sanae siempre había creído correctas sus actitudes y el trato de los hombres de su entorno hacia ella, pero Haren las criticaba a la vez que le dispensaba un trato que ella sólo había visto a los hombres dirigir hacia su mismo sexo. La trataba como una igual y eso la incomodaba al principio, pero ante las reiteradas negativas del castaño a tratarla como hacían los demás, se acabó acostumbrando y descubrió que era una forma de libertad de expresión que muy pocas mujeres disfrutaban. Aprendió a hacer valer sus ideas y a reforzar su auto confianza. “Una mujer vale tanto como un hombre” le repetía incansable.
- ¿Por qué pensáis eso? – preguntó sorprendida la primera vez que hizo tan rotunda afirmación.
- A mí me educó una mujer. La respeto a ella especialmente por haberme enseñado casi todo lo que sé. Y a todas en general porque he convivido con ellas en estrecha compañía desde muy pequeño. Les ayudaba en sus tareas y comprendí la dureza de su trabajo mejor que cualquier hombre, mientras les veía a ellos holgazanear y divertirse todo el día. La verdad es que algunas mujeres valen más que muchos hombres pero no lo saben. Viven a la sombra de sus padres o sus maridos sin poder hacerse valer.
- ¿Y para qué me decís todo esto?
- No quiero que cometáis su mismo error. Quiero abriros los ojos, ya que con mi madre no lo logré. Guardáis un gran parecido. – dijo y su mirada se ensombreció.
- Deberíais quitar el luto a vuestra alma – le aconsejó, con voz suave – y poder recordarla sin dolor. Si no, no podréis amar con un corazón envenenado de tristeza.
El joven sonrió.
- Ojalá pudiera.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Haren & Daniel Capítulo 3

Capítulo 3:
Haren se despertó muy tarde a la mañana siguiente cuando los rayos de sol, que entraban de lleno por la ventana, le obligaron a abrir los ojos. Lamentó en seguida haberlo hecho. Veía la habitación moverse frenéticamente a su alrededor y un terrible dolor de cabeza como si soportase una enorme piedra sobre ella, le impedía pensar con claridad.
Trató de incorporarse varias veces con escaso éxito. Su cuerpo no dejaba de recordarle con cada doloroso movimiento lo caro que iba a pagar aquel exceso de alcohol. Finalmente logró mantenerse en pie sin apoyo alguno, aunque lo que más le apetecía en aquel momento era cubrirse con la manta hasta la cabeza y continuar durmiendo hasta recuperar la normalidad, pero había algo que necesitaba aclarar un recuerdo confuso que intentaba abrirse paso en la neblina de su pensamiento.
Su estómago comenzó a reclamar su atención entre gruñidos, así que decidió, antes de nada, tomar algo que ayudara a su cuerpo a reponerse del desgaste que había sufrido.
Descendió trastabillando las escaleras que conectaban su habitación, en la cúspide de una de las torres, con el salón principal. Sobre la mesa que lo presidía reposaban los restos de comida y bebida que evidenciaban el paso arrollador de su hermano. Desventajas de desayunar tarde, aunque al parecer, no iba a hacerlo solo.
Sanae se encontraba sentada a la mesa removiendo lánguidamente el contenido de su plato sin probar bocado aparentemente ensimismada, clavando una mirada de serena tristeza en un punto inconcreto del espacio.
Haren se sentó frente a ella sobresaltándola.
- Buenos días – musitó la joven.
- No lo son – replicó él con suavidad – Y parece que para vos tampoco – añadió con tono indiferente.
No quería dar la impresión de estar interesado por ella, pero lo cierto era que, de los habitantes del castillo, era la única capaz de entender y quizá comprender sus más hondos sentimientos. Por tanto creía que, aunque poco y muy lentamente tenía que abrirse y acercarse a ella.
La joven, por toda respuesta, se encogió levemente de hombros.
- Debería estar feliz, ¿no? – murmuró.
- No veo nada positivo en tener a un hombre detrás todo el día. – respondió Haren con un matiz de amargura en la voz, al tiempo que esbozaba una triste sonrisa. – Por cierto, ¿os encontráis bien?
La chica, sorprendida, no respondió, temerosa de equivocar el motivo de la pregunta.
Haren clavó su mirada de obsidiana en los ojos de Sanae, inquisitivo.
- Me he criado entre mujeres – explicó - ¿Creéis que no sé lo que pasó anoche?
Una inusitada fiereza se podía apreciar en sus palabras, aunque no dirigida hacia ella.
- Sí, estoy bien – confirmó con una amplia y franca sonrisa. No teníais por qué preocuparos.
- Lo sé – cortó Haren con sequedad, volviendo al tono frío e impersonal que le caracterizaba.
Al final había acabado manifestando preocupación, algo que había pretendido evitar desde un principio. Pero no había podido. Apreciaba la comprensión y la serenidad que emanaba de la muchacha, sentimientos que habían inundado durante su infancia lo que él consideraba ambiente familiar.
No, no debía dejarse embelesar, no podría soportar el sufrir tanto una vez más. Había tenido, por un instante, la impresión de estar ante su madre de nuevo, encarnada en aquella joven. La esposa de su hermano. Definitivamente aquella sensación no le brindaría nada bueno.
Sanae seguía intentando desentrañar el halo de misterio que envolvía a su cuñado, aunque su actitud resultaba de lo más confusa. Sin embargo ejercía sobre ella una extraña fascinación que trataba de evitar temerosa de las consecuencias que le podría acarrear. Estaba cumpliendo hasta el momento todo lo que se esperaba de ella: siempre había sido una hija obediente y discreta, y se esforzaba en cumplir todas las expectativas. Ahora estaba casada con un hombre destacado de la sociedad, repleto de los valores que en aquella época se veneraban, bueno y considerado, la admiraba mucho y la respetaba todo lo que cabía esperar.
A pesar de todo eso, no era feliz. Se había dado cuenta de que su vida en apariencia perfecta, carecía de algo. Algo que había creído hallar en una mirada del color de la noche, y que el destino se había empeñado en dejar fuera de su alcance.
Ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el sepulcral silencio que flotaba en el ambiente. Haren se masajeó las sienes con los ojos cerrados, tratando de calmar el dolor. Frunció el ceño, sabía que había algo importante que tenía que recordar pero no veía más que imágenes borrosas.
De pronto un coro de estridentes carcajadas y gritos irrumpió en la sala e hizo que Haren se tapara los oídos con las manos, a la vez que crispaba los dedos. Aquel ruido infernal agravaba el dolor que padecía hasta límites insoportables.
Era, indudablemente la voz de su hermano que regresaba de Dios sabe dónde en compañía de sus amigos. Cinco, todos de carácter y pensamientos similares. Si aguantar a uno sólo era un suplicio el grupo entero era insoportable. No tenía humor ni ganas de escuchar sus comentarios socarrones y bromas de mal gusto, así que salió de allí como alma que lleva el diablo, al contrario que la joven que mantuvo una breve conversación con Jerome y valiéndose de una excusa poco imaginativa trató de seguir al castaño pero ya había desaparecido de su vista.
No había nadie en los establos pero uno de los caballos todavía permanecía ensillado. Casi mejor, no tenía ninguna gana de tratar con un criado. Aquel ejemplar pardo, no era su montura favorita pero se conformó. En el trayecto hacia su refugio volvió a intentar concentrarse en sus recuerdos con un resultado similar a sus últimos intentos. Frustrado, dibujo una mueca de disgusto en sus facciones. No obstante, el aire límpido y frío sobre el rostro le hacía sentirse mejor. Cuando llegó al pequeño estanque, se mojó el rostro y las sienes con el agua y soltó un pequeño suspiro de placer por el alivio que le proporcionaba. Dejó pasar los minutos relajado disfrutando del silencio, el tiempo que sabría, malgastaría su hermano hablando de trivialidades con los otros. Cuando oyó un leve rumor de cascos a lo lejos, lo tomó como una señal de que debía volver. No era la primera vez que salía del castillo sin que nadie lo supiera pero, en esas ocasiones procuraba no demorarse. Si no saldrían a buscarlo y quería mantener aquel espacio en el anonimato.
La fortuna quiso que coincidiera a su vuelta con Daniel, que había reanudado sus tareas hacía un rato. Éste esperó inquieto algún comentario por su parte pero no se produjo. Para eliminar su inquietud decidió estudiar su trato para con él.
- No deberíais llevaros uno de los caballos sin avisar, mi señor.
- No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer. – replicó el castaño, fríamente.
Su comportamiento no había cambiado en absoluto, por lo que no debía recordar nada. Al comprobarlo, Daniel sintió un alivio que pronto se tornó en un sentimiento arrogante de ser el único poseedor de aquel secreto, aunque tuvo la prudencia de decidir no revelarlo.
Aun así nada le impedía una pequeña licencia.
Viendo las notables dificultades de Haren para desmontar al parecer debido al mareo, se acercó a él con una mirada burlona y, tendiéndole una mano, con tono irónico preguntó:
- ¿Queréis que os ayude?
Aquel comentario, en apariencia tan simple, fue la clave que trajo a la mente del noble el recuerdo que le llevaba evitando toda la mañana, con atenazadora nitidez. La sorpresa se reflejó inconscientemente en su rostro.
La mirada burlona de Daniel se desvaneció a su vez, nada más darse cuenta del error garrafal que acababa de cometer.
Ambos se miraron sin pronunciar palabra congelados en expresión y movimiento.
No había necesidad de explicaciones.
- Fuiste tú... – murmuró el castaño, incrédulo.
- Bu...bueno tropezasteis y eh...sólo fue un beso no creo que...
- No tienes ni idea – cortó Haren a media voz.
Desmontó del caballo con energía rechazando la mano que Daniel todavía le tendía sin darse cuenta.
- Aquello no fue más que un accidente. – continuó el castaño con tono de aparente calma, mientras se acercaba deliberadamente despacio a su criado. – Esto – su voz descendió hasta convertirse en un susurro – es un beso.
Le tomó del mentón y, sin darle tiempo a replicar, acarició sus labios con un beso suave y pausado.
Daniel jadeó, sorprendido, pero no se apartó de su contacto. Dejando, por una vez de lado su orgullo, se rindió a aquel inesperado encuentro, pero cuando trató instintivamente de adentrarse entre aquellos suaves labios con su lengua, Haren se separó de él bruscamente, y continuó hablando, con aquel tono frío y calmado, como si nada hubiese ocurrido.
- No quiero habladurías ni malentendidos, no te equivoques. Así que no vuelvas a mencionarlo, además sabes que los hombres no se besan.
Dándole la espalda, se encaminó a la salida de las caballerizas, sin añadir nada más.
Aún demasiado perplejo para formar una frase coherente Daniel no pretendía dejar que se marchara sin más.
- Pero...ahora por qué... – se bloqueó.
Haren se volvió para mirarle de nuevo a los ojos, en el umbral de la puerta.
- Tenía que asegurarme de que decías la verdad. – Dijo lamiéndose los labios en busca de aquel sabor tan familiar. – Los de tu clase no sois de fiar.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Haren & Daniel capítulo 2

Capítulo 2:
Durante los meses que sucedieron a aquella reunión, especialmente cuando se acercaba la fecha de la boda, la gente del castillo, ocupada con los preparativos de la ceremonia, montaban jaleo a todas horas. Jerome, cada día más impaciente e ilusionado, no cesaba de hablar maravillas, todas físicas, de su prometida. Y, para su desgracia, su hermano era su oyente preferido.
Buscando de nuevo la paz y la soledad que tanto anhelaba por compañeras comenzó a ir de vez en cuando a pasear a caballo por el bosque. Aunque le desagradaba tener que encontrarse tan a menudo con un criado, en ese caso, Daniel, el cuidador de los establos. Tenía dos años menos que Haren, y, a pesar de su juventud, su buena mano con los animales le había brindado la oportunidad de vivir en el castillo y ayudar a su familia dándoles una boca menos que alimentar. Sin embargo, quedaba empañada por el trato que recibía siempre de sus señores. Gozaba de una rebeldía innata, pero sacarla a relucir podría costarle muy caro.
Aquella mañana tuvo lugar de nuevo la situación habitual.
- Prepáralo. – ordenó Haren, nada más ver aparecer al chico en las caballerizas. Como era de esperar ni siquiera le miró, ni le saludó.
- Sí, mi señor. – respondió el rubio, entrecerrando sus ojos ambarinos con resignación.
Se encaminó sin dudar hacia uno de los caballos. Después de tanto tiempo no necesitaba preguntar. Sabía de sobra cuál iba a ser la elección del joven. Lo ensilló, moviendo las manos de forma mecánica pero consciente de que tenía dos ojos negros clavados en la nuca. Sabía de sobra que Haren jamás miraba a los ojos a ningún sirviente y raras veces a uno de los suyos. Pero podía sentir claramente esa esquiva mirada a sus espaldas, que le producía escalofríos.
Le molestaba tanto, que estaba apretando la cinta que sujetaba la silla más de la cuenta, sin percatarse de los resoplidos que daba el caballo, nervioso, piafando en señal de protesta.
Haren, silencioso como un gato, se acercó y acarició el cuello del caballo para tranquilizarlo. Daniel reparó su error justo a tiempo de ver lo que estaba haciendo el castaño. Se sorprendió bastante de que alguien como él, que no sabía nada del trato con animales, supiera que le ocurría al caballo y cómo tranquilizarle. Tal vez fuera más sensible de lo que aparentaba a simple vista. Aunque no lo demostrara nunca.
- ¿Qué estás mirando? – dijo, el mayor, en tono neutro. – Apártate de ahí, antes de que lo ahogues.
El menor obedeció, todavía pensativo. Haren se subió al caballo con ligereza y se marchó al trote, sin mirarle y, por supuesto sin despedirse. Daniel, acostumbrado ya a aquel comportamiento, simplemente se encogió de hombros y reanudó sus tareas. A pesar de no poder eliminar aquel gesto compasivo y sensible del que había sido testigo de su mente, le costaba creer que tuviera esos sentimientos, aunque no fueran dedicados a seres humanos.
Se obligó a sí mismo a dejar de perder el tiempo cavilando sobre una causa perdida. Tenía cosas mucho más importantes que hacer ocupando cada segundo de su tiempo. Despreciaba aquel tipo de vida, a pesar de ser consciente de que, para ser un simple campesino, había tenido suerte trabajando en algo que se le daba bien y, por tanto, le costaba menos esfuerzo. Además le gustaban los animales y, en cierto modo, disfrutaba con su trabajo. Pero no había un día en el que no deseara escapar lejos de aquel lugar, abandonarlo todo e ir hacia donde pudiera alcanzar la libertad y ser realmente feliz.
Haren, por su parte, tan sólo ansiaba la tranquilidad que la soledad podía proporcionarle. Y que últimamente había encontrado en lo más recóndito de aquella pequeña selva.

Concretamente, en un claro con un estanque junto al que solía descansar, y pensar.
La única compañía que apreciaba era la de aquellas plantas y animales. Eran los únicos de los que no podía temer ningún daño a su corazón. No necesitaba protegerse bajo una máscara de impasibilidad e indiferencia cuando en realidad se sentía roto por dentro. Sólo allí podía desahogarse y ser él mismo. Cuando la muerte de su madre era aún un hecho reciente, solía pasar las horas en ese lugar llorándola hasta quedarse sin lágrimas, gotas saladas que se fundían con el agua dulce, ocultándolas para siempre.
Nadie solía echarle de menos y quizá fuera mejor así. De todas formas comenzaba a anochecer y el bosque no era seguro en la penumbra. Subió de nuevo al caballo y emprendió el camino de vuelta que conocía prácticamente de memoria a galope tendido antes de que la oscuridad se cerniera sobre ellos.
Unos días más tarde, con la primavera luciendo en todo su esplendor, tuvo lugar la tan esperada boda, representando la unión de dos de los feudos más fértiles y ricos de aquellas tierras. Como era de prever, la ceremonia tuvo lugar a última hora de la tarde.
Cuando el sermón del sacerdote comenzaba a alargarse, la mayoría de los oyentes desviaban su atención de él para concentrarla en sus propios pensamientos. Incluso los más devotos como Haren, no podían evitar dormirse en los laureles. El único que bebía las palabras del cura como agua de mayo era el novio, con una mirada ilusionada y una sonrisa de oreja a oreja.
Sanae sin embargo no parecía compartir su entusiasmo. Se la notaba nerviosa, preocupada, le temblaba un tanto la voz al pronunciar los votos y, en el momento de intercambiar los anillos, sus movimientos se volvieron bastante torpes. Parecía que algo le impidiera asumir su nueva situación, algo que no quisiera contar.
A la ceremonia le siguió una fiesta por todo lo alto en la casa del novio. Una alegre celebración bajo las estrellas, con trovadores para entretener con sus historias y animar a la gente a bailar al son de la música. Grandes mesas repletas de comida de todo tipo, y barriles de vino vaciándose a una velocidad vertiginosa.
Haren había asistido por pura cortesía, pero aquel ambiente alegre y festivo no encajaba en absoluto con él. Se mantenía al margen de la celebración, justo al contrario que su hermano que, por lo visto, se lo estaba pasando en grande. No se le había borrado la sonrisa de la cara en toda la noche, aunque se había vuelto algo vacilante, seguramente por culpa de la bebida. Se acercó a su hermano con un par de copas en las manos.
- ¡Venga hermanito! Tómate un trago a mi salud. – dijo el mayor, ofreciéndole una copa.
Haren la aceptó para contentarle y ambos brindaron por el nuevo futuro que le esperaba a Jerome al lado de la mujer más hermosa de todo el reino, según decía éste último sin despegar los ojos de su joven y reciente esposa que se encontraba charlando con otras cortesanas en un grupo cercano. Destacaba entre todas ellas debido a que, entre el tono de su piel y el de sus vestiduras, tan sólo restaban sus ojos rojos aportando una nota de color a su figura.
El mayor de los hermanos apuró la copa de un solo trago y fue a reunirse de nuevo con sus invitados, tras intentar sin éxito que el pequeño se uniera a ellos.
Haren se quedó a solas de nuevo. A falta de otra cosa mejor que hacer se terminó tranquilamente el vino. Era mucho mejor que el que solían tomar normalmente, dado que lo habían estado reservando para una ocasión especial cómo aquélla. Así que, ¿por qué no aprovecharla? Pero no había previsto que aquél era bastante más embriagador que al que estaba acostumbrado. No se daba apenas cuenta de lo que hacía. Sólo pensaba en que, gracias a eso, su tristeza y sus preocupaciones se desvanecían como por arte de magia. De repente, se encontraba charlando animadamente con todo el mundo, la mayoría de ellos en un estado similar al suyo.
Al cabo de unas horas todos los invitados se habían retirado por fin, y los criados recogían los restos de la fiesta. Todos ellos habían tenido que ayudar antes, durante, y después de ella, dada la cantidad de trabajo que suponía atender a todos.
Haren se había quedado en un rincón, adormecido a causa del alcohol y bastante mareado.
Trató sin demasiado éxito de caminar pegado al muro del patio hasta que chocó contra una figura que consiguió sostenerle antes de que cayera.
Daniel había reaccionado por puro acto reflejo, sin darse cuenta de quién se había chocado con él.
- Ayúdame. – dijo el noble con un hilo de voz. No sabía quien le estaba sosteniendo pero no podría llegar a su habitación por su propio pie.
El rubio no tenía la más mínima intención de socorrerle, pero se arriesgaba a sufrir represalias. Con un suspiro de resignación, tiró del joven hacia él para sostenerle con más firmeza y ayudarle a caminar, pero Haren tropezó y perdió el equilibrio apoyándose en quien tenía más cerca. La casualidad hizo que sus labios se posaran sobre los de Daniel.
Por unos instantes el tiempo pareció detenerse. El menor no se atrevió a mover ni un músculo, temeroso de romper aquel débil contacto, que le había producido un inexplicable vuelco al corazón. Cuando, tras unos segundos, fue consciente de lo que sucedía, le separó con brusquedad, aunque el chico no parecía haberse dado cuenta de lo que acababa de ocurrir. Echó un rápido vistazo a los demás sirvientes en busca de posibles testigos, pero al parecer la noche se había encargado de ocultarles de miradas indiscretas. Todavía confuso, pasó un brazo del chico alrededor de su cuello, para servirle de apoyo. Tras una lenta caminata, Daniel dejó a Haren tendido en su cama, donde se quedó dormido al instante. El rubio salió de la habitación, y volvió sobre sus pasos para continuar con sus tareas mientras rezaba para que el vino hiciera olvidar a Haren aquel incidente y lo más importante, la falta de reacción del menor ante él.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Haren & Daniel (sí, es otra de chicos)

Esta historia no tiene título así que pongo el provisional. Es la primera original que hago. Si os gustan los romances de chicos y la época feudal, esta historia es para vosotr@s.

Capítulo 1
Haren se encontraba en las almenas, su refugio favorito, ya que no solía haber nadie salvo en las rondas de guardia. Observaba, perdido en sus pensamientos, los entrenamientos que realizaba su hermano mayor en el patio del castillo bajo la supervisión de su padre, el noble Wilhem, señor de aquellas tierras. Siempre había sido así. Su hermano Jerome era el heredero de la familia al ser el primogénito y su padre se había volcado en su educación olvidando la mayoría del tiempo que tenía otro hijo. Era la costumbre que el mayor heredara todas las tierras, con el fin de no fragmentarlas y tener un feudo grande y rico, mientras que los hijos menores como Haren estaban destinados a ser monjes o, con suerte, caballeros andantes. Debido a esa falta de atención Haren se había criado con su madre, Alea. Había pasado los primeros dieciocho años de su vida entre mujeres por lo que su actual manera de pensar distaba mucho de la de los hombres de su entorno. Tras la muerte de su madre, de la que no hacía un año, se había vuelto taciturno y melancólico. El tiempo de luto obligatorio había pasado pero Haren seguía vistiendo siempre de negro porque, al contrario de los demás, era incapaz de superar su pérdida.
Tan sólo conservaba una de las cintas, de color rojo oscuro, que utilizaba Alea para adornarse el pelo. La usaba para recoger su largo y liso cabello castaño oscuro que casi alcanzaba la media espalda, mientras que unos pocos mechones más cortos caían libres a ambos lados de su rostro agitados por el frío viento de aquella mañana.
- ¡Haren, ¿qué haces ahí parado?! ¡Te vas a resfriar! – gritó Wilhem, para hacerse oír desde aquella distancia.
“Como si te importara” pensó Haren, ignorándole por completo.
- ¡Ven a entrenar un poco con tu hermano, te vendrá bien!
El chico suspiró y, con desgana, sin prisa, comenzó a descender las amplias escaleras y largos corredores que le conducirían al patio de armas. De cuando en cuando se cruzaba con los sirvientes del castillo frente a los cuales solía comportarse con la altanería de un príncipe dado que, a pesar de no haber sido educado para gobernar, sí le habían inculcado, como a todos, una conciencia social que le impulsaba a creerse mejor que ellos únicamente por su posición en la sociedad.
Poco imaginaba en aquellos instantes que aquella percepción, entre muchas otras, iba a acabar desmoronándose ante sus ojos.
Apenas había puesto un pie al otro lado del umbral cuando una espada de madera tosca y bastante pesada aterrizó en sus manos. No necesitaba más aviso que aquel para iniciar el combate. Llevaban a cabo aquel tipo de prácticas muy a menudo con el único fin de mejorar la preparación física de Jerome. Haren era uno de los pocos que podía entablar una lucha con él sin caer en los primeros instantes.
Su hermano mayor luchaba bastante bien, con estocadas precisas repletas de una inmensa fuerza. Una sola era suficiente para derribar a sus oponentes.
Haren había aprendido, con el paso de los años, a esquivarlas, desarrollando una técnica de combate puramente defensiva. Era delgado y poseía una gran agilidad pero no era muy hábil en la técnica de la esgrima. No le hubiera servido de mucho teniendo en cuenta que, a pesar de su rapidez, no encontraba oportunidad de atacar. Fue una larga y agotadora pelea que finalizó, como era costumbre, con la victoria del mayor, tras haber aprovechado un pequeño descuido en la férrea defensa de su hermano, dejándole en el suelo con la inofensiva espada apuntándole al pecho. Ambos jadeaban por el esfuerzo, exhaustos.
- No está mal, pequeñajo. Dijo Jerome sonriendo. – Si te quitaras esas greñas tal vez consiguieras verme venir. Además, – añadió burlón – entre el pelo y la cara te acabarán confundiendo con una chica. Seguro que ya te han salido pretendientes.
No era la primera vez que hacía comentarios similares pero a Haren no le molestaban lo más mínimo. Probablemente otro hombre se hubiera sentido humillado o avergonzado ante esa comparación o ante el hecho de que le atribuyeran pretendientes masculinos. Pero a él simplemente, le resbalaba la imagen que pudiera dar. A su hermano, sin embargo no le faltaba razón, ya que Haren tenía unas facciones suaves que enmarcaban sus enormes ojos negros y profundos como una noche de luna nueva. Al contrario que su hermano mayor, de facciones cuadradas enmarcadas por un cabello castaño muy corto. A sus veinticuatro años resultaba bastante atractivo y su popularidad entre las mujeres así lo demostraba.
Jerome estaba con muy buen ánimo aquel día, con un brillo de júbilo en sus ojos verdes. Aquel día vendría de visita su futura esposa, Sanae. Aquella sería la primera vez que se verían y el chico estaba nervioso e impaciente ante esa expectativa. Igual que un niño a punto de abrir su regalo de cumpleaños. La boda no tendría lugar hasta varios meses más tarde cuando la joven alcanzara la edad casadera. Estaba previsto que ella y su padre alcanzaran las puertas del castillo al ocaso.
A lo largo de aquel día todos los sirvientes del castillo se ocuparon únicamente de preparar la velada que tendría lugar aquella noche, limpiando y ordenando el salón principal y preparando exquisitos manjares con los que impresionar y deleitar a sus huéspedes. Jerome colaboró con los preparativos añadiendo el plato principal de aquel banquete: un ciervo que él mismo había abatido mientras iba de caza en el frondoso bosque que limitaba el feudo.
El bosque era un lugar tan lleno de vegetación que en algunas zonas el paso a caballo resultaba imposible. Pero también por eso era un magnífico coto de caza, lleno de plantas y animales de muchas especies. Aunque también podía ser un lugar apartado y tranquilo en el que desconectar, por unos instantes de la realidad que se extendía fuera de él. Toda la gente del feudo tenía libre acceso a él y a los recursos que ofrecía. Tal era su riqueza, que la noble familia se permitía el lujo de no reclamarlo como un privilegio propio. Sin embargo no eran muchos los que se atrevían a internarse en lo más profundo e inaccesible del bosque.
Con la escasa luz anaranjada del crepúsculo llegó la pequeña comitiva a la cima de la colina donde se alzaba el castillo. Los tres miembros de la familia, que habían salido a recibirles, descubrieron entonces la razón por la que la reunión se había postergado a una hora tan poco usual como aquella. El señor del feudo vecino y su hija aparecieron a caballo escoltados por su guardia personal.
Sanae era una joven de catorce años y mediana estatura, con la piel y el cabello blancos como la nieve y sus ojos, relucientes rubíes centelleando bajo aquella luz, que los hacía casi irreales. Se protegía del frío y de los últimos rayos de sol con una capa de viaje que la cubría hasta los tobillos.
A pesar de su acusada palidez, era una muchacha muy hermosa tal como lo demostraban los ojos de su futuro esposo, abiertos como platos.
Mientras sus respectivos padres se saludaban efusivamente como buenos amigos, los prometidos se estudiaban mutuamente a una cautelosa distancia. Sanae le dirigía fugaces miradas repletas de miedo y curiosidad al mismo tiempo. Parecía obvio que aquella situación la incomodaba, ya que no había pronunciado una palabra, ni siquiera un simple saludo. Jerome continuaba embobado contemplándola. Todos sus intentos por iniciar una conversación se desvanecían antes incluso de salir de sus labios, tenía la mente completamente en blanco.
De casualidad, la vacilante mirada de la joven se topó con dos esferas negras que observaban la escena con cierta indiferencia, desde un rincón apartado del grupo.
El chico le devolvió una mirada opaca y vacía, que la hizo estremecerse de la cabeza a los pies. Desprendía un aura de melancolía capaz de envenenar el corazón de cualquiera que fuera lo suficientemente sensible para percibirla. Aparentaba una serenidad que no sentía, pero que protegía lo que fuera que producía aquellos sentimientos negativos.
Finalmente, Haren le saludó con un leve movimiento de cabeza. Un gesto impersonal de fría cordialidad. Sin mostrar el más mínimo afecto o interés, levantando una barrera emocional entre sí mismo y el exterior. Sin embargo, Sanae no dejó de percibir algo diferente en él, algo que le distinguía de sus semejantes, pero sin acertar a comprender qué era, aquello que le fascinaba, que le impedía apartar la vista de aquellos profundos pozos llenos de oscuridad.
Al cabo de un rato, el pequeño grupo entró en el castillo.
Cenaron todos en torno a la mesa central, ya cubierta de los sabrosos manjares preparados con esmero para la ocasión. A la suave luz de los candiles dieron buena cuenta de lo que, como orgullosamente proclamaba, Jerome había conseguido cazar.
Buscaba causar una buena primera impresión a su futuro suegro demostrando su habilidad en aquellas actividades que tan importantes eran para la mayoría de los hombres como prueba de su masculinidad.
Y, en efecto, el comentario no se hizo esperar.
- Vaya, ahora sé que a mi hija no le faltará buena comida. Y espero que tampoco buena compañía.
Sanae enrojeció al instante haciendo que sus mejillas contrastaran con su pálido rostro.
Todos los demás rieron con ganas salvo Haren que torció el gesto en una mueca de desagrado. Había escuchado suficientes conversaciones femeninas como para intuir que la chica no iba a poder elegir libremente si deseaba “compañía”.
La joven debía pensar algo semejante puesto que se había quedado muda, con la preocupación pintada en sus ojos. Sin embargo, la reacción de Haren, sentado frente a ella, no le había pasado desapercibida. De nuevo percibió en él algo distinto. No parecía compartir las mismas opiniones que sus semejantes. O puede que, simplemente, lo considerara una broma de mal gusto.
Haren nunca se molestaba en ocultar sus opiniones, no se avergonzaba de la educación que había recibido, mayormente impartida por mujeres. Le convertía en alguien fuera de lo común, una pieza sin lugar en el puzzle de la sociedad concediéndole todo el aislamiento que pudiera desear Especialmente desde que creía haberse quedado completamente sólo en el mundo. No le gustaba demasiado la gente como la que solía haber en su entorno, nobles de mentes cerradas, obsesionados con las opiniones de los demás.
Al poco rato, cansado de escuchar por enésima vez las mismas conversaciones, el menor se retiró a su habitación despidiéndose de sus huéspedes con un murmullo apenas audible. Le dirigió una última mirada a Sanae, dándose cuenta entonces de que llevaba observándole un buen rato.
La joven se sonrojó de nuevo apartando al fin la vista y murmurando a su vez una despedida. El chico se marchó, un tanto confundido por la reacción de la chica. Juraría haber visto un rastro de decepción en sus ojos.

Un simple...capítulo 14

Capítulo 14: Un regalo muy especial
Dedicado a mi sensei y megami que me animó a escribir en papel lo que solo existía en mi mente. Eres mi musa!!! Tu colaboración ha sido imprescindible.
A Kirtash no le costó demasiado intuir lo que trataba de decirle pero aun así se quedó un tanto sorprendido. Nunca hubiera creído que fuera él, el que diera el primer paso. Sin embargo...
- Jack...mírame a los ojos. – susurró. El joven se mostraba reacio a hacerlo. Kirtash acarició la mejilla del chico con mucha suavidad guiando su rostro hasta que sus miradas se cruzaron.
- ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? – preguntó en el mismo tono.
Los ojos de Jack parecían llamear con el fuego del dragón que latía en su interior como un volcán a punto de despertar. Pero eran serenos y sinceros.
- Sí. Pero no sé...
El shek le interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
- Deja eso en mis manos. – le dijo al oído. – No te pongas tan nervioso. No voy a hacer nada que tú no quieras.
- ¿Quién ha dicho que esté nervioso? – saltó Jack.
- Tú mismo. Te temblaban los labios. Sólo relájate y déjate llevar. El resto vendrá solo.
La verdad era que no le resultaba complicado. Las manos de Kirtash acariciaban suavemente su torso mientras sus labios recorrían su nuca y su cuello, con gran lentitud. Pasó a sus hombros retirando su camisa con movimientos tan suaves que Jack apenas se dio cuenta. El shek le empujó suavemente boca arriba sobre la cama y le volvió a besar en los labios con más intensidad que nunca. Aunque utilizara todos sus esfuerzos para mantener el control cada vez le era más difícil. Nunca antes había sentido algo con tanta intensidad como en ese momento. Más aún cuando su cálida piel estaba en contacto con la suya causándole un torrente de nuevas sensaciones muy distintas a las que debería tener un shek.
Jack crispó las manos sobre la almohada mientras arqueaba suavemente la espalda. Los nervios se habían apoderado de él nuevamente consciente de que había llegado el momento de la verdad. Kirtash las entrelazó entre las suyas en gesto tranquilizador. Sabía lo que debía significar aquello para él, un paso muy importante. Precisamente por esa razón se negaba a dejarse llevar por su instinto para poder cuidar hasta su más mínimo gesto, en un intento de hacérselo más fácil.
El dragón disfrutaba con aquello al fin libre de los límites que el mismo se había impuesto. Su compañero le inspiraba tranquilidad, una confianza ciega y le trataba con dulzura y delicadeza. Podía sentir su frío y rítmico aliento sobre el cuello erizándole el vello de la nuca y provocándole pequeños escalofríos que le recorrían la espalda. Se dio cuenta de cómo su mano se deslizaba hacia abajo y se dejo llevar como nunca lo había hecho hasta entonces.
Finalmente, Kirtash se tumbó a su lado, cansado y con la frente perlada de sudor pero con una sonrisa de placer dibujada en los labios.
Pero Jack no estaba dispuesto a dejar las cosas así.
- No sólo tienes que saber dar sino también recibir. – dijo con una pícara sonrisa. – No dejaré que te vayas impune.
Y atacó su cuello, su punto débil, con besos largos e intensos logrando que su compañero se dejara llevar sólo por sus sentimientos. El dragón era más intenso y mucho menos delicado que su compañero expresando su amor directamente y sin rodeos. Oía los gemidos de Kirtash mientras bajaba por su torso con besos delicados, cortos y rápidos. Hasta que acabó, rendido, durmiendo profunda y tranquilamente por primera vez desde hacía tiempo.
Kirtash salió al balcón para refrescarse y aclarar sus ideas. El frío aire de la noche contrastaba con su piel, más tibia que nunca. Aún trataba de comprender lo que acababa de ocurrir. Durante un largo rato había dejado de ser dueño de sí mismo, la realidad se había desvanecido a su alrededor, dejando su mente en blanco. Nunca le había gustado quedar a merced de nadie pero en ese caso no le importaba. Se sentía bien, mejor que en toda su vida. Acababan de romper el último tabú que se alzaba entre ellos. Su relación era más sólida que nunca, con plena confianza. Suspiró y volvió a la cama. Le estaba entrando frío.
Jack despertó a la mañana siguiente cerca del mediodía. Aun así la habitación se encontraba en penumbra. Alguien había cerrado las cortinas para impedir que entrara la luz del día. Por eso no se había despertado hasta entonces. Al principio le costó averiguar dónde se encontraba. Estaba solo, en una habitación vagamente conocida y completamente desnudo. Poco a poco recordó lo que había sucedido la noche anterior de forma un tanto confusa. Enrojeció y se desperezó, adormilado, a la vez que se vestía con la ropa que buscaba tanteando al azar, aunque no logró encontrar la camisa. Decidió ir a comer algo. Si lograba encontrar la cocina. Fue casi a ciegas hacia la puerta y quedó deslumbrado por la luz del sol que atravesaba el resto de las ventanas, cegándole. Caminó protegiéndose los ojos como si de un vampiro se tratase. Cuando se acostumbró de nuevo a la luz encontró su objetivo con facilidad.
- Buenos días dormilón. – saludó Kirtash, rodeándole la cintura por detrás y apoyando la cabeza en su hombro. - ¿Qué tal estás?
Jack sonrió para sí. Sabía exactamente a lo que se refería.
- Mejor que nunca. – respondió, volviéndose para poder mirarle a los ojos.
- ¿Y tú?
- Igual – contestó con una sonrisa. – Aunque ya lo sabes, ¿no?
Jack desvió la mirada hacia su mano derecha en la que lucía Shiskatchegg. Ahora que se daba cuenta, sí percibía sensaciones.
- Ciertas cosas prefiero que me las digas tú. – replicó utilizando la excusa de la que el shek se había valido hacía varios meses.
- Lo cierto es que fue Victoria la que me lo dio para ti. Así que, en realidad es su regalo, yo no te he dado nada.
- ¿Nada? Me has hecho un regalo muy especial. No imaginas cuánto.
- Considéralo así si quieres. Pero ha sido cosa de los dos, no sólo mía.
- No es sólo eso es...la forma en que me trataste. Gracias. – dijo y le besó con ternura.
- No hay de qué. En serio.
- Tengo que irme. Ya deben estar echándome de menos.
- Creerán que te he secuestrado. –dijo el shek, encogiéndose de hombros.
- ¿Vas a ir así?
– No la he encontrado. – replicó Jack.
- Por mí mejor, pero tus amigos pueden hacerse una mala idea. – dijo el shek, con una media sonrisa y le señaló el sofá con la cabeza.
Jack le devolvió la sonrisa y fue a recogerla. No recordaba haberla dejado allí.
- ¿Y cuándo volveré a tener noticias tuyas? – dijo, con cierto tono de reproche.
- Llámame a través del anillo y acudiré en tu busca. – respondió Kirtash.
– Para lo que necesites. – añadió, ligeramente burlón.

Un simple...capítulo 13

Capítulo 13: 7 de abril
Las semanas transcurrían, sin cambios, monótonas y aburridas. Al menos a ojos de Jack. Aunque se había salvado por los pelos de que descubrieran su secreto, gracias al sueño hipnótico en el que le había sumido el shek y que había conseguido que se creyeran su torpe excusa, no se sentía mejor.
Aunque seguía teniendo a Victoria que procuraba animarle y hacerle compañía se sentía muy solo desde que había dejado de notar la presencia de Kirtash, en aquellos momentos a miles de mundos de distancia. Le había prometido que volvería pero cada día era una nueva decepción.
Al principio lo había llevado bien, sin tener preocupaciones y relacionándose con la gente sin miedo a que descubrieran nada raro. Incluso Alexander le había “perdonado” su actitud pensando que Kirtash le había manipulado.
Pero a la larga comenzó a echarle en falta con más frecuencia pasando noches en vela esperando que apareciera. Las pocas veces que lograba dormir más o menos profundamente soñaba con él. Su inconsciente le jugaba malas pasadas haciéndole revivir los momentos más íntimos y especiales que habían compartido. Pero lo peor era cuando lo que había soñado nunca había llegado a ocurrir en la realidad. Disfrutaba inconscientemente con esos sueños pero apenas despertarse le invadía la culpa y la confusión. ¿De verdad quería hacerlo, o era sólo una muestra de lo que le echaba en falta? ¿Era aquello que realmente deseaba, que surgía cuando la razón no podía impedírselo? Se sentía un tanto avergonzado a pesar de no poder controlarlos y a la vez quería poder compartirlo con alguien pero la única persona adecuada se encontraba fuera de su alcance.
Sólo él y Victoria sabían dónde había ido Kirtash. El resto de la gente se limitaba a suponer que se mantendría oculto en algún lugar cercano porque era incapaz de alejarse de Victoria aunque su propia vida estuviera en riesgo.
El shek por su parte había regresado a su apartamento de Nueva York. Su único refugio en ambos mundos. Pero tampoco él estaba del todo contento con aquella separación. Hacía tiempo que necesitaba estar solo por una temporada ya que el estar continuamente rodeado de gente le agobiaba y le consumía lentamente. Él solo se había curado las diversas heridas que le cubrían todo el cuerpo incluso las pequeñas quemaduras, consecuencia de la magia curativa de Jack. Aquello había sido imprudente e irreflexivo pero le había salvado la vida. Ésa solía ser siempre su actitud: actuar sin pensar. Era uno de sus encantos. Sentía haber dejado atrás también una parte importante de sí mismo. Se sentía incompleto, le faltaba su complementario, su opuesto. Sabía que cuanto más le echara en falta, menos podría controlar su reacción cuando volvieran a verse. Sería tan vulnerable como un simple humano, incapaz de controlar sus emociones. Su cura de soledad era una auténtica tortura emocional.
Jack se fue a la cama muy temprano alegando que estaba cansado. Últimamente sucedía con mucha frecuencia. Intentaba recuperar el sueño perdido de sus noches insomnes.
Se quedó profundamente dormido nada más apoyar la cabeza sobre la almohada. Le despertó una voz que susurraba su nombre en voz baja mientras le zarandeaba con suavidad.
- ¿Mmmh...qué pasa? – preguntó Jack a media voz.
Kirtash le tapó la boca con una mano indicándole que bajara la voz.
- ¿Qué haces aquí? – susurró Jack, aún medio dormido.
- Cumplir mi promesa. Además hoy es un día especial, ¿no? al menos en la Tierra.
- ¿De qué hablas?
- Vámonos. Aquí no podemos hablar con tranquilidad.
- ¿Adónde?
Kirtash se encogió de hombros.
- A mi casa.
Jack recorrió de un vistazo el salón reparando en un sobrio reloj que marcaba poco más de las doce. Se sentía un tanto incómodo en aquel apartamento, como un intruso invadiendo un espacio privado. Además el hecho de que estuvieran a solas le ponía cada vez más nervioso. Por culpa de esos malditos sueños. O deseos inconfesables.
Mientras, el shek mantenía su habitual tranquilidad, aparentemente ajeno a la incomodidad de Jack. Se sentó en el sofá que había en el centro y le indicó con un gesto que le imitara. Jack se sentó dejando un pequeño espacio entre ambos.
- Bueno, ¿me vas a decir por qué es un día tan especial? – preguntó Jack a bocajarro.
- Hace un cuarto de hora que es siete de abril. – respondió Kirtash con una sonrisa.
- ¿Y? – replicó Jack desconcertado.
Kirtash se inclinó hacia él y le besó con suavidad.
- Quería ser el primero en felicitarte tu cumpleaños. Y en darte un regalo. – respondió Kirtash tomándole de la mano.
Jack se puso tenso nada más notar el contacto. Su cuerpo reaccionó como si se tratase de un acto reflejo poniendo en alerta todos sus sentidos. El shek estaba muy cerca de él. Demasiado cerca. En aquel momento su corazón y su mente formaban un remolino de sentimientos confusos, refrenando el deseo de apartarse lo más lejos posible. Sin embargo, Kirtash se limitó a dejarle un pequeño objeto en la palma de la mano. Cuando lo miró descubrió que se trataba de Shiskatchegg. El anillo, vínculo de sentimientos entre Kirtash y su portador. Una forma de comunicación que cubría grandes distancias incluso entre dos mundos distintos. Daba igual lo alejados que se encontraran, ambos podían saber siempre cómo estaba la otra persona si se encontraba en algún peligro, o si le había sucedido algo. Pero también era un símbolo de su alianza, casi como un anillo de compromiso, pero con un significado mucho más profundo. Sin duda era un buen regalo pero...
- ¿Lo quieres? – preguntó el shek al ver la expresión de Jack claramente sorprendida pero tal vez un poco, ¿decepcionada?
- Claro que sí – respondió Jack con una vaga sonrisa. – Me quitará muchas preocupaciones. Es que... – vaciló. – Esperaba...otro tipo de regalo. Algo menos...material.
- ¿Cómo un beso? – aventuró el joven con una media sonrisa.
“Ahora o nunca”, pensó.
- En realidad... – el rubor le tiñó las mejillas. – esperaba...algo más que un beso. – dijo con la vista clavada en el suelo, completamente rojo.