viernes, 7 de diciembre de 2007

Haren & Daniel Capítulo 3

Capítulo 3:
Haren se despertó muy tarde a la mañana siguiente cuando los rayos de sol, que entraban de lleno por la ventana, le obligaron a abrir los ojos. Lamentó en seguida haberlo hecho. Veía la habitación moverse frenéticamente a su alrededor y un terrible dolor de cabeza como si soportase una enorme piedra sobre ella, le impedía pensar con claridad.
Trató de incorporarse varias veces con escaso éxito. Su cuerpo no dejaba de recordarle con cada doloroso movimiento lo caro que iba a pagar aquel exceso de alcohol. Finalmente logró mantenerse en pie sin apoyo alguno, aunque lo que más le apetecía en aquel momento era cubrirse con la manta hasta la cabeza y continuar durmiendo hasta recuperar la normalidad, pero había algo que necesitaba aclarar un recuerdo confuso que intentaba abrirse paso en la neblina de su pensamiento.
Su estómago comenzó a reclamar su atención entre gruñidos, así que decidió, antes de nada, tomar algo que ayudara a su cuerpo a reponerse del desgaste que había sufrido.
Descendió trastabillando las escaleras que conectaban su habitación, en la cúspide de una de las torres, con el salón principal. Sobre la mesa que lo presidía reposaban los restos de comida y bebida que evidenciaban el paso arrollador de su hermano. Desventajas de desayunar tarde, aunque al parecer, no iba a hacerlo solo.
Sanae se encontraba sentada a la mesa removiendo lánguidamente el contenido de su plato sin probar bocado aparentemente ensimismada, clavando una mirada de serena tristeza en un punto inconcreto del espacio.
Haren se sentó frente a ella sobresaltándola.
- Buenos días – musitó la joven.
- No lo son – replicó él con suavidad – Y parece que para vos tampoco – añadió con tono indiferente.
No quería dar la impresión de estar interesado por ella, pero lo cierto era que, de los habitantes del castillo, era la única capaz de entender y quizá comprender sus más hondos sentimientos. Por tanto creía que, aunque poco y muy lentamente tenía que abrirse y acercarse a ella.
La joven, por toda respuesta, se encogió levemente de hombros.
- Debería estar feliz, ¿no? – murmuró.
- No veo nada positivo en tener a un hombre detrás todo el día. – respondió Haren con un matiz de amargura en la voz, al tiempo que esbozaba una triste sonrisa. – Por cierto, ¿os encontráis bien?
La chica, sorprendida, no respondió, temerosa de equivocar el motivo de la pregunta.
Haren clavó su mirada de obsidiana en los ojos de Sanae, inquisitivo.
- Me he criado entre mujeres – explicó - ¿Creéis que no sé lo que pasó anoche?
Una inusitada fiereza se podía apreciar en sus palabras, aunque no dirigida hacia ella.
- Sí, estoy bien – confirmó con una amplia y franca sonrisa. No teníais por qué preocuparos.
- Lo sé – cortó Haren con sequedad, volviendo al tono frío e impersonal que le caracterizaba.
Al final había acabado manifestando preocupación, algo que había pretendido evitar desde un principio. Pero no había podido. Apreciaba la comprensión y la serenidad que emanaba de la muchacha, sentimientos que habían inundado durante su infancia lo que él consideraba ambiente familiar.
No, no debía dejarse embelesar, no podría soportar el sufrir tanto una vez más. Había tenido, por un instante, la impresión de estar ante su madre de nuevo, encarnada en aquella joven. La esposa de su hermano. Definitivamente aquella sensación no le brindaría nada bueno.
Sanae seguía intentando desentrañar el halo de misterio que envolvía a su cuñado, aunque su actitud resultaba de lo más confusa. Sin embargo ejercía sobre ella una extraña fascinación que trataba de evitar temerosa de las consecuencias que le podría acarrear. Estaba cumpliendo hasta el momento todo lo que se esperaba de ella: siempre había sido una hija obediente y discreta, y se esforzaba en cumplir todas las expectativas. Ahora estaba casada con un hombre destacado de la sociedad, repleto de los valores que en aquella época se veneraban, bueno y considerado, la admiraba mucho y la respetaba todo lo que cabía esperar.
A pesar de todo eso, no era feliz. Se había dado cuenta de que su vida en apariencia perfecta, carecía de algo. Algo que había creído hallar en una mirada del color de la noche, y que el destino se había empeñado en dejar fuera de su alcance.
Ninguno de los dos parecía dispuesto a romper el sepulcral silencio que flotaba en el ambiente. Haren se masajeó las sienes con los ojos cerrados, tratando de calmar el dolor. Frunció el ceño, sabía que había algo importante que tenía que recordar pero no veía más que imágenes borrosas.
De pronto un coro de estridentes carcajadas y gritos irrumpió en la sala e hizo que Haren se tapara los oídos con las manos, a la vez que crispaba los dedos. Aquel ruido infernal agravaba el dolor que padecía hasta límites insoportables.
Era, indudablemente la voz de su hermano que regresaba de Dios sabe dónde en compañía de sus amigos. Cinco, todos de carácter y pensamientos similares. Si aguantar a uno sólo era un suplicio el grupo entero era insoportable. No tenía humor ni ganas de escuchar sus comentarios socarrones y bromas de mal gusto, así que salió de allí como alma que lleva el diablo, al contrario que la joven que mantuvo una breve conversación con Jerome y valiéndose de una excusa poco imaginativa trató de seguir al castaño pero ya había desaparecido de su vista.
No había nadie en los establos pero uno de los caballos todavía permanecía ensillado. Casi mejor, no tenía ninguna gana de tratar con un criado. Aquel ejemplar pardo, no era su montura favorita pero se conformó. En el trayecto hacia su refugio volvió a intentar concentrarse en sus recuerdos con un resultado similar a sus últimos intentos. Frustrado, dibujo una mueca de disgusto en sus facciones. No obstante, el aire límpido y frío sobre el rostro le hacía sentirse mejor. Cuando llegó al pequeño estanque, se mojó el rostro y las sienes con el agua y soltó un pequeño suspiro de placer por el alivio que le proporcionaba. Dejó pasar los minutos relajado disfrutando del silencio, el tiempo que sabría, malgastaría su hermano hablando de trivialidades con los otros. Cuando oyó un leve rumor de cascos a lo lejos, lo tomó como una señal de que debía volver. No era la primera vez que salía del castillo sin que nadie lo supiera pero, en esas ocasiones procuraba no demorarse. Si no saldrían a buscarlo y quería mantener aquel espacio en el anonimato.
La fortuna quiso que coincidiera a su vuelta con Daniel, que había reanudado sus tareas hacía un rato. Éste esperó inquieto algún comentario por su parte pero no se produjo. Para eliminar su inquietud decidió estudiar su trato para con él.
- No deberíais llevaros uno de los caballos sin avisar, mi señor.
- No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer. – replicó el castaño, fríamente.
Su comportamiento no había cambiado en absoluto, por lo que no debía recordar nada. Al comprobarlo, Daniel sintió un alivio que pronto se tornó en un sentimiento arrogante de ser el único poseedor de aquel secreto, aunque tuvo la prudencia de decidir no revelarlo.
Aun así nada le impedía una pequeña licencia.
Viendo las notables dificultades de Haren para desmontar al parecer debido al mareo, se acercó a él con una mirada burlona y, tendiéndole una mano, con tono irónico preguntó:
- ¿Queréis que os ayude?
Aquel comentario, en apariencia tan simple, fue la clave que trajo a la mente del noble el recuerdo que le llevaba evitando toda la mañana, con atenazadora nitidez. La sorpresa se reflejó inconscientemente en su rostro.
La mirada burlona de Daniel se desvaneció a su vez, nada más darse cuenta del error garrafal que acababa de cometer.
Ambos se miraron sin pronunciar palabra congelados en expresión y movimiento.
No había necesidad de explicaciones.
- Fuiste tú... – murmuró el castaño, incrédulo.
- Bu...bueno tropezasteis y eh...sólo fue un beso no creo que...
- No tienes ni idea – cortó Haren a media voz.
Desmontó del caballo con energía rechazando la mano que Daniel todavía le tendía sin darse cuenta.
- Aquello no fue más que un accidente. – continuó el castaño con tono de aparente calma, mientras se acercaba deliberadamente despacio a su criado. – Esto – su voz descendió hasta convertirse en un susurro – es un beso.
Le tomó del mentón y, sin darle tiempo a replicar, acarició sus labios con un beso suave y pausado.
Daniel jadeó, sorprendido, pero no se apartó de su contacto. Dejando, por una vez de lado su orgullo, se rindió a aquel inesperado encuentro, pero cuando trató instintivamente de adentrarse entre aquellos suaves labios con su lengua, Haren se separó de él bruscamente, y continuó hablando, con aquel tono frío y calmado, como si nada hubiese ocurrido.
- No quiero habladurías ni malentendidos, no te equivoques. Así que no vuelvas a mencionarlo, además sabes que los hombres no se besan.
Dándole la espalda, se encaminó a la salida de las caballerizas, sin añadir nada más.
Aún demasiado perplejo para formar una frase coherente Daniel no pretendía dejar que se marchara sin más.
- Pero...ahora por qué... – se bloqueó.
Haren se volvió para mirarle de nuevo a los ojos, en el umbral de la puerta.
- Tenía que asegurarme de que decías la verdad. – Dijo lamiéndose los labios en busca de aquel sabor tan familiar. – Los de tu clase no sois de fiar.